Se esperaba que llegaran a las nueve de la noche. Ya pasaba más de una hora de lo acordado y seguían llegando los mensajes: “Vamos por ahí”, “Espérate que faltan dos”, “No se vayan”. En casa de Ángelo, ya se iba acumulando la gente, que traían chicharrones, neveras llenas de cervezas, pitorro de diversidad de sabores, guineítos en escabeche, entre otras delicias puertorriqueñas. Todos esperaban la parranda anual que organizan los primos, dirigida por el primo mayor, José Luis.
Mi madre ya se cansaba de esperarlos y me reclamaba: “Frances, ya vámonos que estoy cansada”. No había Dios que me hiciera perderme esa parranda. Hace unas semanas le había dicho a mami: “Tengo tantas ganas de trullar con mi familia”. Y así pretendía hacerlo.
De hecho, esta era la segunda función del día. Horas antes, nos encontrábamos cantándole trovas a mi abuelita, Justina, en el hogar de ancianos donde reside. “Me voy a lo improvisado pero siento aquí a tu lado un trozo de mi corazón”, le cantaba José Luis. Sentada en su sillón, ella le sonreía intentando reconocer aquel hombre que le recitaba versos.
Por fin, llegaron los primos. En una familia con una primera generación de diez hermanos, los nietos de mi abuela se multiplicaron a más del doble, componiendo así una segunda generación de 22 primos, quienes se han encargado de mantener vivas las tradiciones de la familia.
“Venimos desde lejos pa’ levantarte a ti. Si tu no te levantas cantaremos siempre aquí”, se escuchaba desde afuera la melodía del cuatro, el güiro, las maracas y la guitarra junto con las voces de mis primos mayores. Ángelo abrió la puerta, dejando entrar a la multitud que seguía entonando: “Ahora me despido. Abre la puerta ya que quiero saludarte y también felicitar”.
El repertorio continuó con canciones como “El coquí”, “El cardenalito” y “Coño despierta boricua”, la cual interpretaba mi tío Víctor con orgullo patriota. Tomaron un merecido receso para compartir en el jolgorio, darse los palitos de caña e ingerir los platos calóricos típicos de la navidad.
Con mi nueva cámara, tomaba fotos de todos los presentes: los primos con trago en mano, Yaira con su barriguita de cinco meses, Joelito tocando el tambor junto a Titi Luisa, mi madre conversando con Danitza, entre otras estampas propias de la familia Santiago.
“Bueno, ¿seguimos?”, preguntó José Luis, ordenando a los músicos a ponerse en posición. Comenzaron la segunda mitad de la trulla con “Canción de los carreteros” de Tony Croato. José Luis bailaba en el centro del círculo con una bandera de Puerto Rico colgada del bolsillo de su camisa. “Canción de los carreteros se escucha en la serranía. Allá por la serranía donde vive mi ilusión”, vociferábamos mientras Kevin en las maracas, Gerardito en la guitarra y tío Gerardo en el cuatro proveían la melodía.
Tengo un bello recuerdo de este preciso momento. No sé cómo, ni por qué, miré a mi alrededor y contemplé la imagen frente a mí: Titi Cana aplaudía junto a Titi Maggie, Arelys se movía de lado a lado al ritmo de la música y Yahed simulaba tocar la guitarra. Por un segundo, reconocí lo dichosa que soy de haber nacido en este clan, de haber sido la vigésimo primera nieta de Justina Cáez y Antonio Santiago.
La canción seguía: “Qué lindas son las mañanas de mi Borinquén, lelolai lolelolai lolelolai”. Poco a poco, se disolvía la música y se apagaban nuestras voces. José Luis nos instruía que fuéramos terminando: “Lelolai lolelolai lolelolai lolelolai”. La última nota quedó suspendida en el aire por algunos segundos, mientras los instrumentos sostenían sus acordes finales. Enseguida siguieron los aplausos.
Mientras conversaba con mi prima, Gerardito y Ángelo convocaron a un brindis. Cada uno tomó un vaso del licor de su preferencia (mayormente Jägermeister o ron caña). Formamos un círculo alrededor de la barra, unimos nuestros vasos en lo alto y brindamos por la vida, las tradiciones y la familia.
Tengo vagos recuerdos de cómo terminó la noche pero siempre la recordaré como la velada en que reconocí que no hay navidad como la de mi familia y no hay familia como la Santiago Cáez.
En memoria de José Luis Torres Santiago (1965-2013).