Entre el casco y sus adoquines, el condado que invita a los más “high class” y la masa interminable de turistas que aparecen en pantalones cortos y chancletas metededos, San Juan está seguro de si mismo. La capital sabe que tiene muchas joyas que lamentablemente pasan inadvertidas.
Consideren por un momento a Santurce. Mientras El Condado se bañaba de playa, hoteles y turistas, el “anticondado” explosionó el pasado fin de semana de artistas, fanáticos, familia, pintura y música con Santurce Es Ley.
La calle Cerra yacía inerte hasta que el movimiento de artistas “underground” decidió apoderarse de ella. Extendiéndose un fin de semana completo, Santurce Es Ley fue, en parte, el estiramiento antojado de Los Muros Hablan, evento llevado a cabo por El Museo de Arte de Puerto Rico que le dio vida el año pasado a ciertas paredes del sector con murales gigantescos.
“Estas son las cosas que yo voy a hacer en todo Puerto Rico cuando sea gobernador”, comentó un transeúnte con la cabeza inclinada hacia la obra de D*Face, pop art de una rubia con labios rojizos que velaba a todo el que entrara al evento.
Paredes de 50 pies de largo se convirtieron en el lienzo perfecto para los artistas callejeros del país, así también para los internacionales. Un mural no bastaba para las paredes. Cinco artistas diferentes podían ser parte de una misma localización.
Pasando las ferreterías y autocentros que abrieron sus puertas a posibles clientes nuevos, las barras y los kioscos con olor a grasa eran los que brillaron en la Cerra. “¡Medallas a peso!”, cantaba un cuarentón. “¡Cerveza a tres pesitos!”, gritaba un jovencito.
No obstante, el color verdadero de Santurce que se fermenta debajo de la pintura urbana era difícil de ignorar. Los vagabundos con olor a orina recogían del piso las latas de alcohol vacías que adolescentes en bicicleta se robaban del que las ofrecía “a peso” y las vendían unas cuadras más abajo a “tres pesitos”.
Más abajo en la calle se encontraba la tarima principal entre paredes con los diseños tribales en blanco y negro de Zio Ziegler que abrazaban al edificio, amarillos y rojos llamativos, kioscos con piezas artesanales y mini galerías montadas en la parte trasera de camiones pequeños.
El arte acogía tanto esquinas pequeñas como edificios completos (credito: Omar Vélez)
A dos cuadras de las galerías principales, Café Frenesí ofrecía un ambiente más relajado con artistas conocidos dentro de la escena “indie” del país. Vinilos de bandas como The Black Lips y Los Vigilantes servían de decoración siendo casi reliquias disqueras. Los integrantes de Dandy and the Walkers, Fofe y los Fetiches y Dávila 666 rondaban el área socializando mientras Dax Díaz preparaba su repertorio. Una vez se paró en tarima, el local movía las cabezas en el delirio musical que ofreció el músico independiente con su voz punzante y bilingüe.
Entre los bloques del sector, los artistas seguían manifestándose. No se tenían que apoderar de un mural para decir presente. Virtuosos nuevos como Flecha Arde y Minotaurelab pegaban paquines de muñecos fantasiosos e intercambiaban dibujos y comics poco a poco agrandando la familia.
Como parte de los “prepas”, un jóven calvo presentaba su mini galería en una guagüita bajo las miradas de “La dualidad de Jano” pintada por Juan Salgado. Allí exhibía estampas de San Juan hechas con materiales caseros mientras una neblina artificial que representaba toda la mala vibra que ofrece la sociedad y el gobierno impedía al público verlas correctamente.
Dieron las ocho en punto cuando una voz perezosa vociferaba: “Gracia’ pol venil. Nosotros somos Campo Formio”. Fernando Quintero presentó su trio de rock independiente compuesto por el bajista, Ricardo Pérez, el baterista, Diego Bernal, y Quintero en guitarra y voz.
Los más atrevidos del público terminaron sin camisa dandole puños al aire y bailando en volteretas sin sentido a las canciones progresivamente esquizofrénicas de Campo Formio. Eso no paró a los pequeñines de cinco y seis años en brincar y saltar al ritmo violento de la banda.
Campo Formio se presentó en la tarima principal ante un público de todas las edades. (credito: Omar Vélez)
La primera mitad de la noche fue cerrada por Jazz Bandana, rapero local que entregó su espectáculo mientras le tatuaban la palabra “arte” en su brazo izquierdo.
Una vez el reloj sonó a media noche, los que se rehusaban en parar las vibras cultas se trasladaron al otro extremo de Santurce hacia la esquina famosa de La Respuesta en donde se llevaba a cabo el “after party” de todo el evento.
Las gorras snapbacks y las camisas con colores neon reinaban esta parte de Santurce en donde el género de la noche lo era el rap y el hip hop. Alvaro Díaz calentó al público con canciones como “Las Chicas de la Isla” y “Super Xclusivo” mientras estos le gritaban palabras soeces con cariño.
Una vez terminó Díaz, el duo de rap acabado de concebir, Fuete Billete, se presentó ante los fanáticos presentes. El bajo que conlleva una canción como “Bien Guillao” fue suficiente para poner a todos en el ambiente más maleante de Santurce en el momento a la vez que se regaban rumores de una balacera en La Placita.
Al son de “La Trilla”, “Hasta El Piso” y “La Moda”, una modelo trigueña vestida de blanco movía su cuerpo apoderándose de la tarima más que los mismos raperos. En un abrir y cerrar de ojos, una joven del público fue subida al escenario en donde acompañó a la modelo original bailando.
Fuete Billete terminó a las tres de la mañana y el aire todavía anhelaba más. Santurce Es Ley entregó bastante energía para durar hasta el año que viene. Demostró que es más que un sector de San Juan. Hizo que el pueblo puertorriqueño se sintiera como uno artístico una vez más, dándole vida a aquello al borde de perderse. Santurce fue, es y será ley por los años que vendrán.