LA HABANA – Era un poco más de la medianoche. Estaba en Corner’s café, uno de los muchos bares que apelan a un sector específico de cubanos y cubanas que tienen la capacidad monetaria para entrar y consumir. Los Boys, banda local, tocan covers de funk y rock. Una noche más en La Habana; una de las pocas más que me quedan.
Mi amigo de Chicago, quien estaba afuera del local hablando con una amiga cubana, me hace señas para que salga un momento. Salgo.
Y ahí recibo la noticia: “Seba, Fidel Castro acaba de morir. No es mentira. Raúl Castro lo acaba de comunicar por televisión.”
No era mentira.
Afuera del bar vi a varios con sus teléfonos, todos hablando sobre el fenómeno. Adentro, la gente sigue escuchando a Los Boys. No sé qué sentir. No sé qué decir. Solo observo.
Me voy del Corner’s a mi apartamento, que me queda muy cerca, para ver la televisión. Tan pronto la enciendo sale la repetición del mensaje de Raúl Castro. Esta vez es de verdad, murió Fidel.
Regreso al Corner’s y me encuentro con el bar vacío y sus empleados limpiando el lugar. Le pregunto a uno de ellos qué pasó con el show, me contesta: “Lo paramos a la mitad… no sé si sabes, pero ha fallecido el Comandante”.
Me voy con mi amigo a la casa del bajista de Los Boys, que también está cerca del bar, porque está de cumpleaños. Y aquí es que comienza lo que jamás pensé que sería mi noche después de tal histórico suceso.
Sí, la noche en que fallece el líder de la Revolución cubana, comimos bizcocho. No fue adrede, ya estaba planificado. En la noche en que muere uno de los hombres más importantes del siglo XX, celebramos la vida de mi amigo, el bajista.
Sí, la noche en que Cuba deja de ser la misma, nadie en la casa lo menciona y sacamos nuestros instrumentos y hacemos música. La alegría domina cualquier sentimiento de incertidumbre y tristeza, pienso que era un festejo de cumpleaños que ya estaba predeterminado.
O quizás es que fueron tan fuertes esos sentimientos que prefirieron colectivamente no mostrarlos. O quizás los mostraron a través de las carcajadas y las improvisaciones. O quizás no hay tristeza. La verdad, no lo sé, no pregunté. Creo que nunca lo sabré. Lo que sí sé es que la noche de La Habana estaba muy lejos de ser la noche de Miami.
Y llegó la mañana del sábado.
Recibo un mensaje de texto de un amigo cubano, colega estudiante, invitándome a pasar por la Universidad. Los profesores y estudiantes están dejando flores en la escalinata justo frente a esa insigne escultura de Alma Mater, que define a la Universidad de La Habana.
Camino de mi casa a la Universidad. La calle está relativamente vacía. Hay pocos carros. Se siente el silencio. El guardia de seguridad de la Universidad me pregunta por mi carnet de estudiante. Me sorprende. Nunca me lo han pedido. Nunca lo piden.
Para llegar a la escalinata, paso por la plaza Ignacio Agramonte, dentro de la Universidad. Una de las calles que la bordea está repleta de mensajes para Fidel.
Muchos visten de negro. En la Facultad de Derecho hay una corta fila para escribirle a Fidel en un documento que luego será entregado a sus familiares. Veo estudiantes emocionados. El aire pesa. Por supuesto, también escribo mis líneas.
Llego a la escalinata. Bastante vacía para lo que me esperaba. Los estudiantes caminan lentamente. Por los altavoces suena la voz magistral de Mercedes Sosa entonando La Maza y Vengo a ofrecer mi corazón.
En eso, otro amigo, de Honduras, me llama para dejarme saber que en el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, presidido por Fernando Martínez Heredia, están organizando una actividad para celebrar el legado y la vida de Fidel. La actividad es convocada por el Colectivo Pangea y por Proyecto Nuestra América, organizaciones sociales enfocadas en educación política y popular.
Hay cerca de 40 personas, todos y todas jóvenes. Llevan flores en sus manos, algunas pancartas y varias banderas cubanas. Salimos a la calle. Llegamos a la calle 23 en Vedado en la intersección con calle L, una esquina muy concurrida.
Una vez ahí, bajamos por toda la 23 hasta dar con el Malecón gritando consignas como “¡Fidel, Fidel! ¿Qué tiene Fidel, que los imperialistas no pueden con él?” “¡Viva Fidel, ahora y siempre!” “¡Compañero Fidel Castro, presente!”. A todo esto, solo grabo. No me sale repetir las consignas. No sé si quiero. No sé si debo.
La gente en la calle saca sus celulares y filman. Acá el cubano y la cubana que tiene celular lo graba todo. No pasan casi carros. Una pareja de turistas estadounidenses me detiene para preguntarme sobre lo que está pasando. Se han unido más cubanos y cubanas.
Ya estamos en el Malecón. Leen un par de poemas sobre y para Fidel. Se reúnen en un círculo y en el centro un joven sostiene un barco de papel de periódico en el que las personas depositan sus flores diciendo en una palabra o frase lo que es Fidel para ellos y ellas.
El ambiente contrasta con el de la Universidad. Permea un tono mucho más vivo, más enérgico, más explícitamente político. La actividad culmina regalándole el barco al mar como símbolo de un recomienzo de la Revolución Cubana, por la coincidencia de que fue en la madrugada del 25 de noviembre de 1956 cuando el Granma desembarcó hacia Cuba, tal y como recordó uno de los manifestantes.
De vuelta a casa por la misma calle 23 me fijo en que a los cines y teatros les están quitando los letreros de las películas y actividades culturales pautadas para estos días. Al llegar a casa veo que el teatro Mella ya no tiene ni una letra. Esta semana la película está en la calle.