Dos sillas y un cajón en el escenario del anfiteatro Julia de Burgos de la Universidad de Puerto Rico (UPR), Recinto de Río Piedras. Dos seres humanos conversaron de literatura frente a un público compuesto de profesores, universitarios y estudiantes de escuela superior, todos atentos. Uno de ellos, el director del Programa de Estudios Interdisciplinarios (PREI). El otro, de voz contundente y mirada penetrante, un escritor puertorriqueño que, en el 2013, obtuvo el prestigioso galardón literario Rómulo Gallegos.
“Había una trayectoria, había una carrera, había un pensamiento, una escritura, había una fotografía de tu parte antes de este premio”, mencionó Mario Roche, director del PREI y periodista.
Y es que el escritor con el que habla, Eduardo Lalo, saltó a la fama mediática hace dos años, cuando recibió el máximo reconocimiento literario de Iberoamérica por su obra Simone. En esta, narra la vida de Li Chao, una inmigrante china en Puerto Rico condenada a trabajar como una esclava.
Pero antes de esa “novela” —el género literario desde el que escribe Lalo es en realidad inclasificable; más bien transita entre ellos— el escritor existía y ya había publicado algunos ocho libros.
“Uno se convierte en el autor de Simone, cuando es solo uno de mis libros y, para mí, ni siquiera el libro que más me interesa. No quiere decir que no lo aprecie o que no esté dispuesto a respaldarlo, pero todo se reduce a eso”, expresó el autor durante el intercambio que sostuvo con Roche en la entrevista-conversatorio La palabra en el cuerpo, celebrado el pasado martes en el recinto riopedrense.
El también fotógrafo, poeta y artista plástico se ha comprometido con la literatura porque “es una de las pocas tradiciones que aún conservan una ética”. La literatura, dijo, es uno de los pocos usos que nos quedan de la palabra, donde la misma palabra siempre está en duda.
Destacó, además, que el lenguaje de la política y la publicidad han colonizado casi todos los aspectos de la vida con un lenguaje empobrecido.
“La palabra literaria no es que tiene la verdad, pero desenmascara la mentira”, contrastó. Sobre esto, dilucidó que el texto es un espejo que permite vernos y ver nuestra época, “ver usualmente lo que no queremos ver; ver la injusticia, ver el dolor, ver nuestro dolor”.
Lalo teorizó que no se escribe para ser apreciado o famoso, sino que se escribe literatura porque ayuda a sobrevivir. Así, aprovechó para recomendarle a los jóvenes que el primer paso para escribir es leer, porque no existen genios. “Uno construye —lo que sea— a partir de lo que otros han hecho, y primero hay que conocer eso que otros han hecho, y es enorme lo que hay que conocer”, soltó, como un veredicto.
El intelectual, la política y lo vacío
Al hablar de literatura, también se habla del intelectual, a quien Lalo definió como “alguien que trabaja con los límites de la mente, es decir, con los límites del pensamiento y trata de definirlos constantemente”.
Esa definición se distancia de los famosos expertos que se ven en los medios de comunicación, los famosos politólogos que el escritor, otra vez, definió como “políticos frustrados” que fracasaron en la política y ahora son expertos en chismes. “Esta gente son parte del problema”, sentenció.
Hagamos un détente: precisamente, hablar sobre los políticos es lo último que ha hecho Lalo. Lo más reciente fue el evento que protagonizó hace unas semanas en la Escuela de Derecho de la UPR, donde advirtió a los estudiantes de abogacía a tener precaución de su futura profesión, de la ética que emprendan en el ejercicio legal, y de la finalidad de lo jurídico: defender lo justo frente a la opción de ser un abogado-político. Tomó como figura para su discurso al exgobernador Rafael Hernández Colón, quien por gracia o desgracia, estuvo allí presente
“Yo escribí ese texto no por atacar a nadie, sino que estoy analizando algo”, aclaró el autor de La Inutilidad (2004). “La ley es creada e impuesta por aquellos que dominan una sociedad, y muchas veces la ley se usa para ocultar la verdad y para preservar un orden injusto”, apuntó el poeta.
Esa afirmación anterior se encajona en una precaución mayor del puertorriqueño nacido en Cuba. “Me he propuesto no decir palabras vacías”, dijo. Y es que vivir en una sociedad donde hay que celebrar todo, donde hay que decir algo que no incomode, que no moleste a nadie, no va con Lalo. De hecho, piensa todo lo contrario. “Mi responsabilidad, y yo creo que la de cualquiera, es decir lo que piensa”.
