“Yo no nací sino para quereros; mi alma os ha cortado a su media”, plasmó el poeta español Garcilaso de la Vega en su Soneto V. Hoy día, cinco siglos más tarde, don Arturo y don Saúl narran sus respectivas historias de amor y, sin pretenderlo, evocan y dan vida a los versos del poeta.
Encarnación Ramos Figueroa, mejor conocido como don Arturo, y Nora Pagán Rivera, llevan 65 años de matrimonio. Por su parte, Carmen Rodríguez Castro y Saúl Pérez Casillas, llevan seis décadas casados. Aunque ambas historias son aisladas, tienen un denominador común: doña Nora y doña Carmen fueron diagnosticadas con Alzheimer hace nueve años. Desde entonces, don Arturo y don Saúl se han dedicado enteramente al cuidado de sus respectivas esposas.
Diez minutos antes de la hora acordada para la entrevista llegó don Arturo agarradito de la mano de su amada, doña Nora. Él le indica a la esposa donde sentarse y ella responde: “Sí. Aquí, está bien”, con la mirada ausente. Una vez ella está cómoda, entonces procede a sentarse justamente a su lado, tan cerca que roza su cuerpo. Estira el brazo, lo coloca detrás de ella e indica que está listo para comenzar el diálogo.
-¿Cómo surgió el amor entre ustedes?
-Desde el día que la vi me enamoré.
Ramos Figueroa, de 88 años, y Pagán Rivera, de 80 años, se conocieron desde niños en el pueblo de Yabucoa, de donde son originalmente, aunque hace varias décadas viven en el pueblo de Naguabo.
“Ella iba para la escuela y yo trabajaba en un callejón por donde pasaba, entonces yo quería arrancarle ese lunar”, dijo don Arturo, señalando la gran mancha que tiene doña Nora en su brazo derecho. Fue a través de ese juego entre niños que comenzó a brotar el amor entre ambos.
Varios años más tarde, cuando la joven cumplió los 16 años, tuvieron una hija y, posteriormente, se casaron en una ceremonia familiar en la iglesia católica de Yabucoa. Haciendo cuentas con los dedos, mientras su esposa lo miraba, comentó que tienen cinco hijos, diez nietos y 22 biznietos.
Don Arturo bajó el tono de voz al explicar que supo que su esposa “no estaba bien de la mente” cuando intentó bajarse del carro mientras estaba en movimiento en medio de la carretera. “Se me armó para irse… y me abrió la puerta del carro”, dijo mirando a doña Nora. Ella sonrió nuevamente y, como si supiera de lo que hablaba asintió y contestó: “Sí. Es verdad”. Don Arturo sonrió, respiro profundo y posó la vista sobre el lunar de su compañera de vida.
El Alzheimer es la forma más común de la demencia. Esta es una enfermedad cerebral que causa problemas con la memoria, forma de pensar y el carácter o la manera de comportarse. De acuerdo a la Asociación de Alzheimer, se estima que 5.4 millones de personas en Estados Unidos padecen esta enfermedad y el 70 por ciento de ellas vive con sus familiares.
-¿Por qué ha decidido cuidarla usted?
-Yo me he decidido a estar con ella todo el tiempo porque ella es mi esposa y yo la quiero un montón.
A estas alturas de la entrevista doña Nora comenzó a decirle a su esposo que se quería ir para la casa. Don Arturo, hombre de escasas palabras, pero que se desborda en atenciones hacia ella, intentó calmarla sosteniéndole la mano. Desde que le diagnosticaron Alzheimer, sumado a condiciones previas del corazón y diabetes, él se encarga de cuidarla y de los quehaceres del hogar. Aunque también cuenta con el apoyo de una vecina, que es quien baña a doña Nora.
“A veces me bota de la casa, pero luego me perdona y me busca ¿verdad mi amor?”, comenta en tono jocoso mientras la observa y acariciaba con sus manos toscas la parte posterior del cuello de su esposa. “¡Mjum! Sí, es verdad”, contesta ella, por instinto, ajena al tema de conversación.
Es que precisamente el mayor reto que enfrenta don Arturo, es el carácter de su esposa. A sus casi nueve décadas de vida, no tiene la fuerza física necesaria para lidiar con ella y “he recibido hasta bofeta’s”, añade en un tono amargo. Pero esto no le resta al gran amor y respeto que siente por ella.
“No puedo despegarme de ella, no puedo dejarla sola. Estoy con ella todo, todo el tiempo”, dice, mientras intenta mermar la insistencia por irse de su amada. Las palabras que salen de su boca se hacen cada vez menos y menos tangibles, ahora está al borde del asiento al igual que doña Nora.
-Ya está bueno, ¿sí? Vámonos.
-Espérate un momentito, mami… ¿para dónde tú quieres ir?
-Pues para la casa, a acostarnos, ¿verdad?
Doña Carmen y don Saúl: un amor de otra dimensión
Con una gran sonrisa en su rostro salió Saúl Pérez Casillas del cuarto de su amada esposa, Carmen Rodríguez Castro, en el Hogar de Envejecientes San Agustín y Teresa para dar comienzo a la entrevista.
A diferencia del caso de don Arturo, don Saúl se vio en la necesidad de dejar a su esposa bajo el cuidado de profesionales. Esto se debe a que el Alzheimer de doña Carmen es más avanzado y, además, tiene Parkinson.
Fue una decisión difícil, intentó dejarla tres veces en el Centro, pero daba la vuelta y se la llevaba para su hogar nuevamente. “No había manera de yo doblar para acá, no me daba el cuerpo, la mente”, dijo.
-¿Cómo se conocieron?
-Yo quisiera poder contestar todas tus preguntas sin tener que llorar.
