Trabajadores humanitarios son testigos de cómo mueren niños y niñas por falta de médicos y de medicamentos y de cómo crecen sin alimentos, escuela ni libros de texto, una cosa de todos los días en Siria, donde viven más de 250,000 menores en áreas asediadas en ese país de Medio Oriente.
Las áreas sitiadas de Siria se volvieron cárceles a cielo abierto, donde familias, niñas y niños quedan atrapados, rodeados de combatientes de bandos contrarios que se enfrentan e impiden que lleguen alimentos, combustible y otros suministros vitales y también que las personas puedan salir.
El contexto de la crisis se detalla en el último informe “Infancia asediada”, divulgado por la organización Save The Children, y presentado en una conferencia de prensa auspiciada por la Asociación de Corresponsales de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
El conflicto sirio, que ya lleva cinco años, dejó 250,000 personas muertas, 4.6 millones de refugiados y 6.6 millones de desplazados internos, además de más de 13.5 millones que necesitan asistencia humanitaria.
“En muchas zonas asediadas es muy difícil encontrar cloro para potabilizar el agua; sin embargo, los bandos enfrentados habrían usado gas de cloro para atacar y matar civiles”, indica el documento.
“El centro de salud de aquí es solo una mesa, un esterilizador y una gaza”, relató una madre de Ghouta, un barrio de Damasco.
La directora regional de Save the Children, Sonia Khush, relató que el único médico que queda en Madaya es un combatiente veterano, mientras que en Moadamiyeh tres de cada ocho son dentistas.
Cuando las personas necesitan analgésicos, toman una pastilla cada tres días. No hay vacunas ni medicamentos para las enfermedades crónicas, como la diabetes o problemas del corazón.
Las consecuencias de la precaria situación de escasez no es solo física, sino también psicológica para las mujeres y los niños, quienes se crían en un ambiente que está lejos de ser seguro y en estrecho contacto con una cultura de guerra, añadió.
“Los niños viven con el temor permanente a los bombardeos, los que ocurren más en zonas sitiadas que en cualquier otra parte de Siria”, apuntó Khush.
Los datos con los que se realizó el informe surgieron de 22 grupos de referencia y de entrevistas a más de 125 padres, madres e hijos residentes en ocho diferentes áreas asediadas de Siria.
Los resultados revelaron que los sirios han tenido que disminuir el número de ingestas diarias a la mitad o más. En siete de los grupos, 32 por ciento del total, algunas personas dijeron que a veces pasaban un día sin llevarse alimentos a la boca.
Cuatro de los grupos de adultos, 24 por ciento, dijeron que hay niños y niñas que mueren por falta de alimentos.
Además, los padres de 14 grupos, 84 por ciento, notaron que sus hijos se vuelven más agresivos, retraídos o deprimidos.
Una asistente humanitaria, quien prefirió no revelar su identidad y que fundó una organización local en 2012 para coordinar las actividades de ayuda en las zonas asediadas, se refirió al “arte de sobrevivir” que practican miles de familias.
“Hay madres obligadas a cocinar pasto y dar de comer a sus hijos alimento de animales. Varios recién nacidos mueren en los puestos de control porque no consiguen el medicamento adecuado. Eso es para mí vivir en una área sitiada”, relató.
A pesar de que el Consejo de Seguridad de la ONU emitió seis resoluciones desde 2014, las que reclaman el libre acceso al personal humanitario en Siria, el número de personas que residen en lugares aislados por la guerra aumentó a más del doble el año pasado, además de los bombardeos.
“La situación empeoró”, observó Khush. “En 2015, solo uno por ciento de las personas residentes en zonas sitiadas recibieron asistencia gratuita de la ONU. Pero las comunidades se vuelven más resilientes y determinadas a actuar para resolver sus propios problemas”, acotó.
“Toda la sociedad civil de Siria, que no existía antes del conflicto, trata de reconstruir una sociedad quebrada gracias al aporte de mujeres y hombres, quienes, a pesar de los riesgos cotidianos, están decididos a formar parte de la solución”, destacó.
“Es importante para nosotros que ya haya comenzado el proceso de reconstrucción del país para devolver a las personas su dignidad y sentido de apropiación”, subrayó la voluntaria siria.
“Ubicados en Damasco, trabajamos principalmente en áreas donde operan grupos insurgentes”, indicó. “A través de una sólida red de voluntarios y consejos locales controlamos a diario qué zonas fueron bombardeadas, qué escuelas atacadas y la seguridad de los niños a la salida. Hablamos directamente con la gente”, remarcó.
En zonas como Ghouta oriental, un territorio principalmente agrícola, la gente ya no quiere limosna. Cuando llegan los suministros, prefieren semillas, herramientas e instrumentos, observó la directora regional de Save the Children.
“Se le presta mucha atención a los convoyes y a la asistencia alimentaria, que es muy importante”, indicó.
“Pero no se atienden otro montón de elementos relacionados con lo que realmente necesitan las personas. No se concentra en cómo ayudar a las comunidades a generar ingresos por su cuenta y de forma sostenible, que es lo que hace Save the Children”, explicó.