Vayamos por partes. Para llegar a la Caravana Cultural de Miguel Zenón hay que llenar el tanque, imaginar la alegría que vendrá y admirar la belleza del trayecto. En definitiva, creerse que se está en una breve road movie tropical. Y preguntar, por ejemplo, a esa mujer que mira escapar el día desde su balcón si se va por la dirección correcta.
-“Eso es por ahí pa’ bajo, directo. Ni pa’ aquí ni pa’ allá’’.
La idea de esta serie de conciertos gratuitos, desde el 2011, año en que comenzó a darle la vuelta a la isla, es precisamente esa. Que la Caravana alcance lugares donde el jazz por lo común no llega. Que la gente de los alrededores se junte y comparta en torno a aquello que la música hace posible.
Es domingo en la tarde. Las curvas serpentean. El paisaje es verde. El cielo azul, gris, otra vez azul. Al final regresa a gris. Un viento que no alcanza a ser frío sopla despacio. Anuncia lo inevitable.
Comienza a llover en Aibonito.
El lugar es amplio. La escuela Rafael Pont Flores es el escenario que lo alberga. Alrededor de doscientas personas escuchan atentas la charla que dicta Miguel Zenón sobre el trabajo de Louis Armstrong, músico a quien se homenajeó en esta oportunidad. Los miembros de la producción de Armonía, documental dirigido por Gabriel Coss, se mueven y graban en este espacio que fue rescatado por un grupo de jóvenes y personas de la comunidad, quienes se dieron a la tarea de rehabilitarlo para restablecer las clases que allí se impartieron durante casi tres décadas y que, de un tiempo a esta parte, había quedado en desuso. El documental de Coss gira alrededor de la figura del maestro José R. Aponte y recoge además el proyecto de la Caravana.
El reto no fue fácil, ya que este maestro tuvo que preparar a los estudiantes que tocarían más adelante con Zenón y el resto de sus músicos. “Esto es mágico, único, mira esto’’, dice emocionado el educador, mientras abarca con la mirada el recinto y a la gente que escucha con atención la charla del saxofonista. Los cinco jóvenes con los que tuvo que ensayar, dirá después, le confesaron en algún momento “odiar’’ el jazz por encontrarlo muy difícil de ejecutar. “Ayer, —mira, se me paran los pelos— los cinco estaban bailando la música de Armstrong’’, cuenta. Los estudiantes, sin embargo, han tocado en innumerables ocasiones piezas de jazz sin saberlo, casi como quien camina sin saber que camina.
Este maestro fue discípulo de otro mentor tocayo suyo, José “Pucho’’ Rivera. Fue él quien comenzó la banda escolar. La misma que volvió la tarde del domingo. Después de interminables batallas. Resulta que varios ex integrantes de esa agrupación desfilaron más adelante con los más jóvenes, juntos, mezclados, en un momento digno de fijar en la memoria.
La charla culmina. Los músicos invitados por Miguel Zenón, Sullivan Fortner (piano), Roland Guerin (bajo) y Jason Marsalis (batería), inician a la señal que les ofrece el saxofonista. Las luces se encienden y cambian de colores. El público se acomoda como puede, flotan los celulares y unas niñas tocan con instrumentos imaginarios las notas que lanza Zenón, quien viste de chaqueta crema, pantalón negro y sigue con la cabeza el vaivén de la música que toca.
El repertorio incluye un puñado de piezas como Cornet Chop Suey, Irish Black Bottom y Big Butter and Egg Man. En esta última, los dedos de Fortner se deslizan por sobre las teclas negras y blancas como untadas en mantequilla, ninguna nota se salva de su solo. Destaca West End Blues, composición sentida que marca un tono menor y convoca al silencio tras la ejecución magistral de la agrupación. Algo semejante a las curvas que hubo que andar para llegar hasta acá se cuela por el repertorio que eligió Zenón.
Suena el pito del maestro José Aponte y la banda —la que incluyó a hombres y mujeres que tuvieron que limpiar sus instrumentos después de veinte años sin tocarlos—responde al unísono a lo que sus manos trazan.
Es evidente la emoción del público que se pone de pie en esa pieza mítica del jazz, When The Saints go Marching In, así como la del maestro, cuyo sueño suena ahora y les eriza la piel hasta a las piedras. Leonardo Pedrogo (saxofón), Jan Giménez (saxofón), Kaleb Ortiz (saxofón), Deborah Rivera (clarinete) y Arnaldo Colón (trombón) tienen a su cargo un solo que se intercala con los músicos de Zenón. El público los aplaude, de pie, largamente. Y ellos inclinan levemente la cabeza hacia adelante. Como quien camina, ahora sí, sabiendo que camina.
El autor es escritor y periodista.