En la mente de un chico de 16 años ha prendido una llama. Una chispa que amenaza con alumbrar su propio futuro. Oye, mira a su alrededor, ve a los que vuelven de la “gran Europa”, con ropa nueva y lujos impensables para él, que ayudan a sus padres y se compran coches, y entonces un sueño empieza a perfilarse en su mente.
Pero como toda fantasía, muchas veces no atiende a las duras razones de la realidad. Simplemente, siente que debe que ir allí y buscar un trabajo. Da igual que tenga que cruzar centenares de kilómetros a través del mar, en una barcaza sin casi comida y ni agua, durante 11 días, mojado, sin saber nadar, con olas gigantescas que le engullen, algunos de sus compañeros llagados por la sal. No importa, él es Lamin Jaiteh, viene de Njabakunda, en Gambia y tiene un sueño por cumplir.
Sin embargo, en el momento en que pisó suelo español, la burocracia se le echó encima como un león a la espera de su presa. Debía decidir si era menor o no. Mintió porque le habían “aconsejado” que te meten “en un centro y no te sacan”. En Madrid, dice la verdad y pasa a tener un tercer apellido en su historial, MENA, es decir, Menores Extranjeros No Acompañados, algo que no sabe muy bien qué conlleva pero que le aventura en todo un proceso estandarizado que empieza por el delicado momento de la prueba que determina su edad.
Además, Lamin tenía entonces 17 años y aunque lo acababa de cumplir en noviembre, en enero, en esta comunidad, ya tienes 18, la edad crítica por la que estás fuera de toda la protección estatal, el límite por el que a partir de ese momento ya caminas solo. Por ello, esta prueba es tan importante, ya que marca la raya entre estar en el sistema o no. De hecho, la preocupación es tal que desde el Defensor del Pueblo se presentó un estudio monográfico en profundidad, ¿Menores o adultos? Procedimientos para la determinación de la edad, que pretendía arrojar luz sobre este tema y, sobre todo, fijar 41 recomendaciones dirigidas a las administraciones para mejorar una amplia diversidad de prácticas en todo el territorio. Evitar, así, casos como el de Y.B., que describe el informe, al que se le adjudicaron tres edades diferentes, en tres comunidades distintas, y todo ello en menos de treinta días.
Lamin Jaiteh, viajó de Njabakunda, en Gambia a España para cumplir su sueño. (Heriberto Paredes).
Lamin pasó dos meses en un centro de menores, tutelado por la Comunidad de Madrid. Es en este tiempo en el que debe iniciar su regularización jurídica ya que como señala el informe de 2009 del Consejo General de la Abogacía Española (CGAE) y Unicef, Ni ilegales, ni invisibles, realidad jurídica de los Menores Extranjeros en España, “la tutela supone un momento decisivo para el menor, ya que si no se pone en marcha, no es posible comenzar los trámites de regularización de su residencia.
Por tanto, condicionará en un futuro su permanencia en nuestro país”. Y los papeles son siempre el mayor de los problemas para todo inmigrante. De hecho, muchos de los informes consultados apuntan en esta dirección, como el del antiguo Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, que describe: “Si estos menores salen de los centros sin que haya concluido su proceso de regularización, se verán imposibilitados para una incorporación al mercado de trabajo, viéndose abocados a la delincuencia y la marginalidad”. Y son muchos los que salen sin culminar este proceso.
La asociación LaCalle, con Fernando Saleta, o Tato, como le llaman ellos, en el corazón y la fuerza de ésta, ha ayudado a centenares de menores en su proceso de adaptación, y en especial ha tenido cuidado de que una vez cumplidos los temidos 18 años no se queden desamparados. Disponen de pisos de transición, se preocupan de conseguirles los permisos, y procuran que los chicos estudien algún curso de formación. Lamin cayó en sus manos, regularizó sus papeles, aprendió los entresijos del mundo de la electricidad y hasta logró un empleo.
Pero, como a muchos, la crisis le cercenó el camino hacia su sueño: le dejó sin empleo y en una situación un poco precaria. “Hoy mismo me caducan los papeles y para renovar necesito un contrato”, cuenta angustiado.
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