Por Marieli Collazo Vega
Conocer la situación que viven diariamente muchas comunidades en nuestro país puede ser complicado. Muchos puertorriqueños viven inmersos en ambientes de violencia, pobreza, falta de valores, discordia y narcotráfico. Sin embargo, son pocos los que se atreven a adentrarse y conocer el mundo real de estas comunidades. Es esto precisamente, lo que ha estado haciendo durante diez años el Instituto Universitario para el Desarrollo de las Comunidades (IUDC) del Recinto Universitario de Mayagüez (RUM) de la Universidad de Puerto Rico (UPR).
El Instituto, dirigido por Luisa Seijo Maldonado, profesora de Ciencias Sociales del RUM se creó en el año 2003 y desde entonces ha impactado a 75 comunidades a alrededor de la Isla. Como parte de su misión se plantean “vincular activamente al Recinto [RUM], sus estudiantes y facultad con las comunidades, con el propósito de estimular en forma sustentable el desarrollo de éstas, mediante el aprendizaje el servicio, la investigación, el trabajo en equipo interdisciplinario, el desarrollo de sensibilidad y responsabilidad social, identificando y resolviendo necesidades y problemas, a la vez que valoramos los conocimientos, fortalezas y habilidades de las personas en las comunidades’’, detalló Seijo.
El equipo del IUDC es transdisciplinario. En la actualidad cuenta con 13 profesores y profesoras de áreas como la Ingeniería, Biología, Ciencias Agrícolas, Administración de Empresas, Humanidades y Ciencias Sociales. Además, hay alrededor de 151 estudiantes voluntarios provenientes de distintas concentraciones de la UPR en Mayagüez, Humacao y Río Piedras.
Según Robinson Rodríguez Pérez, profesor de Ciencias Agrícolas y especialista en Sociología Rural y quien lleva colaborando con el Instituto desde sus comienzos, hay tres formas principales para que los estudiantes se unan al IUDC. La primera es a través de cursos que especifican la vinculación con el curso INTD3995 de taller comunitario; la segunda, mediante invitación de los profesores participantes y la tercera, a través de la inscripción voluntaria: que el estudiante acuda a algún profesor adscrito al Instituto para que lo incorpore al proyecto.
Rodríguez resaltó sobre la necesidad de que los estudiantes conozcan la realidad de las comunidades en nuestro país. “Muchos estudiantes no salen del texto hasta que ya se han graduado. Esto le da una oportunidad a ellos no solamente en ese contexto, sino de una forma retante, porque los problemas de las comunidades a veces son complejos y difíciles de entender”, manifestó. También, dijo que si los alumnos trabajan con comunidades donde los recursos son limitados y logran desarrollar proyectos, al acudir al ambiente laboral donde hay mayores recursos se les hará más fácil. Con respecto a este asunto Seijo comentó que “es aquí donde se debe utilizar el recurso más importante y valioso que tiene el ser humano que es su conocimiento, y cómo ese conocimiento tú lo conviertes en una experiencia de innovación para transformar una realidad de vulnerabilidad”.
Un enorme laboratorio comunitario
El Instituto trabaja con un método conocido como Investigación-Acción Participativa (IAP). Cuando una comunidad se acerca para solicitarles ayuda, se dedican a hacer una lectura de calle. Para ello caminan distintos días y horas por la comunidades selecionadas, observando, escuchando y dándose a conocer. También hacen entrevistas informales o “diálogos de amistad” para escuchar la voz de todos los miembros de la comunidad. Luego, analizan las situaciones y desarrollan un plan en conjunto entre profesores, estudiantes y la comunidad y se constituyen en equipos de trabajo. Los proyectos se definen y responden a las aspiraciones y las necesidades de la comunidad.
Entre los logros más sobresalientes de esta iniciativa, Seijo mencionó el trabajo efectuado en la comunidad Maizales en Naguabo, donde diseñaron un acueducto comunitario que luego se construyó. También, en la comunidad Tres Hermanos en Añasco Playa hicieron un huerto comunitario y mejoraron las relaciones entre la comunidad. En el pueblo de Cataño colaboraron junto a la comunidad en la creación del Corredor del Yaguazo. Allí fomentaron el respeto por el medio ambiente en una comunidad que había sido amenazada por una compañía de reciclaje, que había convertido en un vertedero un área predominante de mangles.
