La maldad del inventor
La verborrea hispanófila ocurre cuando perdemos sensibilidad para discernir del prestigio que nutre a minorías selectas que funcionan patrocinando contiendas generacionales entre sus propios gremios; asimismo, cuando pretendemos edificar una base de lectores sin antes considerar que, en la actualidad, la producción literaria ya se ha distanciado del mercado creando obras que resultan ser de poco interés para la comunidad. Al momento existen gestiones culturales con la facultad para expandirse dentro de la corporatocraciaen la que, precisamente, el creador huraño es otro elemento más de la desavenencia social, igual de patético que la propia subordinación del ente enajenado tan caricaturizado en la literatura.
Este gozo de prostituir a la sociedad (de manera que se entrega a ciegas sin confabular roles distintivos entre su creación y la entidad sujeta a lo real, o sea, a los regímenes biológicos) se manifiesta a la hora de producir arquetipos con los cuales el autor puede garantizarse un supuesto dominio sobre sus personajes, quienes en la mayoría de los casos, serán luego de haber sucedido en el reino mágico / hacedor de mundos que le nace. Lamentablemente, esta autoridad inventiva carece de medicamentos o enseres que le permitan acceder a identidades humanas que, además de ser categorías ficcionales para y en el texto, también funcionen como una médula, estampada ya no sólo para ejemplificar a medias las cartografías de lo real, si no como producto de la suficiencia gnoseológica del autor; autor que primeramente tiene el deber de indagar múltiples referentes antes de llegar al error de reproducir manías y prejuicios que le fueron heredados como una especie de jerigonza natural.
Eugenio María de Hostos
Para escribir no hace falta un lienzo mágico, esa veracidad se logra con trabajo. Si echamos a cientos de escritores sobre una mesa, sus cuerpos simplemente aplastarán contra la madera las herramientas que antes estuvieron disponibles. De esto ocurrir, la productividad se estropearía: en ellos está la vocación; sin embargo, en este tiempo fracasado, cómo estos podrían empapelarse en tales habilidades sin conocer las posibilidades de ejecución que les sean viables para fundamentar su trabajo, ¿siendo copistas de clásicos? ¿El autor debería contentarse con los instantes mediáticos que le otorgan en la(s) prensa(s) del país? ¿Acaso (como autores) nos compete entretener o concienciar y, este anejo sobre el debate del para qué escribir, ayudará a diseminar transfronterizamente la escena literaria?
Poética y lo social revolucionario
Escribo con intención de agravar la seguridad que disfrutan las progenies ilegítimas del poder, aquellos hardwares que a razón de control, continuamente se establecen hinchando a golpes los pocos órganos protectores de nuestra sociedad. Por esto, entiéndase que hago referencia a una difusión o promesa, a una maldad desde donde me atrevo a dialogar con los elementos de poder(es) dentro del esquema normativo de mundos. En esta empresa, la arquitectura revolucionaria de los mundos y su ficción me permiten enmohecer los pactos que se han construido en nosotros como si fuesen enfoques necesarios: hablo de manías como el testimonio de la felicidad y del fármaco neoliberal que desestabilizan alterando la gnosis social de manera que nos asegura tener un cierto control sobre la bonanza de la humanidad. En este disloque el escritor es aquel ser extraviado, cósmicamente atraído hacia temas coléricos, pesadillas existenciales y con la cabeza enredada en tantos disgustos de tipo moral que sólo puede ver metodología en la acción de juntar párrafos mantecosos que siempre estarán sujetados a un orden literario. Reventarse, esa es la tarea del autor enajenado; así es que se olvida de los cerebros afuera del texto y juntos van tropezando hacia el fin de nuestra especie; así, el escritor sin malicia funda, una y otra vez, poéticas conocidas por ese no sé qué según lo ha predispuesto una ordinaria cabeza de no sé de quién o cuál escuela literaria.
En esta generación (en la literatura puertorriqueña / caribeña) de voces fantasmagóricas se intenta conservar estabilidad sin haber puesto pie en suelo caribeño. Por esto entendemos que hay una cartografía (y que existen autores con o sin idea de este hecho) en la cual sí es posible diseñar, tanto elementos que sean nuestros como también versiones de ultramundos, manoseados intencionalmente para irradiar de manera sofisticada los Caribes que somos, los colores de este hogar que por siempre ha sido cosa de todos y cosa de nadie. Para escribir, uno se hace científico de la maldad. Luego se debe pensar en lo siguiente:
—la labor del autor se construye con humildad frente a los sucesos que este(a) experimenta;
—comprende los estragos ocasionados por economías nacionales y post fronterizas en la actual decadencia y/o evolución del capitalismo;
—está dispuesto a conocer, validar y defender las identidades sociales que le sirvan para acceder y confrontarse infinitamente con otras formas de operar vida(s) y que pretendan dañar la integridad de nuestro lugar, nación, país, gente;
—crea acueductos para salvaguardar su propia estabilidad y cordura;
—se hace portavoz o parte sustancial del gremio de su preferencia ya que en la marca hay una gestión que busca comunidad tanto para autor(es) como para lector(es); asimismo,
—tiene el deber de siempre exigirse ética y contienda cuando pretende fungir de arquitecto de mundos.
