I
Estaba en una jaula de cristal bañada de una luz invisible. Una jaula rodeada por un octágono de pilares y sogas. Un octágono en el medio de un cuarto que abría pasillos. Pasillos que llegaban a más cuartos, y en ellos, otras jaulas y paredes que cubrían el arte y la antigüedad de la noche, que afuera, también vigilaba. Los guardias daban ronda, sus manos pequeños faros, y el silencio con sus pasos y la invisibilidad, no se percataron del hombre que entró al laberinto. El laberinto que guardaba una jaula de cristal.
Pasó por los pasillos usando las sombras que cubrían su cuerpo a su favor. Sombra y sombra hablaron. Sombra y sombra se entendieron hasta que llegó a la jaula de cristal y la vio. Másaar.
II
-Damas y caballeros tengo el placer y el honor de empezar la gala de hoy dándole la bienvenida a un hombre muy distinguido que, sin él, esta noche en nuestro Museo de Antropología y Arte Cultural de La Universidad no sería posible. Pero antes de que tome su lugar en el podio quisiera, si me lo permiten, hacer una breve ponencia como agradecimiento de su hallazgo. Y va así: recuerdo habernos conocidos cuando aún estudiábamos, para ese entonces yo no sabía qué hacer con mi vida y ni pensé en lo absoluto que estaría aquí ahora, hablando frente a ustedes sobre nosotros y aquellos tiempos. Él en cambio siempre fue un hombre brillante. No es de dudar que fuera Magna Cum Laude, alto miembro de la A.I.A. al año de graduarnos, presidente del comité de la C.A.M. y ahora uno de los más grandes arqueólogos de nuestros tiempos. No es de dudar que, en su primera expedición, su primer estudio de campo, haya encontrado la pieza más importante de la historia: Másaar. Con ustedes, damas y caballeros, ¡Omar Sandoval!
Cuando se bajó del podio y dejó al otro subir: todos aplaudieron. Todos menos uno, un hombre que entre medio de ellos respondía a la euforia con la amargura de un trago. El joven antropólogo que estaba en el podio le era hermosamente horrendo. Una blancura que pestañaba destellos verdes cubiertos por un oscuro manto en su rostro. Una perfección irreal, pero allí posible. Una afilada lengua, con una sonrisa, lamentablemente radiante. Hombre. Firme de cuerpo y seriedad de rostro. Oculta solo por todo lo antes mencionado: sus ojos, su pelo, su sonrisa, su elocuencia. Omar Sandoval, un gabán en un podio que no le pertenecía.
-Gracias. En verdad, mil gracias a todos por sacar de su tiempo y estar aquí presente. En una noche, no mía, sino de ustedes. Ustedes hicieron ésta noche posible. Ustedes que creen aún en nuestra ciencia, la ciencia humana, que sigue y seguirá haciendo historia para hombres como yo poder, en un futuro, soplar el polvo y descubrir el pasado que aún no está escrito. Pero que vamos escribiendo en la marcha.
Más aplausos.
-Comenzaré la presentación de Másaar como se debe. Con la historia. ¿Qué es Másaar? Ante esta pregunta solo hay una respuesta en mi mente…
III
12 de noviembre de 20XX
Ayer hablamos con unos nativos del Cadhia y ellos nos contaron más sobre «Másaar». Es interesante como nuestras perspectivas son distintas. Aunque nos ha tomado tiempo comunicarnos creo que ya, por fin, logramos entender el significado de ciertas palabras que nos causaban malestar. El sistema lingüístico de estos nativos es bien interesante, y se parece mucho al latín, aunque tiene su origen en el español. Tendría que hacer un tratado entero sobre el mismo, por lo cual me enfocaré más en los hallazgos pertinentes a «Másaar».
Para empezar, no nos podemos enfocar en raíces etimológicas cuando se trata de su lenguaje. Sino en las sílabas. «Másaar» cuya pronunciación es /masaar/, contiene tres sílabas aquí presentes: (1) «Má-», (2) «-sa-», y (3) «-ar». Para la traducción al español es altamente necesaria esta ecuación.
Al consultar las reglas presentes en mi otro diario, que prometo publicar como un estudio mayor en el campo lingüístico, la primera sílaba no sufre ningún cambio. En cambio, la segunda, «-sa-», da paso a la duda, pues el fonema /s/ está presente tanto en la lengua española como en la de los nativos. Pero esto se debe a que ocurre un cambio en nuestro fonema /k/. Algo que llamaré «Intercambio Fonético». Es decir, cuando en nuestra lengua existe /s/, está pasa a ser /k/ en la de ellos, y viceversa, cuando /k/ está presente cambia a /s/. Por lo que podemos concluir que /sa/, realmente es /ka/, dando de tal modo y por el momento: «Mácaar» /makaar/.
