Cuando el Día de Acción de Gracias llega, muchos, en lugar de mirarse, se vuelven hacia otros. Bajo ese espíritu de solidaridad surgió el proyecto “Canastas de bendición”, iniciativa a través de la cual cientos de extraños entregan compras alimenticias a familias en necesidad de manera anónima.
Para formar parte, los voluntarios compran suficientes alimentos como para sustentar a “una familia de cuatro personas” o crean “un centro de acopio en su comunidad, iglesia u organización”. Según se explica en la convocatoria del proyecto, así recolectan los artículos necesarios para armar las “canastas de bendición” que entregan el cuarto jueves de noviembre a habitantes de hogares identificados como espacios en precariedad.
Cada cesto llega acompañando por el siguiente mensaje:
“Esto te lo envía un grupo de personas que se preocupan por ti. Lo único que te piden es que, cuando estés bien, lo hagas por otro. (Si la persona te pregunta de dónde eres, le contestas: Mire, a mí [para] lo que me contrataron o llamaron fue para entregarle esto. Nos vemos. ¡Feliz Día de Acción de Gracias!)”.
Desde que Glenda Santiago, portavoz del movimiento, y su familia comenzaron a gestarlo, más de 10 mil seguidores se han unido a la página cibernética del proyecto que hilvana escuelas, iglesias y organizaciones comunitarias en pos del servicio desprendido.
Algunas de las entidades partícipes este año son la escuela Juan Quirindongo Morell, en Vega Baja, la comunidad Río Vivo, de la Parroquia Santa Luisa de Marillac, y la tropa 416 de las Girl Scouts de Puerto Rico. Otros, como Keralia Collazo, tras recibir un cesto en momentos de necesidad, se convierten eventualmente en donadores de alimentos para reciprocar al universo.
Y es que, cuando una puerta se abre y arriba la posibilidad de una cena en familia en lugar de un mantel vacío, no es solo alimento lo que se regala, sino también fe en la humanidad.
Como este, existen decenas más de proyectos en la isla organizados por personas que perciben el servicio como una ruta al agradecimiento —o viceversa— seres dispuestos a construir en su imaginario compras abastecedoras, para luego traducirlas a realidades concretas.
Quizás sean las fechas solo excusas para detenernos a atender lo que debiera preocuparnos —y ocuparnos— siempre.
Actualmente, el 36% de la población puertorriqueña recibe beneficios del Programa de Asistencia Nutricional (PAN) del gobierno, el mismo porcentaje que en el 2015, cuando, según el Instituto de Desarrollo de la Juventud, el 45% de la población general y el 57% de los niños y los adolescentes en Puerto Rico, vivía bajo el nivel de pobreza.
En esta misma ventana de tiempo, según el Instituto, los pueblos con mayores tasas de niños y jóvenes viviendo bajo dicho índice fueron Culebra, Maricao, Comerío, Ciales y Lajas, municipios alejados del área metropolitana. Empero, esto no quiere decir que en la ciudad no hay necesidad.
Por eso, durante el año, varias organizaciones no gubernamentales trabajan sin pausa para subsanar las problemáticas socioeconómicas con las que lidian demasiados en el país.
Iniciativas contra el hambre durante el año
Junto con la gestión de “Canastas de bendición”, otras organizaciones locales se desbordan en este tipo de iniciativas durante todo el año.
Este es el caso del Centro Presbiteriano de Servicios a la Comunidad en San Juan, que recolecta semanalmente alimentos para suplir las necesidades de quienes llegan cada martes a su estructura en busca de compras de alimentos. En la entidad, no siempre tienen suficientes artículos para todos —en una ocasión, dos residentes se pelearon por comestibles— pero, aun así, desde hace años lo intentan. De hecho, este mes repartieron 27 compras.
Los Comedores Sociales de Puerto Rico, por otro lado, entregan aproximadamente 100 platos repletos tres veces en semana a quienes llegan al medio día a la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico. A metros de distancia, horas más tarde, el proyecto Mesón de Amor, en Río Piedras, combate el hambre universitaria con cenas gratuitas para la comunidad.
Porque pasa que el hambre en Puerto Rico —y en El Salvador, en Argentina, en Mississippi, en India y en demasiados otros lugares más— no es cosa de temporadas, ni de días. Está ahí, y no basta con sospecharlo. De ahí que tanto importen las manos que, cuando perciben la necesidad, le luchan en contra.