La palabra peripecia posee dos definiciones según el diccionario de la Real Academia Española. En primer lugar se indica que “en el drama o en cualquier otra composición análoga, [aduce a un] cambio repentino de situación debido a un accidente imprevisto que altera el estado de las cosas. En segundo lugar se destaca que “en la vida real, [se refiere a un] accidente imprevisto o cambio repentino de situación”. Así ha sido la más reciente irrupción del movimiento estudiantil en las pasadas semanas (particularmente en las asambleas estudiantiles de los recintos de Mayagüez y Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico (UPR), así como en las actividades del 18 de marzo frente al Departamento de Hacienda y el Capitolio). Ese día se conmemora la Comuna de París y precisamente en ese día los estudiantes se dispusieron nuevamente a detener un intervalo desolador, que venimos arrastrando desde el 2010, para dar paso a un ciclo abierto y esperanzador que comienza a disputar el curso biopolítico de la llamada crisis fiscal de la deuda.
Ante ello, recientemente, en una comunicación escrita para el Senado Académico de la UPRRP, el teórico político y profesor Raúl Cotto Serrano ha reseñado la singularidad de la última peripecia del movimiento estudiantil. Señala Cotto: “He mencionado que se trata de una situación particular porque es la primera vez que la Universidad confronta una amenaza de huelga estudiantil indefinida por exigencias que responden a una situación fuera de ella”. Además sugiere que una buena parte de las exigencias hilvanadas por los estudiantes:
“[E]stán fuera del control directo de las autoridades administrativas de la institución. Algunas demandas, requieren un cambio de ley y una, requiere un cambio en la constitución, que a su vez, requiere legislación.
Del hecho de que se presenten exigencias que no se pueden satisfacer por las autoridades universitarias, se podría concluir que la meta es realmente hacer una huelga por la huelga misma. Además, como la exigencia crucial, de la que depende el cumplimiento de muchas otras es la 2 (el impago de la deuda nacional), se podría concluir que ésta responde a los intereses partidistas de los grupos que defienden esa opción en el debate político puertorriqueño”.
El argumento principal en la lectura que hiciera el profesor Cotto es el señalamiento de un tipo de excedente: las demandas del movimiento estudiantil exceden el marco institucional de la UPR pues la institución no tiene la capacidad jurídica para absorberlas. Y añade que la concreción de esas demandas se encuentran en una posición de exterioridad respecto a la UPR. Al autor decantarse metodológicamente por una óptica jurídica para entender el conflicto pierde, a su vez, toda posibilidad de valorar en términos políticos esa relación de excedencia que fundamenta su propia argumentación.
Pienso que por el contrario, más allá de descartar esa cualidad de excedente en nuestro entendido sobre la situación crítica por la que atraviesa el País, en todo caso habría que apuntalar esa novedad sui generis descartada por Cotto. La noción jurídica del profesor Cotto aniquila la política y con ello arruina toda posibilidad teórica y práctica para superar el estado actual de cosas. Por eso se equivoca el profesor: la relación política se encuentra en esa excedencia de las demandas que bien él identifica pero que al mismo tiempo descarta. La excedencia descartada es precisamente la condición cualitativa que posibilitaría el surgimiento de la política. Es, a su vez, la posibilidad real para sostener la constitución de una política rupturista-antagonista en este momento histórico: la emergencia de un poder constituyente que dispute la hegemonía y biopolítica de la crisis-deuda.
Pero estipulemos lo siguiente: el propio Cotto apunta a un tipo exterioridad. La UPR, según el autor, no puede ser sujeta de relaciones externas a su propia lógica y mucho menos de la intrusión de la política partidista e injerencia de una futura Junta de Control Fiscal (JCF). Cotto hace referencia a una exterioridad parcial, impotente, revestida solamente por las artimañas y parafernalias de una formalidad jurídica que falazmente atribuye autonomía a la esfera universitaria. Decía Carl Schmitt que soberano es quien decide sobre el estado de excepción: la autonomía universitaria no existe ni siquiera de jure siendo la institución regida por un organismo como la Junta de Gobierno que maneja (management) los asuntos desde una racionalidad empresarial y privada. Solamente bastaría ver el informe del comité ejecutivo comisionado por Luis Fortuño en el 2011 (en donde incluso universidades privadas participaron – sin que les intimidara el conflicto de interés – de lleno en la elaboración de políticas administrativas y fiscales que afectan a la UPR) y el último mapa de ruta encargado por la actual Junta de Gobierno a la Association of Governing Boards of Universities and Colleges (AGB).
La Universidad, evidentemente, no es un archipiélago autónomo como pretende afirmar el profesor desde la óptica jurídica: la subsunción real – a lo Karl Marx – de esta institución a la política del estado, de los partidos y a los mandatos normativos del mercado es absoluta. Por lo que en la condición actual solamente existe un adentro: el mercado (entiéndase JCF, entiéndase AGB, etc.) se ha revestido de soberano decidiendo de forma excepcional cada aspecto de la vida universitaria (y del Bios en general).
A la totalidad sistémica de la subsunción real se contrapone, a mi juicio, una exterioridad rupturista más plural, no jurídica, construida a través de la articulación de las demandas y de la discursividad emergente desde la actividad política de los movimientos. En este caso el argumento del profesor resulta decididamente impotente: la debilidad o precariedad de la universidad como sistema (como totalidad, como institución) se da a partir del actual consenso (hegemónico/biopolítico de la deuda) y no desde la actividad política (de ruptura/negación) del movimiento estudiantil. Cualquier curso de acción que el estudiantado decida seguir en la asamblea del martes 5 de abril, en definitiva no destruirá la Universidad. Lo que es presentado como novedad sui generis por el profesor realmente no lo es: es la condición dialéctica entre el régimen neoliberal y los movimientos sociales (y de revueltas) propias de la subsunción real y que se vienen desarrollando desde el 2009 (local e internacionalmente; como lo es actualmente la contra-conducta política de aquellos movimientos sociales y sujetos de la precariedad neoliberal que rechazan la Ley “El Khomri” en Francia).
Habría que señalar que la peripecia (ese cambio abrupto de situación) a la que hace referencia el profesor no se encuentra simplemente en el hecho de que el estudiantado haya enarbolado una serie de demandas cuyas concreciones o absorciones a nivel institucional se encuentran fuera del alcance del mundo universitario. Sino en todo caso, en que tales demandas, en este momento histórico, apuntan a: (1) por un lado, a la identificación de un enemigo común en el abigarrado escenario de luchas políticas en Puerto Rico; (2) por otro lado, la posibilidad política para la construcción común de un “nosotros”; y (3) la puesta en escena de una performatividad política alternativa que se materializa en un modo de organización que va asumiendo el movimiento estudiantil (muy parecida a la de 2010) que supera los tradicionales modos organizativos de la forma-partido y la forma-sindicato.
Lo que se presenta como excedente (no dado, sino producido) es la posibilidad del antagonismo, es decir, de la política misma: la ruptura con el ancien régime es la única posibilidad de fundar una renovada secuencia histórica tanto para la Universidad como para el país.
Nota relacionada:
El autor es doctor en sociología jurídica y profesor universitario en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Este artículo fue editado por Diálogo para propósitos de su publicación. La versión original fue publicada en el blog: vitalpolitik.wordpress.com.