El arte efímero arremete contra el concepto de la inmortalidad artística. La pieza efímera no tiene intención de perdurar, al contrario, busca la destrucción rápida o la eterna transformación. Propicia la interacción directa con el espectador, que de ser pasivo se torna activo, asumiendo la obra con toda su carga simbólica y cultural. El concepto de arte efímero en sí rompe con el conservadurismo artístico.
El arte no se queda sepultado en las galerías, ni se encierra bajo cárceles de cristal entre las cuatro paredes de un museo. Ya no se enclaustra entre las cortinas de un escenario, ni requiere de un lienzo como destino de los pinceles. El arte se autoproclama autónomo, lejos de barreras físicas. El arte corretea libre, y el artista va de la mano
Con el afán de dejar atrás los largos glosarios terminológicos de las clases de arte, la profesora Migdalia Luz Barens Vera imparte un taller de arte efímero en el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico. La obra de la artista, que ha desarrollado instalaciones, fotografía, performance art y video, ha recorrido diversos rincones del mundo, como Puerto Rico, Nueva York, El Salvador, Nicaragua, República Dominicana, Austria y Alemania, entre otros destinos. Hoy encarna el papel de profesora universitaria. Quince estudiantes de diversas disciplinas, entre ellos, artistas plásticos, cineastas, fotógrafos, músicos y escritores, se reúnen todos los viernes a partir de la 1 de la tarde en la Facultad de Bellas Artes, y se entregan a la seducción del arte en su carácter transgresor y efímero.
Tan efímero como el fuego
En su pieza “El universo”, la estudiante de artes plásticas Jomary Rodríguez prende en fuego un bollo de tela, acrílico y líquido inflamable. A medida que se va desgarrando, y el humo arropa a los espectadores en un pasillo del segundo piso de la Facultad, la autora habla sobre la transformación. El fuego crea un efecto hipnotizador, formando dibujos temblorosos, que se mecen al compás del viento. “Que se desintegre”, repite la joven. Ese es el propósito, que se deshaga, se manipule, se quiebre, se transforme. Los retazos de carbón se esparcen por el piso, los barre el viento, y un profundo olor a quemado, un desagradable olor a acrílico invaden las fosas nasales de los espectadores, los persiguen. Humo que transforma, humo que acosa.
Así como el fuego deshace y transforma, el ar te ef ímero se nutre de la descomposición y la conversión. Dentro de esta forma artística, caben múltiples disciplinas, desde los grafitis, la pintura corporal, la construcción en la arena, los happenings y las arquitecturas intervenidas, hasta la pintura y la escultura siempre y cuando permitan ser alteradas por el espectador.
“Cuando presentas la pieza ya no te pertenece, le pertenece al público”, enuncia Barens Vera.
Sin embargo, la profesora recalca que el artista debe estar plenamente consciente de cuáles son sus intenciones con la pieza a presentar, aunque siempre estará abierta a la interpretación. El director de la Plataforma de Arte Contemporáneo en España, Oscar García, explica que el arte efímero funciona porque “está ligado a la época en la que vivimos, en la que todo va rápido, y en la que buscamos impresiones momentáneas, a las que la calle se presta muy bien”.
La profesora propone el contacto con el otro para crear un colectivo y pensar en comunidad.
Performance Art desde lo viceral
Efímero y violento como el crack. El estudiante de artes plásticas Michael Llabré conduce a su público al baño de las mujeres y los encierra en el cubículo más grande. Frente al lavamanos, despliega un sobre con polvo blanco, lo divide en pequeñas porciones, se lo lleva a la nariz. Aspira. Los rostros de los espectadores se quedan de piedra. Nadie mueve un pelo, silencio total, solo el sonido de la aspiración agitada. Llabré repite la operación tres veces, en escasos segundos, como si se tratara de una persecución.
Con los ojos desorbitados y la mirada fija termina con una frase: “No dejen huellas”. Se marcha. El tiempo: de prisa. Existe en la pieza de Llabré “El último pase” un sentido de inmediatez, que refleja la realidad de la cocaína. Aquella imagen poderosa se quedó en el inconsciente colectivo del público, que aludía a ella una y otra vez. “Fue un performance violento”, así lo califica el estudiante de comunicación audiovisual José Raúl Ortiz. “Nos tenía encarcelados y nos obligó a tomar una decisión moral”.