Ahora en la última sílaba «-ar» ocurre lo que llamaré «Intercambio Construccional», que tiene un origen aún desconocido, pero bastante interesante. Según mis notas, consiste en un intercambio estructural que está presente cuando el fonema /r/ forma parte del inicio de la sílaba en cualquier palabra en el idioma español. Tal fonema toma posición final. En nuestro caso podríamos ver que /r/, en el idioma nativo, está al final, por lo que podemos deducir que ocurrió un Intercambio Construccional, y que realmente la silaba leería «-ra». Concluyendo: «Másaar» como «Mácara».
Fue entonces que me quedó claro que en el lenguaje nativo también ocurrió un cambio por «Asimilación». Pues notando nuevamente el fonema de «Másaar», /masaar/, pude concluir que en la primera sílaba /ma/ pudo existir un fonema final /s/ que se perdió con el primer fonema de la segunda silaba /sa/. Siendo la palabra original «Mássaar», cuya traducción es…
IV
-…máscara. Así, como la primera vez que comprendí su significado luego de varios años con los nativos en Cadhia al descubrir su traducción al español. No es de extrañar que siempre sea esa palabra la primera que viene a mi mente. Pues el problema con todos aquellos que desde hace tres, cuatro, quizás cinco siglos, era que buscaban algo sin forma. Algo que solo llevaba un nombre y mil mitos. Mitos de inmortalidad. Mitos de tiempo y espacio. Mitos de poder y sabiduría. Mitos de fuerza y conquista. Buscaban algo invisible.
Omar Sandoval dio una breve pausa para observarlos. Miro los rostros de fascinación, los rostros que esperaban más. Miró con alegría y triunfo, y miró con esperanzas…hasta que lo encontró. Sus verdes ojos se enfrentaron con los de aquel que tomaba un trago al final, aparte de todos los demás. Aquel hombre que no aplaudió dejó caer la copa, y todos, no sé si por el sonido del cristal al romperse o por el rostro de pavor de Omar Sandoval, miraron al fondo. Pero no pudieron ver nada. Ya el hombre se había ido.
V
4 de abril de 20XX
Nos adentramos en la selva sin pensar en las consecuencias. La ambición es mal guía. No he tenido mucho tiempo para escribir, pues el viaje ha sido largo y peligroso. De los tripulantes ya quedan pocos. Cuatro nativos, Vázquez, Ghillebaert, Sandoval y yo. A Andújar lo perdimos cruzando un puente que pensábamos seguro. Dio un mal paso. Lo peor del caso es que él llevaba la comida y el agua. Por lo que nos hemos tenido que acostumbrar al sabor de algunas cosas extrañas que los nativos nos favorecen y que nos mantiene vivos. Ya ni se pregunta qué nos metemos a la boca. A Ivanov lo mató un tipo de serpiente, bien extraña, azul de ojos rojos, y pues, altamente venenosa. No hizo más que tocarla y cayó al piso paralítico. Convulsó, se le derritieron los ojos y luego murió. A mi buen amigo Stephan lo perdimos cerca del área de la cascada que marqué en el mapa con la esperanza de encontrarlo con vida de regreso. Pero como nos advertían los nativos: «Aquel que no está destinado a encontrar a Másaar se los come la selva.» Lo que explica porque ellos nunca se adentran a encontrar la máscara que tanta presencia ha tenido en nuestra y su mitología.
La máscara, que en todo tratado mitológico siempre ha sido vista como metáfora de supremacía (intelectual, territorial, corporal, etc.…), para ellos no es distinta. Según la mitología del Cadhia, la máscara pertenecía a un «Dio cin orstor», (/diwo kin_orstor/), «dios sin rostro» que la utilizaba para coger prestada la «aparinsia», (/aparinsilia/), «apariencia» de los mortales y vivir entre ellos. Sobre el «Dio cin ostor» hay detalles previos sobre la pérdida de su rostro que obviaré, pues no son pertinentes para la explicación siguiente. Ante la desaparición repentina e inexplicable del «Dio cin ostor» la máscara fue encontrada y dejada en un templo en algún lugar de ésta selva. Pues los antiguos nativos temían que cualquier mortal pudiese acoger la apariencia de otro y dominar. La supremacía permanece como metáfora de engaño. Pues, ¿cómo combatir a uno que puedes ser todos y nadie a la vez?