Esas fueron las palabras que sirvieron de preámbulo para dar inicio a una narración repleta de sentimientos, lágrimas y algunas carcajadas.
Don Saúl y su ahora esposa, ambos de 84 años de edad, crecieron juntos en el barrio Cedro de Carolina. Estudiaron en la misma escuela desde el primer hasta sexto grado. “Yo la molestaba mucho en la escuela, pero no me fijaba en ella”, comentó en tono burlesco. Luego él se fue para Juncos con su abuelo y estuvieron unos cuantos años distanciados.
El amor entre esta pareja surgió a raíz de una fogosa, pero coqueta, rivalidad sobre los equipos de pelota. Ella le iba a los Criollos y él a los Cangrejeros, y entre victorias y derrotas, risas y corajes, dio inicio el romance que pese a las veces que estuvieron físicamente distanciados durante el noviazgo, dio paso a seis décadas de matrimonio, dos hijos y varios nietos y biznietos.
Antes de casarse, cuando eran adolescentes, ambos se mudaron a Estados Unidos, pero vivían en diferentes estados. No obstante, siempre se escribían cartas y mantuvieron su promesa de amor.
Tras estallar la guerra de Corea, don Saúl se inscribió en el Navy, donde sirvió por cuatro años. Faltando seis meses para terminar el servicio, le ofrecieron a don Saúl la oportunidad de extenderlo por cuatro años más, a cambio de una jugosa bonificación. En ese momento, don Saúl le escribió una carta a su novia en la que le explicaba la situación y, además, decía: “yo te dejo libre del compromiso que hicimos y tú buscas tu felicidad y yo veré a ver qué hago”, dijo con la voz entrecortada.
“Aquí viene la parte más gloriosa y triste a la vez”, añadió, con lágrimas en sus ojos. Ella recibió la carta, la guardó y no le contestó, pero le mandó un disco del dúo Rodríguez de Córdova y el título de la canción era “Triste Navidad”.
/Ah, qué triste Navidad
Voy a pasar sin ti
Solito aquí en mi hogar
Y tú lejos de mí/
“Eso me partió el corazón y me di cuenta de lo estúpido que yo había sido escribiéndole una carta como la que le escribí y la llamé enseguida”, así narró don Saúl una de las experiencias que marcó su vida, su relación y su amor por aquella mujer. De más está decir que seis meses más tarde salió del Navy y comenzaron los preparativos de su boda.
Luego de casarse vivieron en Estados Unidos hasta que nació su primer hijo, decidieron regresar a Puerto Rico y enfrentaron problemas económicos y familiares. Por tal razón, regresaron a Estados Unidos hasta que se retiraron.
En el transcurso de esos años, doña Carmen se graduó de diseñadora y don Saúl completó un bachillerato en Administración al cumplir los 40 años de edad.
Por otra parte, hace algunos nueve años que don Saúl comenzó a notar un comportamiento errático en doña Carmen. Pero no fue hasta que ella airada le lanzó unos platos a la cabeza mientras desempacaban algunas cajas de la mudanza cuando llegaron a Puerto Rico.
“Yo no sabía la seriedad, hasta que el neurólogo me explicó lo que era el Alzheimer”, dijo acongojado, después de relatar que él se dedicó enteramente a su cuidado pensando que algún día ella saldría de eso. Tenía la certeza de que eso era temporal.
-¿Cómo enfrentó la situación cuando supo que ella tenía Alzheimer?
– Me dije a mí mismo aquí es que yo tengo que probar la promesa que yo hice a Dios delante de los hombres que yo iba a estar con ella, la iba a proteger, la iba a cuidar hasta el final, hasta la muerte. Que era mi deber protegerla a ella, cuidarla, sustentarla, quererla, amarla, besarla… tantos besos que debí haberle dado antes y no se los di.
Desde ese momento, explica que: “El amor hacia ella es como de otra dimensión… no lo puedo explicar, pero yo sé que está ahí, lo siento, pero no lo puedo verbalizar”. Don Saúl hace una extensa pausa, respira profundo, se seca las lágrimas con el torso de la mano y saca su iPhone 6 del bolsillo. Con dificultad, desbloquea el aparato y muestra muchas fotografías de su esposa, entre ellas, resalta un retrato en el que aparece vestida de novia. “Ese es mi amor, mi amorcito”, dice mientras acaricia la pantalla del celular.
-¿Qué guapa se ve, don Saúl?
-Es una muchacha preciosa, una mujer hermosa… ven para que la veas.
Dicho esto se pone de pie y camina hacia la habitación, al encuentro de doña Carmen. Mientras va de camino, se arregla el pantalón, la camisa, observa sus desgastados zapatos negros y justo antes de entrar, se pasa la mano por las hebras de cabello que aún adornan su cabeza.
“Hello!, ¡Aló! Mira, tenemos visita, nena”, dijo don Saúl desde que colocó un pie en la habitación. La saludó nuevamente con un beso tronado en la frente. Le sostuvo las temblorosas manos, que redujeron sus movimientos al sentir el cálido contacto de la piel. La miró y dijo una retahíla de comentarios dulces y piropos, cual si fueran adolescentes enamorados.
Luego de varios minutos intentando seguir aquella alegre voz, finalmente doña Carmen encontró los ojos de su amado y lo miró fijamente. Don Saúl, sonriendo, le dio un beso en el pecho, y el talco que tenía su esposa se le impregnó en la nariz y los labios. Reafirmando, en ese símbolo, lo que don Saúl había dicho minutos antes: “que la carne se fusionó, la carne de ella y la mía. El espíritu de ella se fusionó con el mío. Con el caliente del amor se fusionaron”.