Cada mediodía, miles se dispersan en el recinto riopedrense de la Universidad de Puerto Rico para llegar a sus puntos de almuerzo. A veces, de tan cotidianas sus visitas, las dueñas de los puntos alimenticios ya los esperan y, con tan solo verles, sospechan -o saben- qué ordenarán.
Una de las caras de cemento de la Facultad de Educación lleva años habitada por uno de esos lugares a donde llegan filas y filas para saciar su hambre universitaria. Le llaman “Las mamises”, porque con ese registro maternal atienden a los estudiantes. Venden arroces, carnes, escabeches, viandas, sándwiches, burritos, tacos, ensaladas, café, batidas a los estudiantes. 29 años atrás el menú era distinto.
En 1987, Migdalia Reyes, dueña del negocio, llegaba a un recoveco de la Facultad de Estudios Generales con un carro de perros calientes y desde allí, con un ligero radio de antena, breve plática y sonrisa, recibía a su clientela. El reloj ha avanzado y con él la estructura operacional del proyecto. Reyes, de casi 60 años, ahora cocina desde su hogar los alimentos que se venderán. Allá llegan miembros del equipo de cochería y transportan lo preparado hasta el campus universitario.
Tres, cuatro mujeres de tesón y voces cálidas, empleadas por Reyes, reciben diariamente a los universitarios, profesores y otros clientes que llegan al espacio en donde opera esta gesta comercial colectiva. Sus energías sintonizan con la de Reyes, a quien consideran familia. Cuando se les pregunta dónde se encuentra su empleadora, insisten en que está allí, justo allí, con ellas.
Y es que hay formas del estar que trascienden la presencia de un cuerpo. De pronto, trabajar en un mismo andamiaje puede ser lo mismo que quedar muy de cerca, así sea a metros de distancia.