Siguiendo ese argumento de la responsabilidad, Lalo planteó que “pensar no es atacar a alguien, es interpretar algo, analizar algo”. Explicó que uno no tiene la verdad, pero dentro de ese análisis, hay que crear una estructura coherente y respaldarla con las acciones. “Ante no querer interpretar el texto, entonces se comienzan a imaginar intensiones”, puntualizó.
La lectura, la invisibilidad y la Universidad
El texto es como una partitura, metaforizó Lalo, requiere interpretación, no mera unión de sílabas y pasar la vista.
La lectura de buenos textos y la interpretación van de la mano, indicó. “A veces tenemos la impresión de que los lectores son la gente que está en la Universidad o que está asociada a ella”, depuso Lalo, lo que contrastó con una visita que hizo al Centro Cultural de Utuado “con gente común y corriente”, así como de zonas aledañas con las que estuvo más de tres horas hablando.
Con esto, el profesor de Humanidades quiso evidenciar que en Puerto Rico hay más gente culta de lo que se cree. La culpa de esa invisibilidad —otro tema recurrente en Lalo— es de la estructura de las ciudades en la Isla. “Los espacios urbanos de San Juan han ido haciendo desaparecer la ciudad; la ciudad en el sentido de espacio de intercambio”, señaló el autor del ensayo fotográfico Los pies de San Juan (2002).
Según el escritor, el área metropolitana sanjuanera es dos veces el tamaño de París, pero gran parte de ese territorio está vacío en términos sociales porque la gente está en sus casas, no hay lugares de reunión, de encuentro. “Entonces nos da una sensación de empobrecimiento cultural porque no la vemos”, sumó.
Como contrapropuesta, animó a ocupar los espacios y no hacerse invisible. En esa ocupación, la producción de revistas, tertulias, debates, y reuniones para conversar toda la noche deben ser prioridades de los citadinos. Asimismo, se debe romper con esa posición cómoda que ha asumido la gente, influenciada por la fabricación de televisores gigantes y una alimentación que promueve el sedentarismo.
En el caso de la UPR, expuso que 20 años atrás el estudiante estaba desde las siete de la mañana hasta las diez de la noche en sus predios porque existía una cultura universitaria, un espacio de intercambio de todo tipo. “Era un espacio social y era un espacio de actividad cultural, deportiva…”, rememoró con cierto pesar.
El literato añadió que la Universidad de hoy es una de tipo corporativo, con unas fuerzas internas que buscan imitar las instituciones privadas donde los estudiantes solo van a tomar los cursos y regresan a sus casas sin ese intercambio de ideas, de cultura, de pensar. Esto, según el escritor, crea un empobrecimiento cultural con relación a otras generaciones.
Adujo igualmente que en su rol como embajador de la cultura puertorriqueña se le han acercado miembros de diversas universidades de Francia e Italia, que tiene el interés de crear vínculos y redes internacionales con nosotros, “pero si tenemos una universidad que para pedir que te traigan esto hacen falta seis meses y 36 papeles y cuatro seudodecanos que den su opinión, pues se nos va la guagua”.
Y hablando de su misión como embajador de la cultura que ha venido desarrollando en los últimos años con el apoyo del Departamento de Estado y la UPR, Lalo ha notado que es esencial exportar la puertorriqueñidad al mundo, como lo hacen todos los países.
“La dificultad que tiene cualquier artista puertorriqueño de ser conocido fuera de su país es diez veces más difícil que la de casi cualquier otro, porque nosotros no tenemos casi ningún tipo de apoyo”, dictaminó.
Lalo ha sido un crítico feroz del estatus colonial de Puerto Rico. Esta condición, opinó, hace del país uno “tristemente invisible, muchas veces, porque es un país dominado justamente por todas esas mentiras que constituyen nuestra formulación política”.
Agregó que “nosotros estamos condenados prácticamente a la inexistencia legal y eso es injusto y eso está determinado por las leyes que se imponen a partir de una invasión militar”.
Al finalizar el conversatorio y abrirse los micrófonos a preguntas, una estudiante de la Escuela Emilio Delgado, de Corozal, le preguntó porqué consideraba la palabra como una extremidad. “Al igual que la extremidad puede ser un puño, una caricia o un gesto de apoyo, todo eso lo hace la palabra… y hace algo más, y es que se queda”, le contestó, simple, Lalo.