La voz de Silvia Álvarez Curbelo es particular. Su dicción es perfecta, de ritmo acompasado. Diríamos que es una voz seductora. Y si a estas cualidades añadimos que lo que enuncia captura, el resultado es una conversación que no puede ser menos que un cordial para saborear en la sobremesa.
En marzo la Academia Puertorriqueña de la Historia la honró con su incorporación al selecto grupo de investigadores. Un reconocimiento que, según dijo, “celebra el conocimiento de quienes nos dedicamos a hurgar en los procesos que han marcado a este País”.
El doctor Luis González Vales, presidente de la Academia, le entregó la Medalla Número Ocho, la misma que mantuvo por años Pilar Barbosa de Rosario, hija del doctor José Celso Barbosa, primera mujer en impartir cátedra en la Universidad de Puerto Rico en la década de los 20, en el siglo pasado.
El acto se llevó a cabo en la Casa Ramón Power y Giralt en el Viejo San Juan, escenario que aprovechó Álvarez Curbelo para deleitar a sus invitados con una amena presentación de datos e imágenes sobre su tema de investigación puntual: La Primera Guerra Mundial en Puerto Rico. Oportunidad que aprovechamos para entablar con la homenajeada un Diálogo para la historia. Nunca mejor dicho.
¿Acaso este reconocimiento la compromete a hacer algún proyecto en específico?
Ingreso a la Academia Puertorriqueña de la Historia, que es la Institución que piensa en los problemas fundamentalmente de la Isla y la región circundante. También promueve la realización de investigaciones y se prestan servicios de asesoría a individuos o instituciones interesadas. Sobre nosotros ha caído y caerá la responsabilidad de investigar los temas que tocan a Puerto Rico y a su población.
“La Primera Guerra Mundial y Puerto Rico”. ¿Por qué escogió este tema como discurso introductorio?
Me pareció oportuno por dos razones. Primero porque ha sido mi tema de investigación durante los pasados veinte años y porque este año (2014) se cumple el centenario del evento. En muchos lugares del mundo ya se han celebrado grandes actos cívicos y culturales por este aniversario.
Preciso aclarar que Puerto Rico no ingresó a esta guerra hasta el 1917, porque Estados Unidos se mantuvo neutral hasta ese año. Un mes antes de este ingreso el Congreso de EE.UU. aprobó la Ley Jones que otorgó la ciudadanía americana a los puertorriqueños. Por ello los varones de aquí tuvieron que presentarse y que cumplir con el servicio selectivo de ese país.
¿Cuán exitoso fue ese reclutamiento? ¿Qué nos dejó?
Aquí fueron muchos los voluntarios que fueron a pelear, porque la causa de esta guerra se entendía como justa, para muchos puertorriqueños se trataba de salvar a Francia, fundamentalmente se peleó en los campos franceses.
Ese ‘afrancesamiento’ se manifestó en nuestro País de muchas maneras. En la arquitectura y en la vida cotidiana de las clases altas educadas de nuestro País, por ejemplo. El Casino de Puerto Rico está construido al estilo francés, muchas casas de Santurce se diseñaron también a lo francés. Se sentía una gran admiración por Francia y mucho odio por Alemania, la nación agresora. El libro Ilusión de Francia, arquitectura y afrancesamiento en Puerto Rico, que escribimos junto al arquitecto Enrique Vivoni explora este fenómeno.
¿Es en observaciones como ésta que el historiador entra en acción?
Es justo lo que hacemos en la Academia Puertorriqueña de la Historia. Enlazamos los eventos mundiales con nuestra Isla, investigamos cómo nos impactaron. Hasta en asuntos tan cotidianos como la moda femenina, por ejemplo.
Si miramos un catálogo de Sears del 1910 se nota que el ruedo de la falda de mujer llegaba al tobillo. Si vemos la moda del 1918, en el mismo catálogo, el ruedo ha subido, las modelos se han recortado el cabello, modalidad de las estrellas del naciente Hollywood. Aquí las mujeres informadas comienzan a cortarse el cabello al estilo Pixie. Comienzan a maquillarse más, el ritmo de la música es más rápido, se nota la transformación de costumbres.
¿Cree que la historia de Puerto Rico está suficientemente reseñada? ¿Tenemos suficientes textos de historia en nuestro catálogo de publicaciones?
Hay buenos libros de historia en el mercado, textos que se han revisado. Está el de Francisco Scarano, por ejemplo, Cinco siglos de Historia. Está el libro de González Vales y María Dolores Luque, publicado hace solo un año; por supuesto, el de Fernando Picó que es un clásico y ha sido revisado también. Hay libros que se han hecho en Estados Unidos como el de César Ayala y Rafael Bernabe, sobre el Siglo 20.
¿Cuán difícil es escribir un libro de historia?
