Ferdinand de Saussure, en su libro Curso de Lingüística General, indicó: “Se puede, pues, concebir una ciencia que estudie la vida de los signos en el seno de la vida social. Tal ciencia sería parte de la psicología social, y por consiguiente de la psicología general. Nosotros la llamaremos semiología”. La crítica feminista, inspirada precisamente en las aportaciones iniciales de Saussure, cuestiona nociones esencialistas como las que se desplazan en el informa de la Real Academia Española redactado por Ignacio Bosque, citado en El problema de “todos y todas”, el segundo de tres artículos acerca del tema de lenguaje inclusivo que publicó Diálogo en abril de 2016.
Por ejemplo en la frase del informe suscrito por Bosque: “mantener viva la esencia del español”, considero necesario discutir desde Saussure, la frase: “mantengamos viva la lengua dejándole que tome su curso natural”. Saussure criticó el uso de la noción “lo natural” en el mismo curso. Los devenires de las lenguas no tienen nada de “natural”. Esto se ha elaborado desde diferentes disciplinas. Por ejemplo lo hizo la bióloga y genetista Ann Fausto-Sterling porque no le daban las categorías de la lengua inglesa para dar cuenta de los posicionamientos de sexuación. Lo hizo la antropóloga Emily Martin cuando consideró importante cuestionar los acercamientos dualistas en los currículos. Con ellas comento el subtexto de la frase “actitud científica y objetiva, con una actitud lingüística, para poder tomar una decisión coherente”.
Las decisiones lingüísticas de las academias, como otras de la cultura no tienen mucho de coherentes. Son convulsas y muchas veces, arbitrarias y falocráticas. No están fuera del sistema, más bien son productos de su entropía, aunque, como hacen los sistemas familiares, conforman a ellos y a ellas. Los sistemas son inconscientes, andróginos, pero en el orden imaginario se quieren presentar como “naturales” y binarios. La frase tautológica de realismo ingenuo en el informe de Bosque: “El lenguaje es lenguaje, un sistema; los sexistas son los seres humanos”, confunde lengua y discurso (que son distintos e interdependientes), y es dualista, separa: cuerpo y palabra. Como si los seres humanos usaran “libremente” un sistema, el lenguaje, que está “fuera” de ellos. El lenguaje no está fuera, ni aún en las psicosis.
El lingüista y filósofo Roman Jakobson ya nos ayudó a entender que no se puede separar la selección de la combinación. El lenguaje, lo conocimos primero en el uso (en los muchos discursos posibles) y es en esa enunciación donde se manifiesta el sexismo. Hablo de la sujeción de todo ser vivo que habla a las leyes del lenguaje, tema que requiere espacio para elaborar. El lenguaje no sólo representa, funda.
Esos fantasmas inconscientes de la institucionalidad de la lengua se han advertido y cuestionado con el uso del lenguaje inclusivo, y me alegro que la autora del texto de Diálogo lo valide. Porque precisamente se trata de “forzar” la lengua como escribe con molestia inquietante Bosque, un académico que escribió el texto Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer, suscrito por académicos numerarios (28 varones y cuatro mujeres). ¿Cómo los estudiantes (que tanto preocupan a Bosque) interpretarán este dato? Él dice que con el uso del lenguaje inclusivo se “conculcan aspectos gramaticales o léxicos firmemente asentados en nuestro sistema lingüístico”. Le preocupa “forzar” la lengua. Pues sí, si nos hace invisibles hay que forzarla, conculcarla, transgredirla, macetearla como me dicen los estudiantes. ¿No es lo que se hace en cada escritura? ¿No es lo que hacen las líricas del rap? ¿No es lo que hacemos al intentar apalabrar un sentimiento, o un pensamiento? Clarice Lispector me lo dice todas las mañanas. Y Pablo Neruda aludió a este fenómeno en su texto Las Palabras: “Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto… Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola…”
La palabra niñas, adviene a la cultura (al lenguaje, al discurso) de forma deficitaria. Es decir, el advenimiento a la subjetividad es más difícil para ellas, porque es como si vivieran una doble castración simbólica. Y esto lo han elaborado psicoanalistas como Francoise Dolto, para mencionar sólo mi preferida. Las niñas son evaporadas, suprimidas simbólicamente en el “los” y el “todos” de los discursos hegemónicos. Son descritas primero como chancletas y luego son invisibilizadas, fetichizadas, insultadas en algunas letras de rap que ellas escuchan, y a veces, bailan, tararean cuando pasan frente a sus casas las discotecas ambulantes. Esta dinámica la vivimos antes con algunas letras del género de la salsa. El advenimiento de las niñas a la vida psíquica, a las primeras triangulaciones: no-es-fácil. ¡Y posteriormente algunas de esas niñas se identificarán con el agresor antes de ser asesinadas! Parece que el sistema lingüístico es inocente (científico, objetivo…) pero no es así. Entonces opto por una alternativa contraria a la expresada por la autora del artículo de Diálogo al citar a Bosque, cuando se refiere a utilizar lenguaje inclusivo o a no utilizar lenguaje que las borre a ellas y a nosotras, algo perturbador parece, pues habla de que es una “postura extremista, contrapoducente lingüística y pedagógicamente”. ¿Contraproducente? ¿Qué será lo producible pedagógicamente? Porque eso depende de la productividad que se quiera en el texto. Al contrario, esa actitud inclusiva puede ser despertadora. Es síntoma del malestar, por siglos de exclusión. Y los síntomas siempre nos llevan a otras miradas. Tal vez no resolverá el problema del sexismo, pero es una simbolización válida. Por esto trastorna los sistemas institucionales.