Preludio a una breve configuración del récord isleño
Pensemos que las mercancías isleñas se hastiaron de coincidir con las secuelas de su usual bancarrota. Que luego de preferir el oficio de un orden ecuménico y su peroración hacia nuevas identidades, programadas para abrirse a la multiplicidad, se tropezaron con la realidad de que ya habían transcurrido más de treinta años de revolución cultural sin haber podido desactivar los elementos que atrofian los saberes adquisitivos de lo social y su flujo de bienes. La desigualdad ocasionada por estrategias y economías de lo absoluto continúa siendo la base de los trastornos en la isla. El cambio que antes se percibía como un mérito cierto para la sociedad fue desintegrándose desde los años sesenta, todavía hoy, el acoso de confrontarse con la historicidad de este ánimo generacional y su hundimiento podría funcionar, en la sensibilidad de algunos, como un llamado a desacreditar el tejido de quienes se han dedicado al oficio de lo cultural; si su diagnóstico fuese este, le aclaro que no hay hostilidad en trazar lo que significamos como sujetos de una categoría esencial a ser revisada.
Emilio Díaz Varcárcel
Al imaginar las arcas isleñas como otra aldea más en conflicto, entendemos que nuestra productividad cultural en efecto sí hizo el diagnóstico para que a las generaciones venideras les fuera posible computar maniobras de resistencia. Aun cuando las mercancías de lo real se distribuyen por encima de los circuitos neoliberales sin frenar el empuje de sus políticas de marginación. Tampoco cancelan su efecto en el orden ideológico de los actores sociales, pues la propia negación de singularidad entre las nuevas mercancías y su consumo, hasta el momento ha sido obtenida a raíz de la misma decadencia producida por la falta de garantizar un código persuasivo: uno que establezca en ambos la cadencia para alterar esta relación cuasi natural que conocemos bajo el control invisible funcionando en los regímenes extraoficiales de la sociedad puertorriqueña.
El éxito del módulo tecnocrático y su estrategia para fabricar doctrinas cero se hace una victoria constante ya que, al haberse distinguido excomulgando repentinamente los fines de la mayoría, también debilitó a cada uno de los gremios de resistencia que estuvieron laborando desde sus disciplinas situándose bajo la propia desigualdad del neoliberalismo; sin obtener remuneración por sus esfuerzos de reorganizar el esquema normativo durante las décadas del ochenta y el noventa, nuestros gremios de la multiplicidad fueron atrincherados junto a sus mercancías, en el horizonte empresarial, pigmentándose por los mismos condominios de represión que les ofreció el medicamento para funcionar como tecnócratas. Ya no pueden ser vistos como identidades para espolear la desigualdad de lo social isleño ni para proporcionar vías o escenarios de trascendencia que también permitan la adquisición de recursos en aldeas afuera del dinamismo corporativo. Su inmersión en esta amaritud que anteriormente denunciaban mediante retóricas ideológicas de la resistencia no es una sorpresa, toda generación guarda una relación simbiótica con su enemigo; al aislarse de las aldeas que los circundaban acabaron siendo entusiastas del problema social.
Ahora pensemos que el autor puertorriqueño Emilio S. Belaval escribió Cuentos para fomentar el turismo con la nomenclatura correcta para afianzar descendencia a una estirpe secreta de resistencia cultural. Digamos que la identidad es una orientación que intercadentemente necesita el visto bueno de sus sujetos.
Es momento para intervenir con la superfluidad de los atracos serenos con los cuales se ha manchado la posibilidad de diseñar un verdadero mantenimiento de lo social revolucionario pues, habiendo experimentado ya la totalidad de las deficiencias de producción, es posible establecerse en el circuito de otra configuración isleña. Una que funcione para despojarnos del pasatiempo actual de la exclusividad y que a su vez consolide la productividad literaria, fortaleciendo nuestras mercancías y asegurándoles autonomía frente al régimen tecnocrático, de manera que todas y cada una de las mercancías isleñas / caribeñas en efecto sean valoradas como proyectos transfronterizos.
El autor es escritor de La Generación del Atardecer y fundador de la editorial independiente Gato Malo Editores.