Nuestras edificaciones sufren un constante deterioro: grietas, hongos, desprendimientos, deterioro acelerado, suciedad, filtraciones, retención de agua, equipo dañado, cerraduras inadecuadas, puertas que hay que tirarlas para que cierren, rendijas, desniveles en temperaturas, coladeras de agua, oxidación constante, alteración y montaje de equipo inadecuado y contaminación en los ductos de aire acondicionado. Este menoscabo de nuestro hábitat, no es un problema puramente técnico, sino está entrelazado por “visiones de mundo”, muchas de las cuales, tributarias de ideologías político-culturales, son claramente depredadoras.
La investigación La arqueología del habitar, que desarrolla el Grupo de Estudios Semiótico (GES) de la Universidad de Puerto Rico-Recinto de Río Piedras desde el 2013, pretende captar la configuración de las líneas de fuerza en las formas de “edificar” (término muy significativo) que desembocan en una dilapidación, agotamiento y despilfarro de nuestros recursos. En algún sentido, de lo que nos habla esta investigación es del abandono, pero no de edificios materiales sino de sí mismos. El acercamiento a estas huellas, para el cual hay que penetrar capas geológico-culturales y enfrentarse a discursos normalizadores que recubren el mirar, nos revelan no un pasado –deterioro de una forma original- sino un devenir muy importante para comprender, no sólo lo que pasa en la Universidad de Puerto Rico, sino lo que sucede en el País.
Así nace la instalación que hicimos el 1 de diciembre de 2015, Signos, “Die Wüste Wächts (“El desierto crece”, Nietzsche) en el edificio Anexo Jaime Benítez Rexach (AJBR) que organizó el GES como parte de la investigación mencionada. La misma incorporó la situación del edificio para producir una experiencia tanto visceral como conceptual sobre nuestras prácticas culturales. Se utilizó directamente el espacio del edificio, como “semioesfera”, creando una obra global transitable por el usuario en una interacción. Las muestras expuestas fueron las distintas condiciones de deterioro, de parchos, videos y carteles en las paredes, piso y techo. El diálogo propuesto involucró la ruptura con el mirar tradicional –mirar el propio mirar y sorprenderse- ante la desaparición-aparición de las condiciones en un intento de reconstruir significados. Como generalmente lo es este tipo de expresión, se programó efímera en cuanto al montaje –duró dos días- pues se trata de una intervención puntual, “de golpe” alojándose en un tipo de memoria de ruptura. Lo que estaba en juego era ver nuestras propias prácticas. El nivel de coherencia momentáneo programático se propuso a partir del principio de que, como señala el semiótico ruso Yuri Lotman: “Los signos aislados no funcionan: solo funcionan en un continuum semiótico, organizado en distintos niveles y formado por varios grupos. A eso se le llama semiosfera”. La instalación, se constituyó con “piezas” –una grieta, un pestillo oxidado, etc.- acompañadas en algunos casos de indicaciones conceptuales o sensoriales, que permitiesen producir una “vivencia”.
La investigación que realiza el GES consiste en captar y tratar los trazos de la memoria –en tanto contenido sedimentado en forma de señales indéxicas inscritas en los edificios- para rastrear las prácticas culturales intrínsecas en el proceso complejo de habitar y significar dichos espacios de la cotidianidad. La exploración de las condiciones y el proceso de transformación de los edificios hace emerger una cierta caligrafía codificada que puede ser concebida como una forma de memoria cultural en la medida en que las cosas, como escribía Jorge Luis Borges: “Durarán más allá de nuestro olvido”, creando una red que no está ligada a nuestra presencia inmediata, sino al habitar. Esas huellas son formas nombradas de manera encubridora como fallos, defectos, dificultades atribuidas a una cierta naturalidad, normalidad, y que, sin embargo, designan otras formas más profundas.
El eufemismo hace su presencia retórica tanto en su modalidad de de-formación, como de naturalización dirigido a justificar la presencia y permanencia de estas fallas. Estas formas de deterioro están recubiertas por una cierta textura mítica como plantea Roland Barthes. El conjunto de las condiciones defectuosas y adversas que constatamos adquieren un tipo de camuflaje estratégico en forma de habla despolitizada, de una meta narrativa que, como el mito: “tiene la misión de dar a una intención histórica una justificación natural y hacer que lo contingente aparezca como eterno” (Barthes). Hay que recordar que el mito no opera en forma de negación de las cosas, sino como una afirmación mediante su transmutación a formas inocentes, naturales y eternas. Lo importante es considerar que estas formas estudiadas no son estáticas sino son partes de un habla, “un sistema de comunicación, un mensaje” que interactúa con nosotros. Aún más, en gran medida este intercambio implica una modelación. Las cosas no están ahí inertes, mudas, cerradas, sino en un estado de comunicación dándonos señales de un deber ser al cual nos vamos amoldando. Se trata de unidades significativas. Dicho de forma sencilla: se trata de una acción que nos transforma, en algunos casos en una ética del abandono.