Otra gestión importante fue la que realizaron en el sector La Vía en el pueblo de Aguadilla. El profesor Rodríguez destacó que esa vecindad ejemplifica lo que es la autogestión. Según él, esta comunidad, que se estableció en los alrededores de la antigua vía del tren que un momento recorría la Isla, ha luchado con los planes del gobierno municipal de sacarlos del lugar. Señaló que a pesar de las limitaciones lograron limpiar áreas que eran utilizadas como vertederos por gente no perteneciente a la comunidad.
También lograron comprar una casa que estaba abandonada, y con donaciones de pupitres que iban a decomisar en el RUM, pudieron hacer un centro de tutorías para los niños de la comunidad. Poco a poco fueron habilitando el lugar con equipo donado. “Es un ejemplo de autogestión porque la estructura física lo demuestra”, reiteró. Aunque la lucha por preservar el lugar ha sido cuesta arriba debido a las fuertes presiones del municipio aguadillano, los vecinos se mantienen atentos.
La labor que se hace en el IUDC también ha sido una experiencia aleccionadora para el profesorado. Francisco Maldonado Fortunet, catedrático de la Facultad de Ingeniería Civil del RUM, expresó que para resolver algún asunto de infraestructura lo difícil es obtener fondos, pero que al entrar al trabajo comunitario observó que la necesidad de unidad, colaboración, de tener un sentido de pertenencia en la comunidad, pueden resolver esos problemas de infraestructura y otros más complejos.
También ha fortalecido la formación académica de los estudiantes. Natalia Vila Palacio, alumna subgraduada de Ciencias Políticas, comenzó a colaborar con el Instituto en su segundo año de universidad cuando tomaba un curso de Ciencias Sociales con la profesora Seijo y participó en una investigación comunitaria.
“Esa investigación te da la dicha de no solo conocer lo que está pasando en tu isla, lo que está ocurriendo, sino te está dando una oportunidad de que tu aportes’’, expresó. Vila se involucró de tal forma que este año creó la Asociación Estudiantil de Apoyo a Comunidades. La estudiante dijo que el propósito de la asociación es crear conciencia, dar a conocer que existe el Instituto y dejar saber que está a la disposición de los estudiantes. Según Vila, debe ser requisito en la universidad tomar un curso que permita el acercamiento a las comunidades.
En la parte de las comunidades, Orlando Serrano, presidente del consejo de residentes del barrio Salud en Mayagüez describió su trabajo como el de alguien que sirve de enlace. “Mi función aquí es llevar la comunidad a la escuela y la escuela a la comunidad”, indicó.
Serrano acudió a la escuela Rafael Martínez Nadal del sector Villa Angélica del mencionado barrio, donde comenzaron un proyecto de un huerto escolar comunitario. Allí les enseñaron a los estudiantes de segundo a sexto grado productos ya confeccionados como el chocolate, la harina de maíz entre otros, y le mostraron de donde proviene.
La idea que tenían era que los niños comprendieran que esas cosas “no vienen del cielo”, que hay que sembrar para poder comer. Serrano dijo que los estudiantes comprendieron y llevaron el mensaje a su hogar. Ejemplo de ello es Yadriana Vázquez Aponte, estudiante de quinto grado, quien comenzó a trabajar en el huerto cuando estaba en tercer grado. La niña expresó que ciertos días les dan un tiempo para echarle agua, sacar las yerbas malas y limpiarlo. “Aunque sude y me ensucie toda me gusta’’, sostuvo Vázquez. Además, dijo “estoy muy orgullosa de mi escuela porque ellos me han enseñado a mí como cuidar las plantas, porque de las plantas es que sale el alimento para que nosotros podamos sobrevivir’’.
En diez años los frutos han sido muchos, a pesar de las vicisitudes y los escasos recursos económicos con los que ha venido operando IUDC. “Es un trabajo voluntario que no recibe ninguna remuneración”, advierte Seijo, cuyo compromiso en pro del bienestar de las comunidades ha ido por encima de todo esto.
Aún queda mucho trabajo por hacer.Uno de los retos más grandes del Instituto es mantener la continuidad de los proyectos. Como uno de los sueños más grandes, la profesora Seijo mencionó lograr la colaboración entre todo el sistema UPR, la comunidad y el gobierno para mejorar la vida de las comunidades más vulnerables del país, “poniendo los recursos donde deben estar’’.