El cambio climático está ligado al incremento de los gases y al efecto invernadero. En una medida natural estos gases regulan la temperatura en el planeta, pero la explotación excesiva de las energías fósiles y la producción desaforada de nuestra sociedad han creado un desequilibrio en este fenómeno natural.
Desde la Revolución Industrial y debido principalmente al uso intensivo de los combustibles fósiles como el petróleo y el carbón en las actividades industriales y el transporte, hemos gastado más energías fósiles que en toda la historia de la humanidad. Este fenómeno, agravado por otras actividades humanas como la deforestación, ha limitado la capacidad regenerativa de la atmósfera para eliminar el dióxido de carbono, principal responsable del efecto invernadero.
El cambio climático es el elemento más visible del sistema enfermo en el que vivimos, por lo que el decrecimiento, más que necesario, es imprescindible. También es deseable, porque este sistema está basado en la obsesión por el trabajo, el desprecio del ser humano, la destrucción de la naturaleza.
Hace dos o tres siglos nuestra sociedad eligió la vía del crecimiento económico, cuyo lema es consumir y producir cada vez más. Esta producción ilimitada acarrea un consumo desenfrenado. Para mantener este modelo económico se tiene que acelerar la obsolescencia de las mercancías, lo que genera cada vez más desechos. Entonces la producción no tiene como objetivo la satisfacción de las necesidades, sino la propia reproducción del sistema. Este modelo causa la destrucción tanto del planeta como del ser humano. En un mundo en donde tú eres lo que consumes, desvalorizamos la Naturaleza, los ecosistemas y hasta a nosotros mismos, los tecnócratas llegan a hablar incluso del hombre desechable.
Uno de los síntomas más perceptibles de la insostenibilidad de este modelo es el cambio climático, del cual se habla más ahora mismo. El último informe del GIEC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre la Evolución del Clima) y el informe de Nicolas Stern del Gobierno del Reino Unido legitiman en la esfera pública lo que numerosos científicos han señalado desde hace tiempo. Esta conciencia mundial obliga a los gobernantes a tomar medidas, pero estas políticas solo buscan limitar los efectos en lugar de enfrentar las causas. Es como frenar un poco y al mismo tiempo pisar a fondo. Estamos en un bólido y nos vamos a estrellar contra la pared, no basta con reducir un poco la velocidad, hay que pararnos y cambiar de camino. Es este el sentido del decrecimiento.
El decrecimiento no es un modelo. Es antes de todo un lema provocador para marcar la necesidad de una ruptura, impactar los espíritus como un eslogan publicitario. Estrictamente se tendría que hablar de « a-crecimiento », del « a » privativo griego, como « a »-teísmo. Es necesario salir de la religión del crecimiento, del culto al progreso, a las mercancías, mejor dicho habría que desintoxicarse.
Como lo comento en mi libro: Sobrevivir al desarrollo: de la descolonización del imaginario económico a la construcción de una sociedad alternativa, es imprescindible un cambio de valores, sobre todo en cuanto al comportamiento del ser humano frente a su entorno natural. Es menester que el hombre pare su depredación de la naturaleza y que encuentre un modo de vivir en armonía con ella, como un jardinero fiel. No solo tiene que cambiar su modelo económico y político, sino que tiene que cambiar su manera de considerar al planeta y a sí mismo.
Entonces la reapropiación del futuro de cada pueblo pasa por la redefinición del contenido de su política general y éste es el sentido del decrecimiento. El decrecimiento es sin duda un proyecto anti-globalización. Pero la globalización está condenada a largo plazo, incluso según las personas que no pertenecen al movimiento del decrecimiento, con el agotamiento del petróleo. La globalización solo es viable teniendo en cuenta los costes de transportes artificialmente bajos. Con una desaparición de las energías fósiles, los costes de transporte van a multiplicarse por 10, 20 o 30, por lo que no se utilizará más el transporte aéreo y se reducirá el transporte terrestre. Solo se transportarán las mercancías que no pueden producirse en la misma zona.
Es necesaria una redistribución más justa. Un 20 por ciento de la población mundial que vive en el Norte consume un 86 por ciento de los recursos, pues nada más queda un 14 por ciento de estos recursos para el Sur. Tenemos que restringir nuestra sangría en los países del Sur para que respiren. Por ejemplo, durante la gran hambruna en Etiopía y Somalia, estos países seguían exportando alimentos para las mascotas de las clases medias del Norte.
Siempre digo que no voy a proponer a los países del Sur emprender el decrecimiento cuando todavía no han conocido el crecimiento. En cambio, si el decrecimiento significa construir una sociedad diferente de la sociedad occidental basada en el crecimiento sin límite, entonces tiene sentido a la vez para los países que todavía no tomaron este camino, que tienen aún un patrimonio que preservar. Y para los que ya tomaron este camino es todavía posible cambiar de camino. Les permitiría romper con la dependencia económica, que se ejerce a través de «l’Etau de la dette » (Aminata Traoré), pero también a través de las estructuras económicas. A esta dependencia económica se suma la dependencia cultural.
Un ejemplo de alternativa podría ser el de Cuba, que a consecuencia del embargo supo construir una agricultura ecológica, que propicia una alimentación abundante y sana.
Si los países del Sur pudieran autogestionarse, encontrarían una solución. Seguramente no sería la solución en la que pensamos, ya que son ellos mismos los actores de su cambio.
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*Fragmento de una entrevista realizada por Audrey Boursicot y Audrey Dye al economista y filósofo francés Serge Latouche, uno de los principales propulsores de la teoría del decrecimiento, que se basa en la ecología económica, el anti-consumerismo y la anti-globalización. Traducción Yannick -Hélène de la Fuente. Para ver la versión completa de este artículo acceda: http://www.ecoportal.net.