La profesora Migdalia Luz comenta que el d iscurso del performance art o arte acción se basa en una voz silenciada que ejecuta un grito. Termina siendo un enfrentamiento directo, que obliga al público a posicionarse en una decisión ética o moral. Lo hace cuestionarse, tomar decisiones. Existe todo un sentido de verdad en el arte acción.
La performera serbia Marina Abramovic dice que “mientras que en el teatro el cuchillo es falso y la sangre es falsa, en el performance la sangre, el cuchillo y las emociones son reales”.
En el teatro, un actor reacciona con dolor a una herida construida, pero en el performance, el sujeto realmente abre esa herida, y la siente, y reacciona a lo real. Es visceral, así lo define el blog venezolano Performarte. El performero puertorriqueño Mickey Negrón coincide en que el per formance ar t debe ser una presentación y no una representación, pues en “el momento escénico hay un cuerpo reaccionando dent ro de una situación real, abriendo la ventana a la improvisación”, explica.
Condición del artista contemporáneo
Tan efímero como un documental de oda. El músico, escritor y estudiante de cine José Raúl Ortiz llega con las manos vacías.
“No tengo pieza, pero les presentaré un fragmento de un documental que están haciendo sobre mí ”, vuelve la vista a la pantalla. Comienza el video con una sucesión de voces que lo glorifican. Luego apa rece su ros t ro duplicado en el video, con frases repetidas pero vacías, supuestas a dar nota de su trayectoria. Entra a un apartamento vacío, camina por las calles, enfocan sus manos, su rostro mirando al horizonte. Las piernas de algunos en la audiencia se mueven violentamente en gesto de desesperación, acompañados de las sonrisas de incredulidad, pero Ortiz no aparta la mirada de su documental, hasta pareciera que con el pecho hinchado. Lo detiene de repente.
“Esto es solo un fragmento”. El silencio recorre la sala, las bocas entreabiertas, sin saber qué decir. Ese instante preciso constituyó la síntesis de la pieza efímera
Resulta que todo era una farsa. “Habla sobre el discurso de la imagen digerida del artista”, explica Ortiz, director del documental paródico. Critica cómo se forman los ídolos, a partir de documentales, con artistas en narración, sin mostrar voces propias sino las ajenas, en materia de alabanza, lo que conlleva a “una narrativa procesada”.
El apartamento vacío incluso representaba la falta de sustancia, algo que Ortiz distingue en los documentales acerca de grandes ídolos.
“Funcionó”, comenta la profesora Barens Vera, todavía con la boca abierta. Todo era una burla al ego del artista, y el público reaccionó ante el narcisismo proyectado. Ortiz trata el tema de la fama, que arremete contra la vulnerabilidad del artista, pues al final lo que queda es nombre e imagen.
“Eso es lo importante de crear una carrera de adentro hacia afuera, para no pertenecer a las galerías”, opina Barens Vera.
Evaluar al artista contemporáneo en su labor fue un tema que provocó varias de las piezas. La estudiante Josef ina Correa enf rentó una cartulina roja, le añadió una mancha roja y pegó un letrerito debajo como si de una galería se tratara. Pieza: “De galería”. Artista: Genérico, posmodernista, posminimalista. Medio: cotidiano. Precio: ilimitado. La pieza fungía como una especie de crítica a ciertas obras de arte que hoy adornan las grandes galerías, que para algunos no poseen gran valor artístico. El público se acercó y con sus dedos esparcieron la pintura roja, y lo quedó fue la huella de los dedos.
El cuerpo: "Trabajar de adentro hacia fuera"
Durante la creación del taller, Barens Vera se vio en la encrucijada de definir desde qué ángulo lo trabajaría. Decidió enfocarse en el cuerpo como material principal. El cuerpo de por sí es efímero, está condenado a la destrucción, a saciar un ciclo que inevitablemente termina en la muerte, como una pieza de arte efímero.
