La abdicación del rey Juan Carlos I de Borbón a la Corona española ocurre en un contexto político y socio-económico crítico. Aunque los analistas, particularmente españoles quieren hacer ver la “normalidad’ del proceso, es imposible no encontrar similitudes y paralelismos con la abdicación de Alfonso XIII en 1931. No quiere esto decir que la monarquía necesariamente vaya a colapsar y que se instaure una república como ocurrió durante el siglo pasado. Pero tampoco es ésta una posibilidad que pueda descartarse. España se encuentra en la peor crisis económica desde que comenzó la transición a la democracia en 1975. El desempleo, el más alto de la Unión Europea no solo no baja sino que incluso aumenta. Las generaciones más jóvenes en particular no ven perspectivas de desarrollo personal. De hecho, los españoles más jóvenes emigran otra vez a América Latina y a otros países europeos. Esto parecía impensable en los 1990, cuando España se convirtió en un receptor neto de inmigrantes. España ha estado sometida a una desmoralizante política de austeridad que ha generado indignación y pérdida de apoyo a los dos partidos tradicionales, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y el Partido Popular (PP).
Aunque la Corona no sea responsable directa de dichos eventos, no deja de ser parte de un sistema político y social que es percibido cada vez más como excluyente para la clase media. Los españoles han descubierto, para gran desilusión que no eran un país tan rico ni tan desarrollado como pensaban, y que ciertamente no están al nivel del Norte de Europa, como la mayoría llegó a creer en los 1990 cuando España crecía económicamente de manera significativa.
La Corona misma ha sido responsable de su pérdida de legitimidad por los desaciertos de algunos de sus miembros. El más grave de estos ha sido el caso de extrema corrupción y la investigación criminal que se sigue contra Iñaki Urdangarín, yerno del Juan Carlos, caso que potencialmente involucra a la misma princesa Cristina. El monarca también perdió apoyo cuando decidió aceptar una invitación para ir de cacería de elefantes a Botsuana. Todo ello mientras los ciudadanos españoles perdían sus empleos, veían sus sueldos reducidos y veían caer sus índices socio-económicos y humanos.
Mucho se ha dicho sobre la función fundamental de Juan Carlos en la transición a la democracia y de cómo salvó al sistema democrático en 1981, cuando el Coronel Antonio Tejero dirigió un intento de golpe de estado contra la incipiente democracia. Aunque esta conclusión es acertada, hay que entender que las generaciones más jóvenes no vivieron la dictadura de Franco ni la transición democrática. Para estos la realidad es mucho más inmediata y se traduce en el desempleo, el aumento de la pobreza, la falta de oportunidades, los escándalos de corrupción de los dos partidos principales y el padecimiento de los ciudadanos. Desde su perspectiva la monarquía parece una institución arcaica que no les aporta nada a su bienestar ni a sus aspiraciones y que le cuesta al país mantener. En cierto modo, la perciben como un cómplice de una clase política que se va desprestigiando, como han demostrado las recientes elecciones europeas. En éstas el PP y el PSOE, aunque lograron obtener la primera y segunda posiciones respectivamente, obtuvieron menos del 50 por ciento de los votos emitidos, cuando era la norma que obtenían entre ambos el 80 por ciento. Además perdieron 6 millones de votos con relación a las elecciones europeas de 2009.
Este resultado ha agudizado la crisis de legitimidad en ambos partidos, particularmente en el PSOE que, de haber dominado la política española en los 1980 y 1990, parece ahora un partido en desbandada y cuestionado incluso por sus propios militantes. Es precisamente el PSOE quien más votos ha perdido, votos tránsfugas hacia la Izquierda Plural y hacia nuevas formaciones políticas de izquierda radical como PODEMOS y CIUDADANOS, ambas resultado de las protestas de los “indignados”. También un grupo disidente del PSOE y de izquierda moderada, Unión Progreso y Democracia (UPyD) ha logrado captar votos que tradicionalmente iban al PSOE.
La crisis socio-económica, un sistema percibido como que sólo favorece a los banqueros y empresarios y sesgado contra la clase media, la crisis de legitimidad de las élites políticas y los desaciertos de la monarquía han llevado al rey Juan Carlos a tomar una decisión necesaria para salvar la monarquía, mientras esto sea posible. Es probable que los partidarios de la monarquía sean todavía mayoritarios. Pero los indicios apuntan a que esta institución cuenta cada vez con menos lealtades. Ya los nuevos partidos no sólo van rompiendo el bipartidismo, sino que han planteado la posibilidad de formar alianzas antisistema y que se convoque un referéndum para que los ciudadanos españoles decidan si continúan con la monarquía o se proclama la III República Española.
Los paralelismos con 1931, cuando se proclamó la II República, son inevitables. En aquella época España vivía situaciones muy similares, crisis de legitimidad de las clases políticas, crisis socio-económica, corrupción y miseria. El nerviosismo cunde entre la clase política. El presidente Mariano Rajoy ha llegado incluso a lamentar la dimisión del dirigente de la oposición del PSOE Pérez Rubalcaba, consciente de que el colapso del PSOE significaría el surgimiento de una oposición de izquierda radical. Rajoy prefiere al PSOE como oposición; ambos son parte de un mismo sistema y comparten mucho más de lo que aparentan ante la opinión pública. Felipe González, ex Presidente bajo el PSOE ha advertido contra el surgimiento de la nueva izquierda, prediciendo una catástrofe si ello ocurriera.
Mientras tanto, el monarca se juega su última baraja bajo la manga, abdicar a favor de su hijo, Felipe de Borbón, con la esperanza de que un monarca joven pueda inspirar mayor apoyo a la monarquía entre la juventud y salvar el sistema que el Rey ayudó a forjar tras el fallecimiento del dictador Francisco Franco en 1975.
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El autor es profesor de Ciencia Política en el Recinto Universtario de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico.