El destino final del hachís no es geográfico sino humano. Es un problema que sufre sus consecuencias la propia sociedad, pues esta no vive al margen de un adicto y es responsable de los hechos sociales que producen las drogas.
La droga no sólo es un blanqueo de dinero constante que sólo unos pocos se benefician de adquirir lujosos bienes inmuebles y artículos caros, sino que el problema va más allá de la ética y la moral. Estudiar y concienciar este problema no es cuestión ni siquiera de un buen programa de reinserción, ya sea fuera o dentro de las cárceles. Estos centros, incluso se convierten en lugares de reclutamiento de futuros narcotraficantes, cuando tienen la experiencia de pisar un centro penitenciario y de tener la idea de que cuando salgan a la calle, la esperanza de encontrar un puesto de trabajo será difícil. Este tipo de centros penitenciarios, se convierte en una escuela para quienes están en una cárcel por distintos motivos a los del narcotráfico.
“Allí se conoce mucha gente, en ti está que quieras sacarle provecho a los talleres y tener buen comportamiento para tener permisos y salir antes. Pero cuando sales un fin de semana y vez que en tu casa y en tu barrio sigue todo igual, y que no vas a encontrar trabajo con los talleres que se imparten en la cárcel, te das cuenta que tienes que empezar a mover fichas para cuando salgas. Así que de las amistades que te echas en la cárcel, hay que aprovecharla, porque puedes conseguir más ayuda de esta gente que con un curso de alfarería”, cuenta un ex convicto que ahora está en libertad después de pasar años en la cárcel por narcotráfico.
Un hecho relevante, son los datos de presos que cumplen condena por tráfico de drogas en el centro penitenciario de Botafuegos, en Algeciras (Cádiz), donde la población reclusa por delitos contra la salud pública, ocupa casi más del 40 por ciento de los internos frente al resto que cumplen condena por otras causas. Esto supone, que en el centro penitenciario de Botafuegos, convivan hasta tres generaciones o familias enteras que han caído en una misma operación antidroga llevaba a cabo por las fuerzas policiales, o en distintas operaciones, y que durante la estancia de los primeros familiares en el centro, se hayan ido agrupando y coincidido los segundos con los terceros bajo el mismo techo de la prisión.
Atrapados por el vicio
Las verdaderas consecuencias del destino de las drogas, se puede apreciar desgraciadamente en muchos jóvenes y adultos que son los consumidores de este tipo de sustancias psicotrópicas. Se empieza consumiendo drogas lícitas como el tabaco y el alcohol, y después se pasa al consumo de cannabis; este sería el orden de la media a quienes se les ha preguntado cómo y cuándo empezaron a consumir las drogas.
“Normalmente se prueba a través de nuevas amistades, o de amigos del barrio de toda la vida que se han hecho mayor y tú te juntas con ellos. Empiezas por la diversión y por la curiosidad de probar qué se siente, pero una vez no es suficiente, ni siquiera dos. Así que mezclas la cerveza con un canuto mezclado con resina de hachís, y es ahí cuando empiezas a notar un efecto que después quieres seguir repitiendo. Cuando te das cuenta, no sabes cómo ponerle límite y crees que lo controlas. Al final te ves así, enganchado a la metadona y consumiendo drogas por otra parte”. Este es el testimonio de Luis, a quien todo el mundo le llama el “Ronco”, porque su voz ha ido cambiando conforme se volvió adicto.
Esta observación participante antropológica, parte de muchas horas de intervención en la calle, en centros de salud de dispensa de la metadona, de mantener conversaciones con distintos agentes sociales y de compartir encuentros con personas que antes eran normales y ahora son “invisibles”, sólo salen de noche, y cuando lo hacen de día, sólo es para comprar droga, comprar cerveza e ir a recoger la metadona que se dispensa diariamente.
Nuestros encuentros se han llevado a cabo en distintos lugares, concretamente podemos destacar la última fase del destino de las drogas desde que se siembra la cosecha y pasa por un proceso de manufacturación, hasta que el resultado se ve plasmado en los centros de salud donde dispensan la metadona, y acuden a ellos los enfermos adictos al consumo de estas drogas ilícitas, cuyos usuarios/as son conscientes de la perdición que les ha llevado esas sustancias psicotrópicas que en su día consumieron por primera vez, y que a día de hoy se lamentan desgraciadamente del maldito día en el que la probaron.
“Recuerdo aquella tarde cuando iba a salir de fiesta a la feria de mi pueblo, quería pasármelo bien porque me había comprado un coche y estaba contento. Le enseñé el coche a unos amigos, a los que le di una vuelta para probarlo. Uno de ellos me pidió que lo llevara a comprar “caramelos” (en el argot del mundo del narcotráfico, el caramelo hace referencia a la droga, en este caso a la resina o polen de hachís), y yo lo llevé. Cuando llegamos a la feria, quise probar el “caramelo” y ahí empecé a tener más confianza con ellos. De aquella gente ninguno de ellos acabó bien”. Así empezó Ángel, un joven que tenía muchas ganas de hacerse mayor y tenía ilusiones por la vida. Ahora, sólo piensa en desaparecer.
Desestructuración familiar y desorden social
Muchos de estos enfermos adictos a las drogas y que intentan rehabilitarse, recuerdan perfectamente como empezaron a consumir los primeros cigarros de tabaco, mezclado con esta resina de hachís; no solo lo dice Ángel, sino otros usuarios de la metadona. La media de usuarios al programa de la metadona a los que han sido entrevistados con el objeto de conocer su estado de salud, familiar y social, casi todos coinciden en un relato final al que nosotros le hemos puesto denominación: desestructuración familiar y desorden social.
De esta manera, se parte de que existen dos puntos de vistas distintos: un grupo, los que ya tenían problemas en sus familias, y conforme iban creciendo y no eran capaces de darle solución a sus problemas, intentaban evadirse consumiendo drogas para estar el mayor tiempo posible fuera de la realidad social. Mientras otro grupo de usuarios, afirmaron que lo hacían porque se divertían, que no achacaban al consumo de drogas a los problemas familiares, sino que las circunstancias de ser joven, salir y entrar, el descontrol horario, los fines de semana que cada vez empezaban antes, y no pensar que se les podía ir de las manos, les llevó a encontrarse con la fatalidad sin desearlo, en una realidad cuyas proyecciones no tenían pensada cuando mantenían ilusiones por la vida, por tener participación social y querer vivir felizmente.
Ahora, muchos de estas personas que son enfermas sin rehabilitar, no se consideran personas normales debido a su falta de autoestima, y se consideran que han quedado atrapados como niños pequeños en cuerpos de personas que no se identifican a cómo eran de joven cuando no consumían drogas, resultado del deterioro que en pocos años han padecido por las consecuencias que conlleva el consumo y adicción a las drogas.
“Es como si en mi cabeza no hubiera pasado el tiempo y todavía recuerdo cuando empecé con esto. Pero cuando me miro frente a un espejo y pienso en la edad que tengo, sólo pienso en consumir más drogas y acabar con esto cuanto antes, para que no sufra ni mi familia ni yo”, afirmó un usuario que se somete al programa de la metadona.
En las calles estos enfermos adictos a las drogas son carne de cañón ante las miradas discrepantes de los viandantes, que parecen mantener una vida “normal” mientras se pasean sin que sean observados como los son estos, ante miradas que juzgan a estos seres por sus aspectos demacrados y sucios, en su mayoría. También están en riesgos de la exclusión social, cuando no, son marginados y mal vistos por quienes no lo conocen y se dejan llevar por la apariencia e incluso hasta para los amigos, estos enfermos adictos a las drogas, no les aporta mucho y suelen tratarlo con larga distancia, y si pueden, evitan tropezarse con ellos.
Socialmente estas personas enfermas adictas a las drogas, son cada vez más aislados ante la posibilidad de la inserción laboral, debido a sus continuos problemas con la adicción, con comportamientos desequilibrados y porque pueden llegar a ser una carga para la empresa contratante y para sus compañeros.
Los que salen ganando y los que salen perdiendo
Al fin y al cabo, cuando sumamos todo esto y otras cuestiones de rechazo por parte de las familias, las consecuencias más inmediatas las padecen las madres y padres, e incluso hermanos, y sin olvidar a los hijos, que son los más desafortunados de este experimento social de las drogas, que nunca sabe cómo va a acabar.
Pero son las madres las que se pasan toda la vida luchando contra la sociedad por y para sus hijos. Ellas, son las que nunca rechazarían a sus hijos ahora enfermos a consecuencia de las drogas, porque los vieron crecer, vieron sus primeros pasos, escucharon sus primeras palabras y sus primeras risas. En resumen los cuidaron durante su infancia, su adolescencia y continúan atendiendo durante su edad adulta.
Para algunas madres siempre quedará en su consciencia esa primera vez de aquel día en que ese “amigo” se cruzó en la vida de su hijo, el día que ese clan se dispuso a vender drogas en el mismo barrio donde vivía, el día que vio por primera vez las drogas, probó sus efectos y los resultados e incluso la primera vez que acompañó a su hijo en un taxi a comprar drogas a un punto de venta.
“Y mientras él se bajaba del taxi y caminaba hasta aquel piso, yo (la madre) y el taxista estábamos atentamente a cada uno de sus pasos y de todos sus movimientos que mostraban debilidad. El taxista me miró y yo volví la mirada hacia él, y le pregunté: ¿qué hago?, es mi hijo y está enfermo. El taxista asistió con la cabeza y los dos nos quedamos sin palabras. Al instante, él salió del piso y se dirigió al taxi con movimientos más rápido; no quería perder el tiempo porque ya tenía su dosis y estaba ansioso por consumirla, y porque quería quitarse del medio antes de que algunos policías lo pudieran ver salir de allí y darle el alto (él era conocido por la policía y vecinos de la zona donde pillaba la droga). A la vuelta a casa, él se metió en su habitación (que estaba sucia, mugrienta y la poca higiene que tenia, era porque yo –la madre- se la limpiaba cuando salía a la puerta del piso a beber con los amigos), y yo aguardaba en el salón con la vista perdida pensando y crucificándome psicológicamente sobre lo que he podido hacer mal en mi vida para tener un hijo así”, confesó Paqui, tras una entrevista que mantuvimos con ella.
Historias de este tipo se repiten una y otra vez en la zona del Campo de Gibraltar y por toda la geografía española y mundial. Los narcos siguen jugando sucio en un negocio que mueve cifras millonarias por cada trato de negocios que cierran. Cantidades económicas que hay que pulir y disfrutar antes de que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad les sorprendan en cualquier momento. De manera que suelen llevar una vida dislocada de lujos, vehículos de alta gama, mansiones en zonas residenciales como en la Costa del Sol, y disfrutar de fiestas a lo grande. Y así conviven los que salen ganando (los narcos) y los que salen perdiendo (por enfermos adictos a las drogas).
Pero lo fatídico de esta historia, es que al final del cuento, las drogas no perdonan a nadie ni a nada, ya seas el que la hace o la deshaces, porque al final las consecuencias se pagan tarde o temprano. Así es el mundo oscuro del narcotráfico que muchos jóvenes caen en sus redes para tenerlo todo materialmente, en realidad están encadenados a la dependencia de un sistema que lo llevará a la exclusión social imaginaria. Quizás algún día puedan ver a sus hijos crecer y no desearle lo que muchos niños y familias padecen a consecuencia de un escabroso negocio que también se viste con chaqueta y corbata.
Los autores son dos antropólogos sociales y culturales españoles. Este texto es una versión abreviada de un ensayo de 14 páginas, producido entre diciembre de 2015 y enero de 2016. Todos los nombres que aparecen en itálico en este artículo son seudónimos para proteger la identidad de los entrevistados.