Desde que empezó el taller, los jóvenes artistas han tenido que trabajar desde la incomodidad del cuerpo, desde sus inseguridades y miedos, lo que ha creado trabajos muy poderosos, según la profesora. A su vez, trabaja temas que de por sí son fugaces, como la nostalgia y la memoria.
Barens Vera defiende el trabajo de adentro hacia afuera, y ese proceso parte de un cuerpo consciente de sus inquietudes, para entenderlo. Además, propone el contacto con el otro para crear un colectivo, y así pensar en comunidad, algo que considera casi ausente en los artistas plásticos.
Así que de vuelta en el salón de clases del segundo piso de la Facultad de Bellas Artes, la profesora guía al tropel de artistas. Los transporta a la ciudad. “Caminen en la ciudad como entes separados, cada uno en lo suyo. No se toquen, porque en la ciudad uno no se toca. Solo tienen que llegar rápidamente al sitio”, va diciendo Barens Vera.
Mientras, la muchedumbre camina rápido, dan vueltas, llenan todo el espacio del salón, tratan de no tocarse, de no mirarse, como si tuvieran gríngolas. “Deténganse. Abracen la inmovilidad. Nos convertimos en edificios”.
Entonces la piel se convierte en metáfora de la frontera. “Como masas de edificios, van a juntarse con los demás, para crear una sola estructura. Invadan las fronteras”. Los artistas se van arrimando, chocan las pieles, se abrazan con aire de solemnidad. Entran en contacto con la frontera del otro. “Huélanse”. Las narices se pegan a las pieles fronterizas, acompañadas de risitas nerviosas.
“Ahora con ese mismo respeto, van a entrar a la ciudad olvidada, van a olerla, tocarla”. Tienen que identificar un espacio de trabajo: edificios vacíos, calles que no se transitan, o el rostro de una persona, para así superar la desconexión con la ciudad.
La ciudad como escenario
Así que los estudiantes transitan las cal les de la Universidad, conectados por alguna par te de sus cuerpos, e ingresan en la Comunidad Capeti l lo de R ío Piedras. Caminan, en busca de un espacio de inspiración, y si alguien señala alguno, tienen el deber de rastrearlo juntos.
El primer destino es una casa abandonada. Contiene dentro de sí una escalofriante, y hasta poética, mezcla de artefactos. Latas de cerveza, ropa sobre un matre, un inodoro rosado inservible, páginas de periódicos, cajetillas de cigarrillos, restos de comida, y botellas vacías, contrapuestos a un peluche rosado, un carrito de juguete, y dibujos de manos infantiles en las paredes. Regresan a las calles, impregnadas de un fuerte olor a basura, y el típico ritmo del merengue.
Avanzan hacia un colmado. Reconocen el espacio, sin aire acondicionado, con ar tículos amontonados, y rajaduras en el techo. Pero con pan sobao y plátanos maduros que provocan un brillo en los ojos jóvenes. Luego, se adentran en el edificio Ruinosa, antigua alcaldía abandonada, de donde crecen hoy plantas del suelo.
Algunos estudiantes se paran a conversar con un anciano sentado en una esquina. Las palabras fluyen. Tienen las mismas preocupaciones, y la sonrisa es la misma. Se encuentran en una zona de inmigrantes silenciados, que por ser indocumentados no se atrevían a denunciar nada. Un proyecto ahí no solo crearía unos lazos comunitarios en Río Piedras, sino también conexiones con el resto del Caribe y Latinoamérica.
Finalmente, cerca de la estación de tren de Río Piedras y las librerías circundantes, se encuentra una empresa naciente que se llamará “Mercado”.
El dueño mostró interés inmediato por ser sede de un proyecto artístico. Pintarán un mural en una de las paredes del local, representativo de la identidad latinoamericana y de su relación con los mercados de pueblo. Apuntan a que el mural se desvista en una gran variedad de colores y que sea sensorial, que exalte el gusto y el olfato. Así se establece el vínculo del artista en su comunidad.
La autora es estudiante de periodismo en la Escuela de Comunicación de la UPR, Río Piedras, y editora de la revista (entre)Paréntesis.