Unos deleitaban el oído, otros el paladar.
“¡Feliz Navidad! ¡Feliz Navidad, próspero año y felicidad!”, en pleno octubre. Así un músico recibía a quienes se dieron cita en la Plaza San José del Viejo San Juan. Había, además, los que, convocados por el repiqueteo de las campanitas, saboreaban los tradicionales helados naturales guardados en candungos: el placer, esta vez, tenía gusto a coco, parcha o piña.
Jóvenes, niños y adultos, desde antes del mediodía de ayer, llegaron a la ciudad amurallada. Al menos tenían la garantía de encontrarse con un invitado, ese que por ser un país caribeño nos acompaña casi todo el tiempo: el calor, razón por la que muchos de los presentes se ventilaban con flyers, abanicos y hasta con las manos.
Eso no impidió que los presentes se acercaran a las carpas abarrotadas de libros que habitaron la plaza, miraran, leyeran dos o tres líneas de algunos títulos –la contraportada o el nombre del autor– y los compraran. En ese orden operaban las transacciones bajo los toldos de las editoriales y librerías que acostumbran participar del esperado Festival de la Palabra.
Sentada en uno de los bancos de la plaza, una señora –tez oscura, traje vino, espejuelos– lee un libro. En ocasiones detiene su lectura, comparte unas palabras con el hombre que está a su lado –tez y barba blanca, camisa blanca, gafas– y sigue leyendo. Precisamente intercambios como ese justifican, desde hace ya ocho años, el festival: una oportunidad para leer, compartir opiniones, escuchar y aprender.
Este año, el Festival de la Palabra y La Campechada tuvieron su epicentro en la ciudad capitalina, facilitando que los visitantes pasaran de una actividad a otra. Las calles, entonces, además de libros, estaban llenas de artesanías. Los artistas pintaban y exhibían sus obras.
Así lo hizo Carmen Altagracia, una de las artistas presentes. Es su primera vez en la actividad a pesar de llevar 22 años dando clase de artes visuales en la Escuela Elemental Abraham Lincoln. Contó que el magisterio la llevó a descuidar su parte artística, pero ahora busca del arte para canalizar el trato y las situaciones por las que pasa cualquier maestro.
Su esposo fue pieza clave en la decisión de volver a pintar. “Él siempre me decía ‘tienes que volver’, y lo hice. Vine a exponer mi arte para que me conozcan. Me quedan ocho años de maestra y quiero dedicarme a esto”, comparte emocionada mientras continúa pintando.
Las horas pasan. El ritmo de las actividades sigue igual. Amigos y conocidos se encuentran, se abrazan, conversan. El sudor impregna los cuerpos. Unos van a paso acelerado. Otros, un poco más despacio, miran y disfrutan de la algarabía endémica de estos eventos. Muchos se refrescan con una cerveza, aunque los más prefieren agua.
Las calles del Viejo San Juan exudan gente. Gente que camina, mira, lee, compra, come, bebe, juega, escucha y hasta baila.
Cayó la noche y en la Plaza del V Centenario varios escritores –el colombiano William Ospina, el brasileño Paulo Lins, las puertorriqueñas Mariposa Fernández y Margarita Pintado, el español Ernesto Pérez Zúñiga, los dominicanos Pedro Antonio Valdez y Rey Andújar, y la cubana Marilyn Bobes– declaman poesía ante decenas de personas. Un escritor subía, otro bajaba de la tarima.
“Qué bonita bandera, qué bonita bandera, más bonita se viera si los yanquis no la tuvieran”, declamó la poeta Mariposa. El público aplaudía. Termina la lectura, ponen música y el día termina como comenzó, con un coro que decía: “El cuerpo me pide en las Navidades, que le dé mucha parranda, vamos pa’ la calle”.
Las canciones anuncian que ya se acerca la época más esperada del año.