La cinta narra la historia de cómo se gestó la campaña televisiva del No en el plebiscito de Chile de 1988, y la importancia que tuvo para la caída del régimen de Augusto Pinochet y la instauración de la democracia en el país.
El personaje principal, interpretado por Gael García Bernal, está inspirado en la figura de Enrique García, director creativo de aquella campaña. Con el mítico slogan de “Chile, la alegría ya viene”, García contribuyó junto a todo su equipo a rescatar del miedo a una sociedad atormentada por la brutalidad de la dictadura y a convencerla de que el cambio era posible.
El publicista está estos días por Holanda promocionando la película en el Festival Internacional de Rotterdam, y atendió a Radio Nederland para explicar cómo logró convencer a la oposición aglutinada en torno al No de que era mejor apelar a la “alegría” y no a torturados y desaparecidos durante la dictadura.
¿Cuál fue su primera reacción al ver la película?
"Para mí fue una emoción muy grande. De esto hace ya 25 años y de pronto ver esta historia contada por otras personas, con su propio lenguaje, con su propia intención, realmente despierta un sentimiento fuerte. Me emocionó ver la película por primera vez".
El director, Pablo Larraín, insiste en que la película está basada en hechos reales pero que también hay una parte importante de ficción. ¿Hasta qué punto el film refleja la realidad de cómo fue el proceso creativo de la campaña?
"Es una ficción, no repite los hechos tal cual. Sin embargo, los principales hitos del proceso creativo, del proceso de producción de la campaña, están en la película y están bien expresados. No se puede describir una historia tan compleja como esa, en la que trabajamos cientos de personas en distintas áreas, reduciéndola a uno o dos personajes que son los que llevan el peso de la historia. Pero a mi juicio es una gran interpretación de lo que allí ocurrió".
Y en su caso particular, ¿se ha visto reconocido en el personaje de Gael García Bernal, que está inspirado en usted fundamentalmente?
"En parte sí, hay una forma de enfocar el trabajo parecida a la que yo viví. Y también ciertos hechos de la historia que me tocó vivir que aparecen narrados. Me parece que está muy bien representado, a pesar de que yo en mis palabras diría las cosas de otra manera o daría otros argumentos. Pero bueno, eso es parte de la libertad del director, de hacer lo que él crea fundamental".
La campaña fue decisiva para acabar con el régimen de Pinochet, ¿estamos en una sociedad en la que la imagen es más importante que las ideas o los hechos?
"Me parece que sí fue decisiva. Especialmente, porque el gran problema que teníamos nosotros cuando empezamos esto es que la gente en Chile tenía miedo. Había un gran sentimiento de miedo en la gente que era partidaria de la dictadura de Pinochet, que temía la vuelta a un pasado oscuro y peligroso, o la venganza de los que habían sido torturados y perseguidos. Y también en los opositores, que temían que podía volver a caer la represión sobre ellos como había sido en los primeros años del régimen. Necesariamente teníamos que lidiar con esa complejidad. Y la campaña lo que hizo fue hablarle a la gente con las palabras adecuadas en ese momento, para que se atreviera a votar y a expresar su malestar con el régimen".
¿Y cómo convenció a la oposición política de que era mejor un mensaje de alegría en lugar de denunciar los crímenes de la dictadura?
"Ahí tuvimos fortuna porque hubo gente que apoyó nuestra propuesta, así como otros encontraron que era frívola o liviana. Pienso que no era frívola ni liviana y, al ver la campaña en toda su complejidad, uno se da cuenta de que era una campaña muy dura. Lo que pasa es que muestra la brutalidad del régimen pero sin enseñar la herida, sino los sentimientos que provocó".
"En la película, por ejemplo, hay una parte donde salen unas mujeres que bailan solas, que era un acto que realizaban las mujeres de detenidos o desaparecidos, que era real y nosotros lo filmamos. Y esa forma de expresar la brutalidad del régimen era a nuestro juicio mucho más decisiva y mucho más potente que mostrar la cantidad de muertos o la cantidad de desaparecidos. Eso tiene una gran fuerza emocional y fue lo que finalmente convenció a la gente de que sí, de que la gente debía tomar la palabra. Que tenía que votar y votar no a Pinochet".
Han pasado 25 años. Desde la perspectiva que da el tiempo, ¿ha llegado la “alegría” a Chile?
"En ese momento llegó plenamente. Logramos sacar con los votos a un dictador que había entrado por la fuerza de los cañones y de las balas, y a base de represiones brutales. Ahora, las sociedades son complejas y tienen sus propios conflictos dramáticos a medida que avanzan. Y no creo que Chile sea hoy un país alegre, a pesar de que está mejor que otros. Tiene unos nuevos conflictos que ha de resolver ahora y que son distintos a los anteriores. Es evidente que nuestro país crece económicamente pero hay una gran desigualdad, y ese es un conflicto que hay que resolver".
Hablábamos de la importancia de la imagen, ¿cree que la realidad de Chile y de América Latina se corresponde con la imagen que se tiene en Europa?
"Pienso que cuando uno está lejos de los países tiende a hacer reducciones de sus imágenes. Nosotros también tenemos una reducción de Europa. Somos pocos los que conocemos la complejidad de una nación y menos de un continente. El continente latinoamericano es enorme y tiene enormes diferencias entre un país y otro, incluso siendo vecinos. Tenemos diferencias culturales, económicas, étnicas, etcétera. Para poder vivir en un mundo tan complejo, con tanta información, necesariamente tenemos que hacer reducciones. Y las reducciones siempre son injustas y dejan fuera aspectos muy valiosos de todas las sociedades".