Cocinando Suave, libro escrito a 19 voces y editado por el periodista César Colón Montijo, constituye un esfuerzo por documentar fragmentos de lo que por décadas ha sido más cantado que contado: el universo de la salsa y sus significancias.
Dos años después de la muerte de Cortijo, Maelo no pudo cantar en el primer Día Nacional de la Salsa. Esa tarde en el estadio Pepito Bonano de Guaynabo, su voz desgastada entre las tribulaciones del espectáculo y los cantazos de la esquina, resonó en sus propias grabaciones (…) Maelo le habló a su público, pero no pudo cantarle a su inspiración.
Ese silencio, esa escena, con toda su carga simbólica, sirvió como punto de partida para la gestación de esta compilación de ensayos, artículos y crónicas que hoy, 11 de agosto, será presentada a las 7:00 p.m. en el Taller de Fotoperiodismo en Viejo San Juan.
Leer esta gesta colectiva es preguntarse cómo operan la voz, el luto, la tristeza, la muerte y otras abstracciones en el mundo salsero. Es encontrarse ante un abanico semiótico abierto, letra a letra y foto a foto, por César Colón Montijo, Jairo Montero, Omar Torres Kortright, Juan Carlos Quintero Herencia, Chris Washburne, José Raúl González, Hermes Ayala, José Rodríguez, Frances Aparicio, Licia Fiol Matta, Ana Teresa Toro, Elmer González, Juan Flores, Hiram Guadalupe, Juan Otero Garabís, Ángel Quintero, Rosa Carrasquillo, Ricardo Alcaraz, Christian Ibarra y Jossiana Arroyo. Es quedar incluido en una conversación auto referencial que entiende la salsa como un terreno de voces y muertes.
La edición incluye lecturas y cuestionamientos sobre la política y poética del género salsero. En “La acústica carcelaria: las tumbas salseras”, por ejemplo, Juan Carlos Quintero piensa la música como un espacio libertador, un quiebre a la monotonía de lo mortífero.
Asimismo, varios textos exploran la relación de la salsa con la industria del narcotráfico, así como los valores simbólicos de la cocaína en dicha atmósfera. Otros, sugieren que importa volver a los anclajes de la salsa, buscar y narrar sus personajes con o sin anacronismos. Buscar, por ejemplo, la memoria de “Papy” Fuentes, bongosero de Chamaco Rodríguez, y de ahí entender mejor eso de resonar en el tiempo, como hace Omar Torres en esta antología.
Jairo Moreno, en su ensayo “La salsa y sus muertes”, asegura que “el futuro de la salsa depende de cómo nos relacionemos con su pasado”. Apuesta a la documentación para prevenir su olvido.
Tras varios textos de tono antropológico, llegan las letras de José Raúl González y Hermes Ayala a modo de poesía, en su bloque “Barrunto”. Luego, las imágenes de José Rodríguez en su foto ensayo “El eco de un tambor”. Acá, toca detenerse a leer los rostros de Rafael Cortijo, Martín Quiñones, Ángel “Cachete” Maldonado y Roberto Roena, entre otros tamboreros. La formación de sus labios y sus manos, solas, cuentan historias.
Rodríguez le pasa el batón a Frances Aparicio, quien se fija en la figura de La India, La Lupe y Celia Cruz como figuras transgresoras en el género salsero. Aparicio se detiene en los niveles de significación de “La voz de la experiencia”, canción popularizada por Cruz y La India, a la vez que repiensa a la boricua y a la cubana a la luz de un contexto en aras de globalización.
Pensar el rol de género en el género funciona también como punto de partida para Licia Fiol Matta, quien, además, o sobre todo, nos cuenta qué pasa cuando la voz de una mujer pierde su significación para obtener otra, en su texto “Camina como Chencha: la ética cínica de Myrta Silva”. La curiosidad sobre la voz, esa radiografía del todo, sirve también de justo preámbulo al ensayo literario “Las viudas de la salsa”, de la periodista puertorriqueña Ana Teresa Toro.
“Cuando el luto viene por la voz se siente en medio del pecho, desde el mismo lugar desde donde se canta. Un luto que más que llorarse, se respira”, apalabra la aiboniteña.
“Y es que la salsa es muchas cosas pero también es ese lugar. Es ir a las tumbas, pero también es vivir del amor. Y sí, la salsa es macharrana, es el pau, pau, te voy a dar la amenaza, es una época, es una masculinidad rota que se construyó agrietada como el país. Con un pie aquí, otro en Nueva York y con el corazón muchas veces desorbitado por toda Latinoamérica. Es todo eso sí, y se ha pensado sobre eso, se ha escrito sobre eso, se ha condenado eso, se ha expulsado, señalado, repudiado. Pero pasa que las cosas no solo son las cosas. También en la masculinidad de la salsa hay mucha ternura” , defiende.
Quizás la misma sensibilidad que distingue tanto las letras de Toro como las de Christian Ibarra sea lo que logra que ambos autores, separados por páginas, dialoguen entre sí. Toro devela la forma del amor familiar que permea al compañerismo salsero, mientras que Ibarra nos muestra cómo llorar los mismos muertos y ser familia, de pronto, puede ser la misma cosa.
Percibir en “Estampas” el entierro de José “Cheo” Feliciano desde las líneas de Ibarra y el acertado lente de Ricardo Alcaraz, nos regresa a uno de los mayores pilares de esta antología: cómo se vive o se dice o se baila o se suena el luto en el Caribe.
Cuáles tristezas llora la salsa. Cuáles melancolías baila.
Juan Flores, por su parte, traza las fusiones culturales y musicales que dieron forma al bugalú latino a la vez que incursiona la recepción de los músicos que dieron son y voz a dicho movimiento. Hiram Guadalupe cuestiona la validez de La Fania como mejor signo de representación de la música caribeña y antillana, y un poco repiensa la suerte de los artistas empleados bajo esta sombrilla monopolio. A la vez, arroja luz sobre la labor de distintas agencias discográficas locales puertorriqueñas.
Y bueno, en un libro dado a la salsa, mercado de la nostalgia, cabe también preguntarse qué pasa cuando la nostalgia echa a caminar la voz. Cuando la voz se hace oportunidad. De ahí una mirada a la intrínseca relación entre el Cristo Negro de Portobelo y “Maelo”, a partir de su canción “El Nazareno”. La salsa como espacio decolonizador en el Caribe, “Maelo” como héroe libertador. Cabe también repensar las nostalgias de la salsa desde la modernidad, gesta que logra Juan Otero Garabís en “El cantante”, y analizar la influencia de los “géneros autóctonos tradicionales” en la naturaleza y el devenir de la salsa, mérito de Ángel Quintero en el texto.
Apuntar hacia lo nostálgico salsero y decir casetes bien pudiera ser lo mismo. Quizá por eso, Colón Montijo incluye la crónica “La Catedral de la Música Latina en Puerto Rico”, de Elmer Rodríguez junto a fotografías de José Rodríguez, así como el texto auto-etnográfico “Dándole vuelta a los casetes”, de Jossianna Arroyo. Así, subraya “la importancia del coleccionismo como espacio de sociabilidad, documentación y cocción de diversas expresiones del saber salsero”.
“Para mi padre la música era un modo intenso de hacer memoria y establecer conexiones”, apunta Arroyo, y eso, precisamente, es Cocinando Suave.
Importa señalar que este libro es un libro que se lee con el oído. Que la salsa, no basta escucharla, también leerla. Y viceversa.