Por ejemplo, existe una comunidad, cuya lucha es admirable, que no se siente “representada” por la lengua, los sistemas semióticos, la jurisdicción, la cultura y tiene que utilizar para visibilizarse un sistema semiótico propio, con el uso de unas consonantes y últimamente una vocal: LGBTTQIA. Esta comunidad encuentra ofensivas las categorías estereotipadas que suele utilizar el uso de la lengua para nombrarla. Yo también lo creo así y recomiendo la lectura de la novela La Patografía del escritor puertorriqueño Ángel Lozada. Durante la misma viví el dolor del protagonista cada vez que escucha esa palabra genérica que ametralla. Lo vivieron igualmente personas que atendí durante años en psicoterapia.
Tal vez las personas transexuales sufran aún más que las niñas la exclusión, el acoso, y la oclusión de su mismidad en el orden simbólico al que advienen. Como ejemplo, una anécdota. Mi abuelo me contó que uno de sus amigos, en los años 30, quería aceptar a su hija pero no tenía las categorías lingüísticas para nombrarla. Entonces le confió a él su dilema cuando dijo: —mi hija me salió varón, pero no importa, si ella quiere la llevo a la gallera. Él sólo disponía del binarismo varón-mujer. Así acompañó mi abuelo a su amigo porque escuchó su relato sin rechazo ni homofobia sino con silencio, respeto y aceptación. Por esto cada vez que noto en estos tiempos, el acoso (que utiliza especialmente categorías de la lengua que estigmatizan), pienso que hemos retrocedido al conceptualizar.
Como en este siglo aún no tenemos en el lenguaje, mejor dicho, en el hábitus lingüístico las categorías para nombrar sexuaciones diversas, se entiende que se “fuerce” la lengua, o se proponga la noción de lo queer o lo lgbttqia, entre otras. Son nociones impugnadoras de la sujeción identificadora del lenguaje. Aunque el lenguaje no sea el único sistema semiótico, podemos coincidir con Saussure en que es de los más importantes porque atraviesa todos los demás. Y en este contexto el binarismo hombre-mujer (ideas culturales estructurantes) ha sido puesto en cuestión. ¿Ignacio Bosque estaría de acuerdo con llamar “Ellla”( neologismo que une Él y Ella) a una amiga transexual? ¿Sería asesinar la lengua? “¿No tiene sentido?”, como él dice. Me declaro culpable: Todos asesinamos al nombrar, con una doble ausencia, como escribió Tsvetan Todorov en su Diccionario Enciclopédico de las Ciencias del Lenguaje: ¡Matamos el sujeto y el objeto!
