Jon Lee Anderson (1957) dice haber hallado el periodismo “a medio camino”. Y a medio camino del oficio le ha tocado contar los eventos más cruentos y enmarañados de los últimos 30 años de la humanidad. Es periodista. Es corresponsal de guerra. Eso le ha costado roces con la muerte. Y con eso, el miedo.
Su trabajo es apalabrar y humanizar los conflictos bélicos. Lo ha estado haciendo desde la década de los 80. Su objetivo –y el del periodismo- no ha cambiado, sigue siendo el concienciar. Sabe que el peligro es inherente en su labor. Estar en un frente de guerra no es –ni remotamente- agradable.
Cuando se halla en esas conflictivas trincheras no se le escapa del pensamiento que también es padre y esposo. Jon, a sus 59 años tiene licencia para hablar larga y tendidamente sobre el periodismo.
Es periodista en la revista The New Yorker, ha escrito también para The New York Times, la extinguida revista LIFE, la revista semanal más antigua de Estados Unidos The Nation, y otros tantos espacios. Es maestro en la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano Gabriel García Márquez (FNPI) y es miembro del Consejo Rector del Premio Gabo de la misma organización.
Su español está altamente influenciado por el Caribe. El californiano, radicado actualmente en Inglaterra, lleva en su piel el sol cubano, en sus ojos la luna de Taiwán, y en las canas la brisa abrazadora de las Alturas de Machu Picchu. Es casi seguro que su vida de trotamundos, que comenzó desde muy chico, lo formó para este oficio.
Su padre, diplomático del USAID y el Peace Corps, por su trabajo, se dedicaba a viajar el mundo con su familia. Su madre era escritora, y a través de ella llegaron las letras y la imaginación. Aunque su padre también tuvo mucho que ver en eso.
Jon tiene a su haber numerosas publicaciones. Además de extenuantes coberturas de Afganistán, Irak o El Salvador, también es biógrafo, y se ha dado a la tarea de escribir perfiles memorables de figuras como el Gabo o hasta de dictadores como Augusto Pinochet. Entre sus libros se destacan: Che Guevara: una vida revolucionaria (1997) y La caída de Bagdad (2004).
Diálogo, en celebración de la Semana de la Prensa en Puerto Rico, entrevistó a este periodista avispado y arrojado que muchos miran y desean emular, sabiendo que en este oficio la envidia no es deleznable, sino un sano ejercicio para el músculo del contar.
Diálogo: Hay quienes las cosas les llegan y otros que llegan a las cosas. ¿Cómo llegas al periodismo o cómo llegó a ti? Y, sobre todo, el periodismo bélico, de frentes de guerra, ¿cómo?
Jon Lee Anderson: Me lo encontré a medio camino, creo. Es decir, mi madre era escritora de libros para jóvenes, y me inculcó el gusto de leer y de contar historias. Mi padre era gran viajero y buen cuentista. A los nueve años mi madre me incentivó a que tuviera mi propio periodiquito cuando vivíamos en Taiwán. Yo lo ingenié y era el reportero principal, pero también puse a trabajar a mis hermanos y los amigos del barrio. Como muchas de las cosas de niño, no duró mucho, pero creo que ahí quedó la semilla. Llego eventualmente al periodismo sin querer queriendo al ver un anuncio pidiendo reporteros en las páginas de un semanario en inglés en Lima, Perú, The Lima Times. Fui a la oficina pensando con cierta arrogancia, “yo puedo hacer eso” y me presenté. Me dieron un chance.
Luego, llego al periodismo bélico por un afán de observar y de experimentar la historia de mi tiempo. Para mí, sobre todo al principio -pero diría que todavía- vi el periodismo como una manera de lograr esa meta. Como empecé en América Latina a finales de los 70, la guerra era precisamente lo que me rodeaba. En cuanto pude, me fui a Centroamérica para “conocer” la guerra, y la conocí.
D: En los pasados 30 años has cubierto prácticamente todas las guerras que se han suscitado. Por lo que has visto, ¿crees que existe, en el mundo de lo bélico, una genuina lucha entre el bien y el mal? ¿Y en qué posición crees que estás -o que están los demás periodistas- al cubrir y escribir sobre estos procesos?
JLA: Por supuesto que en las mentes de los combatientes sí existe esa noción del bien y el mal. Hay maleados, por supuesto, en las luchas -y muchos-, y hay grupos que se nos parecen más nefastos que otros, pero casi todos tienen una noción de ideológica urgencia en torno a lo que están haciendo. Pero, eventualmente también -muchas veces- esas nociones se vacilan ante realidades tan cruentas que viven, y los combatientes terminan combatiendo menos por sus ideas y más por ser eso su hábito vital.