Últimamente, se ha descubierto tanta documentación que trabajar una síntesis sobre Puerto Rico es un proceso muy arduo. Pero hay producción e interés por parte de las editoriales. Eso es bueno.
La editorial Callejón, que dirige Elizardo Martínez, ha sido una editorial muy solidaria con los historiadores. Isla Negra también y esperemos que la Editorial de la UPR reanude lo que tuvo hace muchos años y que desgraciadamente no hubo un seguimiento adecuado a ese proyecto que nos había colocado en un mapa muy interesante.
¿Cómo identificar cualidades particulares en el historiador? ¿Qué perfil reconoce en usted?
Definitivamente el gusto por el pasado hay que tenerlo. Hay historiadores que por su naturaleza sicológica se manifiestan de diferentes maneras. En mi caso, siempre he sido muy teatral, me gusta dramatizar, tratar de imaginarme escenas de cómo fueron las cosas. De chiquita leía mucho sobre temas que tenían que ver con la historia de Roma, vidas ejemplares… Había algo de daydreaming en ese interés.
La otra característica es que me gusta comunicar, quizás porque soy Géminis y ese signo tiene particular fortaleza en esa área. De pequeña era maestra de ceremonias en los eventos de Kinder. Recuerdo que me aprendía los poemitas de todos los niños y si se les olvidaba la letra de algún poema –un presentamiento terrible, me odio por haber hecho eso– pues salía al paso.
Es que memorizar es vital para trabajar con la historia. Es cómico porque de mi vida no recuerdo muchas cosas, pero de la historia sí. Me preguntan qué paso en determinada fecha y digo tal cosa…Pero detalles de mi vida, he borrado muchísimos.
Digamos que se necesita una buena dosis de fantasía, talento al comunicar y gran aprecio por el pasado. No porque sea el pasado, sino porque el historiador debe comprender cómo los seres humanos enfrentaron retos determinados y adelantaron propósitos humanos y sociales importantes.
¿Qué nos puede decir la historia del momento que vivimos hoy en Puerto Rico?
Sabidurías acumuladas, soluciones que funcionaron en una época determinada y que de alguna manera fueron de avanzada y podemos utilizar. Digo, por ejemplo, que Puerto Rico, aún con sus carencias a lo largo del siglo 20, demostró muchísimas formas, siempre, de echar hacia adelante. Nunca hemos tenido un sentido trágico de la vida, en cierto sentido fatalistas sí, pesimistas sí…pero trágicos no.
Somos más cómicos en ese sentido. Le damos vuelta a los asuntos…decimos “si va a pasar esto, pues vámonos de fiesta”. Eso nos puede resultar complicado pero es el tipo de cosas que me gusta indagar. Tratar de penetrar en cuáles han sido las estrategias de supervivencia pasadas.
Veo que el cartel de la cinta La gran fiesta adorna su espacio laboral. ¿Puede ser buen guionista un historiador?
Claro que sí. Tuve la suerte de trabajar en La gran fiesta, proyecto maravilloso del 1985 de la casa productora Saga Films, con Roberto Gándara y Marcos Zurinaga. Fue una estupenda producción histórica, basada en la época cuando el Casino de Puerto Rico –del que hablábamos antes– 25 años después pasa a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos y se convierte en centro de entretenimiento para soldados.
Te cuento como dato curioso que en esa producción laboraba un chico que tendría unos 19 años, que vino a trabajar en esta filmación, procedente de México. Era continuista, un rol importante porque es el que dice, ‘así se quedó la escena cuando estábamos filmando ayer’. Pues ese chico ganó en febrero el Oscar al mejor director, era Alfonso Cuarón. Estuvo con nosotros laborando. Muy simpático, muy lindo, inteligente, creativo…Lo vimos en sus pininos y fue aquí en la producción de La gran fiesta.
¿Qué recuerda de su historia personal que deberíamos conocer?
Que nací en Ponce, de padre contador y madre ama de casa. Soy una de tres hermanas y madre de cuatro varones. También que mis padres siempre fueron muy solidarios con nuestras vocaciones. Y que viví en una atmósfera de libros, revistas y de aprecio al conocimiento.
Jugué con muñecas pero siempre preferí los libros; tuve esa parte de niñez de juguetes y de juegos infantiles, como toda niña.
Tengo que decirlo, cuando nos tuvimos que mudar a San Juan fue un día muy terrible para mí, porque vivíamos en la calle Aurora de Ponce, en la misma ciudad. Venir a vivir en urbanización a las afueras de Río Piedras fue terrible, un estilo de vida distinto.
Por ello, mi cariño por el Área Metro es un poco frágil. Mi hogar es Ponce, es la ciudad que me significa. Después que paso del Monumento al Jíbaro y veo a lo lejos el Mar Caribe ya me siento en casa. Ese es mi clima.