Existe una distancia entre los modos a través de los cuales se realiza un proyecto desde una institución y los modos empleados por un artista para gestionar alternativas al margen de los recursos y marcos institucionales. ¿Están opuestas esas formas, o coexisten?
Comparar un proyecto como “Santurce es ley”, una plataforma de encuentro autogestionada y manejada por artistas, con un proyecto como la “Trienal Poligráfica” o la “Muestra Nacional de Artes Visuales”, ambos manejados por el Programa de Artes Plásticas del Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP), parecería un ejercicio injusto, no por la calidad o el contenido del trabajo presentado, sino por sus presupuestos. Las diferencias entre uno y otro evento radican en su desarrollo y su agenda, el público al que convocan y los valores simbólicos que generan. Podríamos pensar que, a pesar de que son proyectos de exhibiciones colectivas que recogen a grandes rasgos partes de la producción contemporánea de artistas puertorriqueños, una está fundada prioritariamente en los intereses y necesidades de un grupo de artistas en busca de foros autónomos como es el caso de “Santurce es ley, mientras que la Trienal y la Muestra Nacional nacen y se manejan desde la normatividad diseñada por un organismo institucional que, a pesar de estar en contacto con la comunidad de artistas, pocas veces pregunta y se expone a las dinámicas de producción de ellos en su quehacer cotidiano.
Mi experiencia con la institución, aunque variada y pintoresca, no ha sido negativa, pero ha contribuido de muchas maneras a apoyar un proceso de desmitificación necesario para entender algunas diferencias entre lo institucional y lo alterno. La institución, a diferencia de un proyecto o plataforma manejada directamente por artistas, está primeramente mediada por políticas internas que delimitan su marco de gestión. Mayormente, presupuestos y partidas reguladas por políticas que no tienen necesariamente que ver con el desarrollo de la obra plástica. En el caso del Programa de Artes Plásticas del ICP, además de sus políticas y presupuestos, su marco de gestión está limitado a un calendario medianamente comprometido. Por ejemplo, actividades como la Trienal Poligráfica y la Muestra Nacional, son eventos con fechas preestablecidas, es decir, no importa quién esté a la cabeza del Programa, esos eventos tienen que celebrarse. Sin embargo, el desarrollo conceptual de estos, queda a la discreción del director y su comité de asesores.
Las tendencias dentro de la producción artística puertorriqueña son variadísimas, y no todos los tipos de producción tienen la misma gama de oportunidades y espacios de exhibición. Mucha de esta variedad se mantiene al margen de las salas institucionales a veces por desconocimiento y a veces por decisión. Por su parte, los artistas en búsqueda de espacios para mostrar su obra, han desarrollado un sinnúmero de plataformas para viabilizar la construcción de foros que respondan a sus necesidades e intereses. El espacio o plataforma alterna, es una gestión que no se opone a la de las instituciones, incluso, en ocasiones complementa su programación. Estas formaciones autónomas, gozan muchas veces del privilegio de lo inmediato, a la vez que sufren los efectos de la falta de estructura y de apoyo económico que sustenten su práctica y aseguren la perdurabilidad de sus facilidades y agendas. Muchas veces, estos espacios tienen un tiempo de vida corto, limitado a los fondos disponibles de el o los artistas y entusiastas que colaboren con el mismo. Esto sí es una diferencia palpable que crea una distancia entre las posibilidades de una gestión y la otra. El contenido en una y en la otra, muchas veces es el mismo; la institución como forma, ha probado una y otra vez que es capaz de asumir dentro de sus cánones de legitimidad aquello que ha renegado una y otra vez por años. Tal vez por eso, no nos sorprenda ver grafiti en un museo hoy en día.
Esa porosidad, entre uno y otro espacio de gestión artístico/ cultural es la naturaleza no oficial de la escena del arte contemporáneo en Puerto Rico. Cada espacio ofrece un contexto particular, con valores simbólicos diferentes y niveles de legitimidad distintos, que responden más que nada a la intromisión del mercado en el foro artístico. Aún así, existe una aparente dicotomía en la que quedan asuntos sin discutir.
¿Hay que institucionalizar lo alternativo y generar alternativas desde las instituciones? Existe un mapa sin trazar que dibuja rutas e intercambios entre lo alternativo y lo institucional. Entonces, ¿qué necesitamos? Construir espacios de diálogo formales. Crear agendas en común, ensamblar puentes para colaboraciones a largo plazo; líneas de diálogo entre artistas, espacios e instituciones con agendas compartidas. Deshacer los estándares de valoración y entender finalmente las diferencias y aportaciones de cada cosa desde una ecología de gestiones. Pero, ¿cómo construir esa ecología? Podríamos comenzar por realizar intercambios justos, en los que ambas partes ganen sin necesariamente institucionalizar marginalidades.
Existen las bases, los recursos humanos y económicos; ¿qué nos lo impide?