Transgredir la lengua
La fuerza centrífuga que transgrede mantiene la lengua viva. Porque hay sectores invisibles en el orden simbólico que pugnan por salidas figuradas, aunque esto no sea la solución a su malestar. Afortunadamente, la lengua no les pertenece sólo a los lingüistas numerarios. Y entender este fenómeno es un asunto trans: transdisciplinario. Claro, la pretensión de muchos es hacer sociología o psicología desde la literatura o desde la lingüística, o utilizar la celebridad de algunas escritoras, como hace Bosque. Y aquí recuerdo a Jakobson y su insistencia, al decir que lo importante es el diálogo interdisciplinario y no dictar verdades desde una disciplina. Por eso puedo comprender a Bosque cuando dice que los lingüistas no fueron consultados para escribir los manuales de lenguaje inclusivo. ¿Por qué será? Mi manual preferido, que incluye a Bosque en la bibliografía, viene de Perú, del Ministerio de la mujer y poblaciones vulnerables y se denomina: Guía para el uso de Lenguaje Inclusivo: Si no me nombras no existo Documento de trabajo.
Bosque escribe: “Intuyo que somos muchos —y muchas— los que pensamos que la verdadera lucha por la igualdad consiste en tratar de que esta se extienda por completo en las prácticas sociales y en la mentalidad de los ciudadanos”. ¿El lenguaje (lengua, habla, discurso…) no es una práctica social? ¿El lenguaje no conforma la mentalidad de los ciudadanos? ¡Uff! Esto es casi presaussureano.
¿Pero cómo “la igualdad” se va a “extender” sin cuestionar las dicciones y los deícticos? Bosque se apoya en el argumento de que las mujeres escritoras: Soledad Puértolas, Maruja Torres, Ángeles Caso, Carmen Posadas, Rosa Montero, Almudena Grandes, Soledad Gallego-Díaz, Ángeles Mastretta, Carmen Iglesias y Margarita Salas, no siguen las directrices contra el supuesto sexismo verbal que se propugnan en las guías (de lenguaje inclusivo) que estoy comentando. No son esas mujeres escritoras las que han estudiado por años este fenómeno que Bosque considera supuesto, sino otras mujeres escritoras: antropólogas, biólogas, genetistas, filósofas, psicoanalistas, sociólogas, psicólogas, abogadas, maestras, profesoras de literatura y doctoras en medicina, las que han elaborado y dialogado acerca de las consecuencias psíquicas del sexismo. Y muchos escritores varones, porque no están de acuerdo con la sobrevaloración cultural de sus gónadas, no se dejan ofuscar por numerarios y saben que no es cuestión de anatomía, sino de signos y símbolos estructurantes. Por esto han hecho crítica feminista . Explicar la diferencia o la conjunción-disyunción entre cuerpo y palabra y cómo los cuerpos están sujetos a los imaginarios del simbolismo predominante, es algo que tiene que dialogarse en el espacio de relación entre las disciplinas. Para que no tardemos otro siglo más en promover la inclusión.
Ese fronte en la sentencia de los académicos numerarios no desmotiva, por más que tenga un emblema como marca de agua presente mientras se lee todo el documento. Que el lenguaje inclusivo no elimine la violencia doméstica y la desigualdad, no es algo que desestime o impida su uso. El régimen de verdad, e intento formalista de los numerarios, no nos intimida en el momento de “forzar” la lengua. A pesar de que somos conscientes de que el lenguaje implica sujeción o por eso mismo, es válido ejercer violencia simbólica a un orden que aunque conforma ambos polos del binarismo hombre-mujer (a todos —y todas— los seres humanos, los hablantes, sufrientes, como dice un amigo), al simbolizar sobrevalora uno de esos conjuntos. Y esa sobrevaloración se repite calladamente, en forma inconsciente. Recuerdo aquí el consejo del sociólogo Pierre Bordieu de “no confundir las cosas de la lógica con la lógica de las cosas”. En este caso lo aplico a la lógica binaria.
El filósofo del lenguaje Charles Sanders Pierce hizo hincapié en que una creencia se fija con la repetición. Por eso los actos fallidos del lenguaje incomodan a algunos porque interrumpen o desvían esa repetición o el desplazamiento de la lengua de su zona cómoda. El sexismo tiene que ver con lo verbal y puede ser pretexto para un trabajo curricular sobre la construcción de géneros y sexos, que en Puerto Rico no inquieta, horroriza a muchos —y muchas—. Así lo notamos en el rechazo a la inclusión loable de la perspectiva de género en el Departamento de Educación de Puerto Rico. Pero los numerarios saben que no pueden legalizar los usos de la lengua, y en su ensayo, Bosque lo dice: “no hay desde luego ilegalidad alguna”. A ellos y a las poquitas numerarias, les invito a vivir la lengua y dejar vivir, hablar, escribir, conculcar, emperejilar y transgredir.