VI
Cuando la alarma sonó: los guardias y sus linternas con luces danzantes llegaron muy tarde. Allí, no había nadie, y sí lo hubo: ¿quién pensaría que tomó la apariencia de alguno de ellos para escapar?
VII
-¡NO me importa!
Sandoval había perdido la compostura. Recibió la noticia al instante con un disgusto total y supo a quién llamar. En su sala lo acompañaba el hombre que lo introdujo la noche anterior en su presentación: Stephan Murray. Igual de alto, más corpulento, con un bigote notable. Estaba sentado en un sillón y bebía para tranquilizar el sudor en su frente. Un sudor: que era en realidad puro miedo. Sandoval también sudaba, pero el sudor que sacaba de su frente era sacudido con más furia hacia el piso de la sala. Sus venas, bien marcadas en la sien, denotaban más la ira en sus ojos. Era un león en puro pensamiento. Pero su cabeza se movía, no como la del rey de los felinos, sino como una hiena inquieta que no quería aceptar la verdad.
-Tuvo que ser él. Es que tuvo que ser él. Él estaba allí Stephan. Lo vi. Estoy seguro que sí.
-Es imposi—
-¡NO ME DIGAS QUÉ ES IMPOSIBLE Y QUÉ NO!
Silencio.
-Omar…lo viste morir.
-Lo sé.
El león-hiena se había tranquilizado.
-Pero estaba allí. Cuando di el discurso lo vi. En la pared al final bebiendo. Todos escucharon la copa caer. No estoy loco.
-No pienso que lo estés. Pero ahora creemos en fantasmas, ¿eso quieres decir?
-No es la primera vez que veo uno.
-¿Hablas de Ivanov o de mí?
-De ambos. Aunque Ivanov es un caso distinto.
-De eso no hay duda. Pero veo por donde va el pensamiento. ¿Presumes que Matos fingió su muerte?
La pregunta se quedó en el aire solo por unos minutos. Recorriendo la sala, un sillón, con sofá, mesa, anaquel con figuras extrañas y premios, paredes adornadas con artefactos antiguos y modernos. Sobando la mesa vacía, si no fuera por el portavaso que Omar Sandoval colocó para que el cristal no se dañara. También la maleta de Murray, su sombrero y el periódico que anunció la noticia del robo que inició la discusión al lado del sillón donde él seguía bebiendo y escuchando a su compañero. Hasta que Sandoval volvió a hablar:
-No presumo nada. Lo sé. Debió saber lo que planificábamos.
-¿Cuándo maté a Ivanov?
-O cuando mataste a los nativos, ¿pero qué más da cuando supo o no? El punto es que se robó la máscara Stephan, se robó la máscara. De eso estoy más que seguro y si no hacemos algo al respecto…
-Todo estará bien Omar. Él no tiene ninguna prueba. Si Matos realmente está vivo, ¿quién le creerá un mero cuento de la selva? Además, te preocupas demasiado, ya todos te aman. Encontraste Másaar, la encerraste en un museo donde diste un discurso público que hoy ha llenado los medios.
-De la forma equivocada. Los medios hablan más del robo que de mi hallazgo.
-Te enfocas en tonterías. Mi punto es el siguiente: eres un héroe, y él, un ladrón.
-Entiendo tu punto, pero la humillación aún está presente.
-O algo peor.
-¿Peor? ¿Qué puede ser peor que esto Stephan? ¿Ah? Dime.
VIII
9 de mayo de 20XX.
El Templo del «Dio cin ostor»
Una ciudad en medio de una maleza salvaje e indomable. Solo tres torres de rubí sobre el verdor y la amarillenta majestuosidad floral y primitiva de la selva resaltan sobre todos los demás edificios de matices oscuros y viejos. La de la izquierda: la mitad de lo que resta de sus dos hermanas. La de la derecha: el génesis blanco, espumoso y ruidoso de un rio que divide aquel mundo, con la selva y el nuestro. La del medio: una escalera ensangrentada hacia los dioses. A nuestros pies dos nativos dándole alabanza y cuatro hombres junto a una mujer en pleno asombro.
