Después de Gone Baby Gone (2007), ya no es novedoso decir que Ben Affleck es un buen director. En ese primer trabajo logró contarnos una historia sumamente entretenida y hasta un poco profunda; especialmente cuando consideramos las implicaciones de la última escena.
Admito que mi opinión pueda estar indebidamente influenciada por el momento histórico de su estreno, innegablemente condimentado por un ambiente de mediocridad, casi sin precedentes, del cine comercial estadounidense. No obstante, lo que sí puedo argumentar sin problemas es que el filme demuestra un dominio amplio del lenguaje cinematográfico, que, entre otras cosas, sabiamente mantiene al director, ya para ese tiempo una verdadera superestrella de Hollywood, completamente fuera de la pantalla.
Su rol tras bastidores permite que su hermano, Casey Affleck, asuma el papel protagónico. De hecho, su trabajo aquí y en The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford demuestra que es el mejor actor de los dos.
Ahora, con todo y las loas que puedan surgir de Gone Baby Gone, las subsiguientes películas de Ben Affleck como director, The Town (2010) y Argo (que estrenó ayer en Puerto Rico), me hacen pensar que sobrevaloramos sus capacidades cinemáticas. Si bien son entretenidas, cualidad que nunca es prudente menospreciar, tampoco alcanzan la promesa de su debut. No creo que sea una exageración decir que su desempeño detrás de las cámaras ha ido en decrecimiento; nunca objetivamente mediocre pero tampoco, en ningún aspecto, esencial.
En el caso de Argo, la tónica de cualquier apreciación crítica se torna complicada y es que la calidad, y consecuente eficacia, de los diferentes elementos que componen la experiencia, tanto durante como después de la proyección, varía demasiado.
La trama gira alrededor de unas movidas políticas, dentro y fuera de Irán, que tuvieron gran resonancia mundial. Durante la llamada revolución islámica del 1979, un grupo de manifestantes iraníes tomó control de la embajada estadounidense, evento que resultó en la captura de más de 50 rehenes. Aun así, seis personas lograron escapar, refugiándose a escondidas en la casa del cónsul canadiense. Éstos son los que tienen mayor posibilidad de salir del país, por lo que un agente de la CIA, Tony Méndez (interpretado por el propio Affleck), diseña un plan para sacarlos. La idea es proveerles identificaciones falsas, con las cuales fingirían ser parte de la producción de una película de ciencia ficción a ser filmada en Irán.
Si bien la premisa resulta ser prometedora, la ejecución carece de gravedad. Es muy general sobre el contexto histórico, con un tono muy simplista ante de la situación iraní, que no abunda mucho sobre las razones y objetivos de nadie; ni de los secuestradores, ni de los rehenes, ni de los escapados.
Lo único que se menciona, muy someramente de por cierto, es que Estados Unidos le dio asilo al exiliado Shah, lo que le ganó muchos enemigos. Después de eso, la película no le encuentra espacio a desarrollar a ninguno de los iraníes que aparecen; son solo figuras a ser derrotadas. Algunos pensarán que esto no es problema, que la historia es más sobre los estadounidenses en Irán y no los iraníes en sí.
Sin embargo, aun si aceptamos que el verdadero fin de la película es, única y exclusivamente, ofrecernos un thriller, que nos mantuviera en constante tensión, pues necesitamos comprender los objetivos del enemigo. Pero el guión pasa más trabajo en sumir las complicaciones narrativas, sobre todo durante la resolución, en casualidades inverosímiles. Aun sabiendo que está “basada en hechos reales”, gran parte del filme se siente falso. El buen embuste siempre es bienvenido siempre y cuando se sienta real en el mundo creado por la narrativa. Cuando es una película histórica tiene que ser tratado con mayor cautela, pues, en esta era pos-google el público se verá tentado a conducir su propia investigación; que en mi caso confirmó la gran mayoría de mis sospechas.
Pero, no puedo descartar la película del todo. Más allá de cualquier reserva que puede tener sobre la función del filme, como thriller y como drama histórico, puedo encontrarle cierto valor. Si obviamos el contenido y nos concentramos en la estética, podemos reconocer una visión bastante práctica y comedida. Argo nos recuerda que Affleck sabe como construir una narrativa capaz de mantener al público sentado durante la duración. El problema es que, con la excepción de su debut, no ha puesto esas capacidades al servicio de un guión meritorio.