Siempre estudié en la escuela pública. Durante mis años escolares en los planteles del Departamento de Eduación, desde mediados de los noventa hasta principios del 2000, no tuve ningún percance que me llevara a pensar que estaba en la escuela incorrecta o que me encontraba en un lugar inseguro.
En las escuelas que estuve nunca vi armas, ni usarios de las llamadas drogas duras como cocaína o heroína. Tampoco se producían videos de alumnos sosteniendo relaciones sexuales en las instalaciones escolares. La educación era muy buena y cuando se convocaban a los padres para discutir algún asunto importante, en los salones donde se reunían casi no cabía una persona más.
Con estas vivencias en mi memoria, pensaba que la escuela pública era una buena opción para cualquier niño. Pero, esta forma de pensar cambió. Hace unas semanas mientras hablaba con mi primo, que acaba de terminar su bachillerato como trabajador social, descubrí un panorama muy distinto al imaginario que prevalecía en mi memoria.
Mi pariente relató que en su último año de estudio tuvo que hacer la práctica en una escuela pública de nivel intermedio. Durante el tiempo que estuvo trabajando en esa institución, cuyo nombre no voy a mencionar por motivos de confidencialidad, fueron muchas las malas sorpresas que se llevó.
Contó que en una ocasión vio a dos madres peleando en la Oficina del Director hasta casi quedarse desnudas. Otro día tuvo que separar a dos estudiantes que estaban peleando porque todos los maestros se quedaban mirando y nadie hacía nada.
Uno de los casos más difíciles que trabajó fue el de un alumno que llegaba todos los días armado con una pistola. Según él, todos los maestros lo sabían y lo único que le decían era: "sabemos que la tienes, escóndela. No la estés trayendo para la escuela".
Durante el transcurso de su práctica allí, descubrió con desaliento que el rigor y el buen juicio estaban ausentes de ese plantel. Comentó que cuando intentó implantar respeto y normas más estrictas, los estudiantes empezaron a hacerle maldades (robar bultos, romper cosas) y los maestros no lo apoyaban.
"Jamás pensé que nenes de escuela intermedia pudieran tener esa mentalidad de hacer tanto daño", me dijo un poco desanimado. Tal vez pudiera tomarse su experiencia como un hecho aislado, pero sus conversaciones con sus pares le confirmaron que no era sí. Me comentó que cuando se reunía con otros trabajadores sociales, que también estaban haciendo la práctica en otros planteles, sus historias eran peores.
Ver todo lo que pasa en una escuela intermedia lo dejó impactado. Observó que allí se manejaba todo tipo de drogas. También tuvo un caso de un alumno que tenía un pen drive con 502 fotos de adolescentes desnudas. Algunas eran compañeras de clase del mismo estudiante. Otra de las cosas que notó fue que la mayoría de los estudiantes siempre llegaban tarde a la escuela y que a las reuniones de padres solo asistían tres personas. Para colmo se sentía fuertemente acosado, pues cuando pasaba por los salones las estudiantes le decían "hay estoy loca por tirármelo", delante de los maestros. En fin, manifestó que llegaba a la escuela "loco porque fuera la hora de salir", porque temía por su seguridad.
Luego de escuchar todo esto me dije: esa no es la escuela en la que yo estudié. La escuela cambió.