Está muy de moda parafrasear la definición de locura de Albert Einstein: “esperar nuevos resultados haciendo lo mi smo”. Hay un consenso abrumador sobre la necesidad de hacer las cosas de forma distinta para salir de la crisis económica en que está sumido el País. Quizá debemos comenzar por llamar las cosas por su nombre, se trata de una depresión, no de una recesión económica.
La contracción económica lleva seis años, no varios trimestres, se ha reducido el empleo y la actividad económica, y la población se redujo por un dos por ciento (¡!). También se trata de diagnosticar las causas del problema y proponer soluciones realistas.
Las bases de la crisis
No fue casua el que en la década de los noventa la entidad Political Risk Services calificara la competitividad global de Puerto Rico número uno en 1990 y 91, tres en 1992, ocho en 1993, seis en 1994, 10 en 1995, 11 en 1996 y 22 1997. Ese descenso reflejaba el deterioro de la posición competitiva de la economía de la Isla para las corporaciones transnacionales que aquí operaban e invertían.
La derogación de la sección 936 del código de rentas internas federal en 1996 fue la gran estocada para la economía puertorriqueña. Aunque a corto plazo el impacto se amortiguó por las bajas tasas de interés, en la medida en que se acercaba el fin del periodo de gracia para estas corporaciones (2005) se presagiaba el colapso de Puerto Rico como paraíso fiscal para las transnacionales norteamericanas que operaban bajo ese privilegio.
Pero en 1994 y 1995, ya se habían abierto otras heridas a la base económica de la Isla: la aprobación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC). A mediano plazo, estos nuevos marcos jurídicopolíticos de comercio internacional socavarían la ventaja competitiva del mercado común entre Puerto Rico y Estados Unidos. La entrada de China a la OMC en 2001 completó el proceso al estimular la estampida de segmentos de mano de obra intensiva de industrias de alta tecnología hacia ese y otros países de Asia.
Mucho antes que esto, 1977, se había aprobado la paridad del salario mínimo entre Puerto Rico y Estados Unidos, afectando adversamente la inversión en industrias de mano de obra intensa en la Isla. Para el año 2000 tres pilares de la prosperidad económica puertorriqueña se habían esfumado: mercado común (protegido), exención contributiva federal, salarios bajos dentro del territorio aduanero de Estados Unidos.
Intentos fallidos de reactivación
El cierre de plantas manufactureras “936” llevó al despido masivo de trabajadores, la reducción de recaudos por concepto de “impuestos de salida” de estas corporaciones y el fin de la burbuja financiera creada por los depósitos “936”. La corrupción y la evasión contributiva fueron factores adicionales que contribuyeron al deterioro del fisco. La clase política y los empresarios habían convertido al estado fuente de riqueza mediante la compra y venta de lucrativos cont ratos y favores.
Ante la crisis fiscal, el endeudamiento se convirtió en el remedio de corto plazo al deterioro de las finanzas públicas. Las administraciones Calderón, Acevedo Vilá y Fortuño trataron infructuosamente de tomar medidas para reactivar la economía.
La búsqueda de alternativas al colapso del sector manufacturero, la bancarrota de las corporaciones públicas y municipios y los retos de una nueva economía global en estado de flujo produjeron dos planes estratégicos para reorientar la política económica: el Plan de Desarrollo Económico y Transformación de Gobierno para Puerto Rico de 2006 y el Modelo Estratégico para la Nueva Economía de 2009, revisado en 2011.
Como se desprende del cuadro comparativo de las visiones y objetivos de estos planes, ambos plantean asuntos simi lares desde perspectivas distintas: competitividad global, alta tecnología, sustentabilidad, creación de empleos, estímulo de las exportaciones, entre otros. Se trata de discursos neo desarrollistas y neoliberal es abstractos desvinculados de las nuevas realidades y la nueva posición que ocupa Puerto Rico en la economía global.
El autor es investigador del Centro de Investigaciones Sociales y profesor de Sociología en la UPR-RP.