Fue como cuando uno está debajo del agua aguantando la respiración y sale a tomar un buche gigante de aire.
A eso de las dos y media de la tarde de aquel glorioso martes 23 de agosto toda la frustración de un pueblo atribulado por el desgobierno y la crisis fiscal se transformó en una de las reafirmaciones de puertorriqueñidad más sólidas de los últimos tiempos.
La caravana de los atletas olímpicos que participaron en los recientes Juegos de Río 2016 llenó de júbilo a decenas de miles de puertorriqueños que salieron de sus casas para celebrar una memorable actuación internacional.
En Río de Janeiro, Puerto Rico brilló ante el mundo, con una medalla de oro alcanzada por la tenista Mónica Puig y varias inesperadas actuaciones, como las finales en salto a lo alto del gallito Luis Joel Castro y del egresado de la UHS, Rafael Quintero, en la acuática disciplina de clavados.
Esa alegría unió al pueblo, pero también lo hizo el dolor de la valla que tumbó Jasmine Camacho-Quinn, la falsa salida de Javier Culson y el encuentro de lucha que le robaron a Franklin Gómez. Estos tres sufrieron su traspié, pero ya han dicho que regresarán por sus fueros al ruedo internacional.
Pues comencemos en el Viejo San Juan, donde nuestro fotoperiodista Ricardo Alcaraz Díaz comenzó su travesía con los atletas olímpicos. Hagamos la salvedad que aparte de la gente, otro gran constante aquí fueron las banderas de Puerto Rico, que ondearon por doquier, ya fuese con el azul cielo original o con el azul oscuro colonial.
“La juventud. Los niños. La cantidad que vi fue enorme, y todos muy, muy alegres. Eso fue lo más que me impresionó durante toda la travesía”, acentuó el fotoperiodista Alcaraz Díaz.
Tras saludos protocolares en la Fortaleza y en la Alcaldía de San Juan, la caravana pasó primero por la escuela José Julián Acosta, insignia de la niñez del Viejo San Juan y áreas adyacentes. Allí saludaron a cientos de niños y jóvenes.
La ruta prosiguió entonces por la Avenida Constitución de Puerta Tierra, donde también saludaron a los estudiantes de la escuela José Celso Barbosa y a las monjas que se encargan de la iglesia y la égida de La Providencia.
De allí, la caravana siguió su curso hasta la Avenida Baldorioty de Castro de Santurce. Apenas entrando en tan frecuentada vía, la cuadrilla olímpica se detuvo justo donde ubica la parte de atrás del Conservatorio de Música de Puerto Rico, bastión de la música puertorriqueña.
Allí, la sección de viento de la orquesta del Conservatorio les rindió tributo a los atletas mediante una majestuosa interpretación de los acordes de La Borinqueña, la cual, sea con la letra revolucionaria o la oficialista, se le considera el himno nacional de Puerto Rico.
El grupo siguió su cauce hasta llegar a la Calle San Jorge, donde harían una parada en el San Jorge’s Children Hospital. Allí la cosa se puso un poco pesada, pues la multitud era inmensa. Todos querían tocar a sus atletas, saludarlos, un autógrafo, una foto. Varios atletas entraron para compartir con los niños enfermos del hospital. La parada duró poco menos de 45 minutos.
Entonces, le metieron el chambón rumbo a las instalaciones del Coliseo de Puerto Rico, donde los esperaba una tarima, llena de auspicios corporativos, y una muchedumbre de miles de ciudadanos, ávidos por ver a sus representantes deportivos.
“¡Gracias, Puerto Rico! ¡Te amo!”, gritó Mónica, quien por su gesta se convirtió en la capitana dorada de esta delegación histórica.
Nada, que cosas como estas no suceden a menudo. Acá le ofrecemos más fotos del gozo de la caravana olímpica, del lente de Ricardo Alcaraz Díaz.