Detachment, la nueva película de Tony Kaye, quién dirigiera American History X (1998), y Lake of Fire (2006), es ejemplo de que la intención social, política y/o artística, rara vez es suficiente.
No tengo duda de que, a nivel estructural, el sistema de educación pública estadounidense tiene muchas deficiencias que merecen ser señaladas. Hay muchísimas cosas que mejorar, tanto en el trato hacia los estudiantes como en la manera que, económica y socialmente, se honra al profesorado.
Sin embargo, la construcción narrativa del filme está tan consciente de su medio, con un insistente afán de trascender las convenciones de sus tropos (el pupilo, aislado pero talentoso, cuyo mayor impedimento es su propia autoestima; el maestro esperanzador que le ayudaría encontrar su camino; etc.), que es difícil reconocerle un paralelo con la realidad. Se enfocaron demasiado en presentarnos la antítesis de películas como Stand & Deliver, Lean on Me o Dangerous Minds.
Escrita por Carl Lund, la trama se concentra en un maestro sustituto (interpretado por Adrien Brody) comenzando sus labores, que durarían un mes, en una nueva escuela.
Desde su primera presentación ante sus estudiantes, Henry Barthes no vacila en mostrar su indiferencia ante la escuela. Simplemente seguirá los requerimiento mínimos de su profesión, sin pretensión de influenciar, positiva o negativamente, a nadie.
En el entretanto, conocemos a algunos de los otros maestros y, muy superficialmente, sus maneras de lidiar con su entorno común. También pasamos tiempo con dos jóvenes, ambas féminas, que tocarían (o tal vez no) la vida del protagonista. Una es su estudiante más sensible (en el sentido emocional y artístico) y la otra es una prostituta que conoce en la calle. Éstas son el único indicio de que Barthes no es un nihilista del todo, pero la manera melodramática en que se relatan sus historias me mantuvo irremediablemente disociado.
Todo esto sin abundar en la variedad de estéticas audiovisuales, que van desde el simbolismo burdo, la animación en tiza, los stills fotográficos -que, dado al trasfondo de Kaye, quien además fungió de cinematógrafo, son de los pocos elementos que siempre funcionan- y hasta el confesionario documental, que infrecuentemente entretenían sin verdaderamente decirnos algo; tanta experimentación para quedarse en la orilla.
Otra mano de edición, tal vez, pudo haber afinado la pieza. Y, aunque reconozco la lograda actuación de Brody y el buen desarrollo de alguna que otra secuencia, el filme nunca justifica su inconsistencia.
Siempre me reiteraré en que toda obra de arte, independiente de su calidad técnica, presupuesto o incluso ambición (sí, existe tal cosa como un masterpiece accidental), tiene igual potencial de epifanía o mediocridad. Aquí hay una clara intención de hacer un statement, pero el resultado, curiosamente la primer ficción de Kaye donde se le permite ejercer su visión a plenitud (él nunca autorizó la versión final de American History X), no es más que noventa y siete minutos.
A veces, la intención de subvertir el cliché, de encontrar una “verdad” más allá de lo esperado, se convierte en una convención en sí misma.
Detachment, que estuvo en competencia en el reciente Festival Internacional de Cine Fine Arts Miramar, y estrena hoy en la Isla.