Cruzamos el rio, nuestros pies saborean la frialdad que contrasta con el calor emanante del sol. La sombra de la torre del medio nos arropó luego de varios pasos, y allí, en su acogida compañía pudimos apreciar lo que el sol tapaba con sus rayos: la entrada, un arco hecho con manos de piedras que ascendían hasta ser el sostén de otra mano, un puño con el dedo índice apuntando al cenit. Entramos y la cámara, que refleja ser nido de ramas muertas que salen de las agrietadas paredes que en algún tiempo conservaron la historia de un mito, o una leyenda, una historia. El techo, por el lado izquierdo deja entrar al sol por huecos tan grande y antiguos que dejan polvo en el aire. Por el lado derecho, llueven cascadas diminutas que forman pequeños ríos y pequeños lagos entre medio de las grietas y las alzadas rocas. En el centro de la cámara, rodeado de estatuas de hombres sin rostros que apuntan al centro, reposa una pirámide de ojos, piernas, cuerpos sin brazos y más manos. Una escalera circular logra una ascendencia y sobre ella estaría lo que todos buscábamos: Másaar. Desde mi posición aun no puedo verla. Pero detrás de ella, según los nativos, resta un abismo. Profundo, y de una inimaginable oscuridad que provocaba el temor de dar un paso en falso y provocar el derrumbe de todo, pero en especial de Másaar, que tan frágilmente se sostiene en aquella altura esperando la mano firme de algún mortal.
Por eso es que cuando—
IX
9 de mayo de 20XX. La libreta de Andrés Matos cayó al suelo del templo con el sonido de un disparo. El eco retumbo en toda la cámara, la pólvora cayó, el humo ascendió, los rostros de todos menos el de Omar Sandoval y el de Stephan Murray sufrían de asombro. Stephan Murray disparó al otro nativo sin arrepentimiento y comenzó el caos nuevamente. La confusión fue el primer caballo, el segundo la compresión, el tercero ira y el cuarto…el cuarto siempre será la muerte.
Guillermo Vázquez fue el primero en preguntar lo obvio.
Pero nadie se atrevía a contestar.
Omar Sandoval solo reía.
Luego disparó de nuevo y el cuerpo de Guillermo Vázquez cayó al suelo.
Serène Ghillebeaert acompañó la resonancia del disparo con un grito.
Quiso acercarse pero—
-Eh-eh, quietecita muñeca… ¿o también quieres un poco de esto?
Había algo sexual en esa pregunta.
Algo sexual que Omar comprendía en las risas de Stephan Murray, pero que ella no podía por el llanto.
-¡Púdrete Murray, pú-dre-te!
-Como digas.
Disparó.
Andrés Matos no aguantó.
-¡Murray ya es suficiente!
Había dicho las palabras exactas para que también le entregaran la muerte, pero no lo mataron.
A sus pies los cuerpos de sus compañeros se desangraban y frente a él un arma fumaba la victoria que las risas del otro le regalaban al eco del templo.
Sabía que le entregarían la muerte.
Pero no lo hicieron.
Le pidieron subir las manos.
Lo hizo.
Andrés Matos alzó sus manos. Rendido.
-¿Po-por qué?
-Másaar, Matos, lo es todo para mi triunfo.
-Pensé que—
-¿Pensaste que éramos un equipo? Esto ya no es La Universidad, Matos. Supervivencia del más apto…Un perro solo muerde a otro perro cuando sabe que puede dominar su territorio. Un hombre solo mata a otro hombre cuando tiene el deseo de hacerlo… o el poder.
-¿Qué dirán cuando regresemos?
-Lo que se ha asumido desde que entramos a Cadhia: accidentes.
-La naturaleza, Matos, le echaremos la culpa a la naturaleza.
-Anda, a caminar se ha dicho…
Le ordenó a caminar como se le ordena caminar a los perros.
Subió las escaleras de la pirámide como un perro con dos amos y cuando llegaron al tope actuó como un perro y se lanzó.
Se lanzó sin pensarlo hacia Máasar y la sostuvo entre sus colmillos.
La aguantó aun cuando el arma estaba apuntada hacia él.
Un arma con temor al fuego.
Una falsa movida y todo se perdía.
Pero ya a Andrés Matos le importaba poco.
Veía desde aquella altura los cuerpos dejados entre las rocas del pasado, junto a ríos de sangre y pólvora, mezclados entre las estatuas del templo y solo pensó en lanzarse. Pero cuando Omar Sandoval dio un paso, temió a la muerte y solo pudo estirar el brazo y dejar a Maasar entre medio del aire y el abismo.
Omar Sandoval se detuvo temiendo la perdida.