¿En que posición estoy al cubrirlo? Pues, estoy en mi posición de observador. Considero que es mi deber presenciar y atestiguar lo que sucede ahí para que la gente afuera, que depende de información desde el frente, pueda discernir quizás un poco mejor esa guerra, y tener criterios en torno a ella. Ni más ni menos.
D: En cuanto a la América Latina actual, ¿cómo crees que contrastan las desestabilizaciones recientes en Brasil, Venezuela, Honduras con las gestiones de los Estados Unidos décadas antes en Chile, Cuba, Panamá? ¿Cuán determinante ha sido la labor periodística en esos casos y cuán lo es ahora?
JLA: Creo que vivimos en un mundo muy distinto. Los gustos de Estados Unidos son obvios y relativamente constantes, es decir, regímenes políticos de centroderecha, de mercado libre, de ostentación democrática… Amigables. Pero con [Barack]Obama (así como con Carter, brevemente) hemos visto un viraje sutil, al menos en cuanto a la metodología de ejercer presión e influencia. Ha iniciado relaciones con Cuba, no ha intentado golpear a Maduro, ni a Evo, ni a Ortega, ni a Correa, por más bocones que sean y por más que (en caso de Maduro, sobre todo) griten a los cuatro vientos que “el imperio ataca”. No creo que sea así, o al menos, yo, con mis treinta años de experiencia en América Latina como periodista, no lo veo.
En cuanto a las desestabilizaciones recientes que te refieres… No condenar enérgicamente el golpe en Honduras fue una metedura de pata por parte de un Obama recién instalado en el cargo, pero no fue producto de un complot en Washington. No me consta a mí, al menos. ¿Y Brasil? La derecha brasileña no necesita de Estados Unidos para hacer sus patrañas y sus maldades. Y la “izquierda” que estaba en el poder se serruchó el piso solo, al parecer, conviviendo con la corrupción de Odebrecht, de Petrobras, entre otras.
Y Panamá, refiriéndonos a la invasión que derrocó a Noriega, eso ocurrió en otra época y tiene que ser visto como tal, creo. Fue una acción policiaca imperial en un momento en que Estados Unidos iba quedando como la única superpotencia del mundo (se desmoronaba la URSS) y en Washington veían la necesidad de corregir los comportamientos de algunos estados vasallos que se habían convertido en rogues, en Frankensteins. Uno era el de Noriega en Panamá, y el otro era de Saddam en Irak, en la primera Guerra del Golfo.
En cuanto a la influencia que tengo ahora a diferencia de antes. Diría que más, porque la gente me conoce un poco y algunos valorizan lo que puedo decir. Ojalá.
D: Existe la noción de que la historia la escriben los vencedores. Y es una idea que puede aplicar al periodismo, ¿estás de acuerdo? ¿Informan los vencedores a través del periodismo? ¿Por qué sí o por qué no?
JLA: Pues, a ver… No creo, o al menos no necesariamente, y menos hoy día. Uno de los libros de crónica bélica más sonado de los últimos 50 años es Despachos por Michael Herr. No es el periodismo del lado vencedor en Vietnam el que contó, sino el lado perdedor. También hay mucho periodismo desde Irak y Afganistán escrito por periodistas y escritores estadounidenses. O sea, desde el lado perdedor. Lo que pasa es que en Estados Unidos, por bien o mal que sea, y aunque pierda o gane sus guerras – existe una sociedad abierta y una libertad de información casi sin iguales. Así que los periodistas y los cronistas van a escribir y decir lo que les da la gana sobre lo que sea. Y lo están haciendo.
D: A fin de cuentas, entre tantos grises, ¿cómo ve el oficio, cuál es el estado del periodismo y qué le espera?
JLA: Es un estado incierto y muy volátil. Estamos en una coyuntura en que muchas nuevas plataformas mediáticas se abren, se reinventan y se proponen como la respuestas a nuestras necesidades informativas. Desde Vice hasta Mashable, y muchísimos más. Es un proceso paralelo al deshielo de la capa polar. No sabemos si los osos polares se extinguirán o se adaptarán como resultado, ni tampoco podemos saber con anticipación qué especies entre los “viejos y nuevos” periodismos sobrevivirán. Será interesante, sin duda. Mas una cosa no cambiará nunca: la necesidad de la gente de contar sus historias, y de otros oírlas.