Los seres humanos habitamos el espacio mediante una compleja red de significaciones que nos define como actores, es decir, nuestro ser sujeto se opera mediante la trama de una acción de fuerzas y de sentidos ligados a nuestro hábitat. La cuestión central de esta investigación reside en la relación entre el “soy” y el “habitar” en términos de la manera en que se construye nuestra identidad. Habitar, en este sentido, nos habla de las formas de “alojarse” como ser, asentarse como humano, establecer las estrategias del “con-vivir”. En cuanto al “habitar” remitimos a los conocidos señalamientos de Martin Heiddeger en el sentido de que la palabra del alemán antiguo correspondiente a construir, buan, que significa habitar. Señala que: “Allí donde la palabra construir habla todavía de un modo originario dice al mismo tiempo hasta dónde llega la esencia del habitar. Bauen, buan, bhu, beo es nuestra palabra «bin» («soy») en las formas ich bin, du bist (yo soy, tú eres), la forma de imperativo bis, sei, (sé). Entonces ¿qué significa ich bin (yo soy)? La antigua palabra bauen, con la cual tiene que ver bin, contesta: «ich bin», «du bist» quiere decir: yo habito tú habitas. El modo como tú eres, yo soy, la manera según la cual los hombres somos en la tierra es el Buan, el habitar. Ser hombre significa: estar en la tierra como mortal, significa: habitar”. Aquí se establece una relación fundamental entre el ser en términos existenciales inmediatos y el habitar.
La noción de arqueología la usamos aquí en el sentido de estudiar nuestro propio proceso actual – no el pasado- a partir de las huellas materiales contenidas en las edificaciones, verdaderas formas testimoniales, desenterrando vestigios, contraseñas, rúbricas históricas, de los sentidos de nuestro hacer. La noción que usamos de arqueología deriva de la raíz “archaios” en cuanto apunta a un devenir que hay que desenterrar, explorar –en tanto pasado en ejecución- mediante la reconstrucción a partir de signos indéxicos preservados en la edificación. Partimos de una singularidad, un edificio, para elaborar sus conexiones con otras formas similares que nos revelan el acaecer de nuestras formas del habitar. Nos preguntamos sobre la tensión arraigo-desarraigo en este devenir.
Trabajar las prácticas cotidianas contenidas en las formas del habitar es importante para poder captar las prácticas institucionalizadas. Las textualidades de las interacciones humanas no se dan dentro de los edificios, sino están inscritas en sus condiciones de existencia. Esta consideración está ligada a la idea de que el edificio es un “habla” que edifica una relación de comunicación con mensajes. Esto quiere decir que se establece una dinámica que supera el elemento primario de la retórica y estilo arquitectural inicial y le comunica en su propia dinámica, señales y mensajes al “usuario” en un espacio “de intercambio”, según diría Julia Kristeva. La cuestión reside en plantear la edificación como una acción cargada de sentido, no únicamente en el aspecto de la atribución por el actor inmediato, sino por las lecturas y formas del habitar de forma interactiva. El modelo es un acercamiento inmanente constructivista semiótico que entiende las diversas prácticas y formas de existencia de las edificaciones en sus partes y conexiones (tanto a nivel físico como a nivel de las prácticas) en tanto objetos-signos, según el sociólogo Jean Baudrillard. Se trata de que al considerar nuestras edificaciones lo hacemos tratando de captar una dinámica resultante de un sistema “hablado” de objetos, entornos, interiores, es decir, un sistema de significados culturales de naturaleza coherente que se instaura como “hecho social”, en el sentido de Durkheim.
El tiempo reflexivo sobre nuestras propias prácticas se enlaza con lo señalado por Charles Sanders Pierce en el sentido de que: “Decir, por lo tanto, que el pensamiento no puede ocurrir en un instante, sino que requiere un tiempo, no es sino otra forma de decir que todo pensamiento debe ser interpretado en otro, o que todo pensamiento está en signos”. Esto requiere un espacio de atribución de sentido y se produce en condiciones interpretantes. Develar ese espacio significativo es encontrar las huellas de nuestras propias prácticas culturales, al cual dedicaremos nuestro próximo artículo.
El autor tiene un doctorado en sociología y semiología. Se desempeña como catedrático en la Facultad de Estudios Generales de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.
Los miembros del GES que desarrollaron la investigación a la que alude este texto son, además del suscribiente, Gustavo Antonio Casalduc, Jorge Silén, Nabila Morales, Gustavo Carlos Casalduc, Néstor Lebrón, Adriana De Jesús Salamán, Omar Valentín y David Tait.