Pero Stephan Murray seguía su ambición y dio un paso hacia adelante mientras Andrés Mato uno hacia atrás.
Su último.
Perdió el balance cuando el suelo comenzó a corromperse.
Lo consiguió de nuevo cuando encontró en su cuerpo la mano de Stephan Murray.
Pero la naturaleza siempre es fuerte, y el temblor de lo inestable los dejó caer.
Solo el grito de Omar Sandoval, el grito de agonía y dolor, el grito de lástima por la pérdida de aquello que tanto había tardado en alcanzar, llenó la cámara junto con el cantar de las rocas que se perdían en el abismo.
Se quedó de rodillas sobre suelo estable.
Con los ojos abiertos: incrédulo.
Con las manos caídas: incrédulo.
Con la boca casi abierta: incrédulo.
Hasta que escuchó un grito de ayuda y se atrevió a acercarse al abismo.
Allí estaba Stephan Murray.
Allí estaba Másaar.
X
-¿Algo peor que esto? ¿Realmente quieres que te diga?
-Sí, por algo te pregunté.
-¿No lo entiendes verdad?
-¿Qué no entiendo qué?
Stephan Murray dejó el trago sobre la mesa y buscó su maleta. Luego la abrió y entendió.
-¿Qué carajo Murray?
Másaar estaba adentro. Reposando. Dormida. Esperando.
-También de eso te equivocas.
Entonces Stephan Murray se levantó de la silla y Omar Sandoval cayó al piso en silencio.
XI
9 de mayo de 20XX. Andrés Matos dio un paso y perdió el balance hasta que Stephan Murray lo sostuvo. Moriré. El suelo a sus pies perdió toda estabilidad y pronto cayeron en el abismo.
Pero el grito de Omar Sandoval no podía hacer nada.
Nadie podía hacer nada.
Andrés Matos dejó de verlo el intento fallido de Omar Sandoval, dejó de verlo acercarse, dejó de ver el arco de manos que los había invitado a entrar, el lejano rio junto con la selva sinfónica, la luz y el polvo, y los otros cuerpos se perdieron para dar paso a una visión nublada por un mar de rocas mientras descendía en el abismo.
Perdió a Másaar por conservar su vida.
La sombra del cuerpo de Stephan Murray pasó sobre el suyo antes de perderse.
Pero él encontró un soporte y se aguantó a él con fuerzas.
Una roca entre medio de todas ellas que aguantaba su peso con la poca fuerza de uno de sus brazos para no caer.
Miraba hacia abajo con espanto y furia.
No sabía qué hacer.
Escuchó un ruido y miró hacia arriba.
Algo descendía dando golpes contras las rocas.
Algo se acercaba mientras su mano se deslizaba, resbalaba.
Algo descendía contra las rocas dando golpes.
Descendía.
Algo descendía.
Algo descendía con el eco.
Algo descendía.
Algo cayó en su rostro y el tiempo se detuvo.
XII
Stephan Murray se quitaba un rostro para revelar otro mientras que Máasar, durmiente en su maleta, se convertía en una piedra. La sala entera era invadida por una oscuridad rubí, bañada de luz y los sonidos de un rio lejano. El verdor entre las grietas hizo que Omar Sandoval se cayera al piso con asombro. En sus manos las losetas se volvieron diminutas montañas ásperas mientras hombres sin rostro crecieron del suelo para apuntarlos. La mesa se convirtió en polvo y el sillón en aire, el vaso de cristal donde antes hubo un trago se convirtió en agua y la maleta en un fuego fugaz que se transformó en el cuerpo de sus compañeros. Stephan Murray había desaparecido en un pestañeo y quien se daba por muerto estaba allí con vida.
-¡Te vi morir!
-No. Solo viste lo que quisiste ver, y yo y Máasar te lo enseñamos con gusto.
-¿Y Stephan…? Stephan, entonces Step—
-Muerto.
-¡Imposible!
-No me digas qué es imposible y qué no.
-¿Cómo?
-Para ser uno de los mejores arqueólogos de la historia poco sabes de la historia de lo que encuentras.
-Eran solo mitos.
-Historias de un pasado.
-¿El museo? ¿El robo? ¿Los medios?
-Una ilusión en tu mente.
Comenzaba a buscar recuerdos que nunca existieron, y comprendió.
-Te vi caer, a ambos…
-No Sandoval. Yo te veré caer.
Entonces Andrés Matos sacó el arma.
-Matos…
-¿Matos?
Se puso la máscara, y Sandoval le disparó a Sandoval.