La novela de la paz en Colombia tiene un nuevo capítulo. Esta vez el libreto dirigido por el presidente Juan Manuel Santos tiene tintes de optimismo y sus argumentos, empeñados en callar todas las críticas que se han levantado en torno a la renaciente ola de inseguridad de la época post Uribe, busca recomponer la triste historia de sangre, desplazamiento y dolor que ha ensombrecido al país cafetero durante las últimas cinco décadas.
Aunque el anuncio no fue una sorpresa, se ha despertado una amplia discusión sobre los errores cometidos en los anteriores intentos de paz que, a falta de voluntad política y perseverancia de la violencia, han terminado por ser otro fallido capítulo de la historia colombiana. Desde entonces el conflicto interno se convirtió en el centro de la agenda en los gobiernos como un “caballito” esquivo sobre el que se montan campañas presidenciales y se promueven diálogos de intenciones poco sinceras. Prueba de ello es que con esta oportunidad sería la cuarta vez en que se busca oficialmente darle fin al conflicto por caminos políticos.
De esta forma la experiencia hasta ahora no da para apresurar conclusiones satisfactorias. Sin embargo, inéditos acontecimientos abren las puertas a un escenario que difiere de las anteriores experiencias y que dan una luz para que la mentalidad pesimista, producto de los reiterados fracasos, no genere tanto peso en el comportamiento de la opinión pública.
En primer lugar, la voluntad nace de un Presidente exministro de Defensa que fue reconocido por su mano dura contra las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que asestó a la guerrilla los golpes militares más duros de su historia y que en su candidatura se le reconoció como el heredero Uribista, es decir, la continuidad de una política de seguridad basada en la guerra sin posibilidades concretas de un cese de hostilidades negociadas.
Sin embargo, sus acciones en la Presidencia lo desprenden de esa sombra y de su antecesor, hasta el punto que cuando los rumores señalaban que delegados de las FARC y del Gobierno de Santos tenían conversaciones exploratorias en Cuba, es el mismo expresidente Alvaro Uribe, ahora principal opositor, que a través de Twitter exige a Santos que aclare la verdad sobre el asunto. Esta distancia ya era evidente en mayo del 2011, cuando Santos reconoce que en Colombia existe un conf licto armado y no una amenaza terrorista (título otorgado por Uribe a las FARC). Este paso, junto a la distancia que se ha creado del anterior Gobierno, ha sido determinante para que se consoliden los diálogos.
En segundo lugar, son los nuevos perfiles que aparecen al frente del Secretariado de las FARC. Desde que iniciaron las liberaciones unilaterales de secuestrados se enviaron mensajes positivos sobre la intención de buscar la paz a través del diálogo. De hecho, en la rueda de prensa ofrecida en Cuba en el mes de septiembre de este año, el delegado de la guerrilla Ricardo Telles, señaló que aun sin el cese de fuego, las FARC no se levantarán de la mesa de negociaciones hasta lograr la paz.
Como aspecto a resaltar, el cese al fuego no ha sido una condición necesaria para darle trámite a las negociaciones. En los anteriores intentos (años 80 y 90) la experiencia demostró que el cese prematuro resultaba frágil y la voluntad de cumplirlo terminaba con la ruptura de los diálogos. Hoy se plantea una primera etapa realista, donde el Presidente y las FARC dejan claro que no se hará cese de fuego hasta lograr unos acuerdos claros.
Esta honestidad diferencia el proceso de los anteriores y más que crear una brecha entre los negociadores, ha generado un aire de confianza entre ambas partes que ha sido trasmitido a quienes estamos atentos a que se logre definitivamente la paz anhelada.
Aún así , las FARC, en contradicción a lo pensado, insisten que no son secuestradores ni narcotraficantes, palabras que dejan sobre la mesa un tema neurálgico que medirá la voluntad de las negociaciones. De hecho, aun cuando hay barreras sensibles como el secuestro extorsivo de las FARC y los “falsos positivos” del Gobierno, también es cierto que florece la idea de una negociación con intenciones reales que asoma la esperanza para el principio de un nuevo comienzo en la historia colombiana.
El reto más allá de la firma
Aunque las negociaciones son fundamentales para determinar el fin del conflicto armado, también lo es que el gobierno colombiano tiene una deuda social a la que debe responder para que la historia no se repita.
De esta forma sería ingenuo y apresurado pensar que la paz llega luego de una firma entre ambas partes, pues el conflicto ha marcado la generación de muchos colombianos y, además de los trámites políticos, se debe hacer un trabajo profundo de perdón y olvido para que la paz se establezca desde todas las partes y no solo entre las FARC y el Gobierno de Colombia.
El autor es Comunicador Social y Periodista colombiano. Actualmente trabaja como Consultor Independiente en Proyectos de Investigación del área de las Ciencias Sociales y Humanas en Colombia.