Un artículo publicado en el portal BuzzFeed sobre la aplicación móvil Instagram, hizo cuestionarme cómo es que hemos desarrollado el afán de visualizarlo todo. El texto resume la historia de 26 personas a las que se les debería prohibir la utilización de la aplicación para teléfonos inteligentes. La página presenta una joven atacada por animales mientras “instagrameaba”; otro que fue arrestado luego de publicar varios selfies con armas de fuego y, entre los casos más raros, una fotografía de una mujer maltratando a su hijo, foto que desembocó en su arresto.
Instagram provee el espacio para compartir imágenes y generar dinámicas sociovisuales libremente, pero, ¿por qué publicar este tipo de fotos?
Compartir imágenes no es evento nuevo. Con el propósito de mostrar la experiencia, situaciones, personas o actividades, las familias compartían sus fotografías de forma análoga en sus hogares. Pero, a partir del surgimiento del primer teléfono móvil con cámara en el 2002, el Nokia 7650, las dinámicas de tomar y compartir fotografías cambiaron. La idea de fotografiar un concierto e inmediatamente publicarla en la web es un acto común. Las personas comenzaron a compartir imágenes con la naturaleza del que respira.
Nancy A. Van House y Marc Davis (2005) en su escrito The Social life of Cameraphone Image explican que los motivos principales de compartir fotografías de móvil a móvil eran: evaluar y mantener relaciones sociales, construir una memoria personal y colectiva, la auto presentación y la auto expresión.
Ante el surgimiento de Instagram, Zachary McCune (2011), en su disertación Consumer Production in Social Media Networks: A Case Study of the Instagram iPhone App, asevera que el motivo principal para la utilización de la aplicación para compartir fotografías es generar el sentido de documentar, el compartir, el acto de observar, la creación de comunidades, la creatividad y terapia.
Más allá de compartir fotos, la imagen misma trasciende la simple documentación y desemboca en la creación de un archivo estilo diario que sirve de desahogo para los usuarios; lo visual impera en nuestro lenguaje moderno, la fotografía “es una gramática y, sobre todo, una ética de la visión” (Sontag, 1973). Las imágenes son evidencia concisa de un evento o existencia de un objeto. El acto de observar se transforma en un rito de la experiencia del vivir; es cotidiano fotografiar la cotidianidad.
Los usuarios afirman con su producción fotográfica la integración de la aplicación en sus vidas. En los dos casos de arresto anteriormente mencionados, omiten el espacio de lo privado. Ambos olvidaron la existencia de la ley produciendo imágenes/consecuencias. Se imposibilitaron de separar su perfil mediático con el real a beneficio de una construcción mediática que les era aplaudida con el gesto de un like. En el caso de la fémina atacada por animales, su consumo de lo real a través de la aplicación la llevó a la desconexión de sus alrededores, tanto así, que salió perjudicada.
Y no es de sorprenderse por la convergencia del usuario en la aplicación o del éxito de la misma sobre otras parecidas. La dinámica de presentar una visión del mundo individual es característico de nuestro presente como cultura visual. La cultura visual depende de “la tendencia moderna a plasmar en imágenes o visualizar la existencia” (Mirzoeff, 2003); tanto así que se lleva lo no visual a expresiones visuales.
Se busca la representación constante de lo aún no representado, de generar un referente y de destruir la naturaleza efímera del objeto: crear nuevos textos.