De niños, solíamos saltar. Trampolines, cuicas, peregrinas, tanta complicidad en saltos. Avanzan los años y cada vez más el más ligero despegue del suelo puede exigir toda la fuerza del universo. Cada vez más un micro segundo de flote en el vacío puede traducirse en una eternidad de suspiros.
Para entender eso de trascender el aire, quizá convendría ser gota. A veces cuando se salta se surca el rostro y llegan entenderes desde el mar. Y el agua, bien que tiene voluntad de salto. Bien que sabe transitar el aire y aterrizar. Bien que sabe retar la superficie.
Quizá saltar sea gesta seria. Quizá alejarse del pavimento sea tan justo y necesario como cargar una agenda. Quizá retar la gravedad sea tan esforzado como tan tierno. Quizá alcanzar el mar y sonreír siempre fueron la misma cosa.