Era el 2007 y el Partido Demócrata de los Estados Unidos se encontraba en un proceso de primarias para seleccionar a su candidato (a) a la presidencia de los Estados Unidos. Los contendientes eran la muy conocida senadora Hillary Clinton (exprimera dama de Estados Unidos) y un senador, del estado de Illinois, poco conocido llamado Barack Obama.
Me llamó mucho la atención la sobria personalidad, capacidad para comunicar, intelecto así como la calidad y novedad de su mensaje político, muy diferente al de los políticos tradicionales. Aparte de lo anterior, que para mí fue lo más importante, se trataba de una persona afroamericana. Esto último fue como un imán para los afroamericanos estadounidenses, nosotros los puertorriqueños, los latinos y todos los demás grupos minoritarios que forman parte de la sociedad norteamericana.
La inmensa mayoría de las personas pertenecientes a dichos grupos étnicos se identificaron con su mensaje refrescante de cambio acentuado con la frase repetitiva de “Sí podemos” (“Yes we can”) unido a su llamado continuo al cambio de la política tradicional en Washington D.C. Convencido por su palabras yo fui uno, de los millones de personas, que le brindamos apoyo económico (en mi caso dentro de mis posibilidades de orgulloso profesor de la Universidad de Puerto Rico) ya que él prometió que no iba aceptar donativos de las firmas de cabilderos que merodeaban por el Congreso de los Estados Unidos así como tampoco de los grandes intereses de “Wall Street” en Nueva York.
Luego de su victoria primarista sobre Hillary Clinton, lo que le aseguró su nominación a la presidencia de los Estados Unidos por parte del Partido Demócrata, celebramos dicho logro como si se tratara de uno de los nuestros con los que compartimos múltiples valores de justicia social y principios morales. Seguimos apoyándolo, para la campaña presidencial del 2008, cuando se enfrentó al candidato del partido republicano, el senador John Mcain. Nuestro representante (así lo creíamos en aquel momento) continuó con su acertada campaña como promotor del cambio (“change”) en la política estadounidense en Washington D.C. Como candidato, hizo múltiples promesas al electorado sobre todo en aquellos aspectos de atender las necesidades de las minorías en los Estados Unidos. Proyectó mucha honradez y sinceridad en sus palabras. Finalmente se alzó con el triunfo en las elecciones del 2008.
Millones de personas, en todo el mundo, celebramos ese evento como lo que era, uno de mucha trascendencia histórica en los Estados Unidos y que tenía el potencial de dejar una profunda huella positiva en todo el planeta. ¡Qué equivocados estábamos! El Comité Nobel Noruego de Oslo, inmediatamente después de esta elección, le otorgó a Obama el premio Nobel de La Paz. A nuestro parecer lo hicieron más por el triunfo histórico del nuevo presidente que por sus méritos y haberes como pacifista. A nuestro juicio esa fue una otorgación realizada a destiempo, bajo la euforia mundial del momento, que desembocaría más tarde (al descorrerse el velo) en la mayúscula decepción de que el verdadero Obama no era pacifista sino un promotor de la guerra y de la barbarie.
Desde su primera elección, en el 2008, hasta el presente el presidente Obama ha dejado un rastro de acciones infames e indignas para los ciudadanos de su país y de todo el mundo. No bien recibió el galardón de premio Nobel de La Paz (inmerecido completamente) comenzó el exterminio sistemático de supuestos enemigos de los Estados Unidos utilizando toda la tecnología y todo el poder de la presidencia de los Estados Unidos. Mediante los llamados drones (aviones no tripulados armados con misiles) mandó a “neutralizar” (vocablo que utilizan las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos para indicar matar) a miles de musulmanes principalmente en el continente africano. Como si eso no fuera poco, también ordenó cientos de ataques aéreos de la Fuerza Aérea estadounidense contra objetivos “estratégicos” (otro vocablo más de uso común por las Fuerzas Armadas para justificar sus acciones bélicas) localizados en diversos países musulmanes.
Todo lo anterior, con el premio Nobel de la Paz en sus manos. Algunos dirán, gracias a Dios porque si no le hubiesen dado ese premio a lo mejor hubiese causado un holocausto nuclear en el planeta. El premio que realmente Obama se merece, por sus propias acciones, es el de Genocida Mundial al igual que su compatriota Henry Kissinger, otro genocida que también recibió un inmerecido premio Nobel de la Paz y quien fue responsable por el exterminio de millones de personas en Vietnam, Camboya y por la famosa Operación que sacó del poder y asesinó al presidente de Chile, Salvador Allende.
Durante su incumbencia de ocho años “nuestro representante” ignoró, casi por completo, su promesa de una reforma migratoria en los Estados Unidos para hacerle justicia a los miles de indocumentados (mayormente latinos) que se encuentran en dicho país. Prometió también, resolver el problema del estatus político de Puerto Rico y tampoco cumplió con esto. Entre otras tantas promesas incumplidas estuvieron: más y mejores empleos para los estadounidenses, fortalecimiento de la clase media, reducir el poder de “Wall Street” en la economía de los Estados Unidos, reducir las influencias y el poder de las firmas de cabilderos en el Congreso a favor de las grandes corporaciones cuya gestiones atentan contra el bienestar de la mayoría de los estadounidenses, reducir los costos de la educación y mejorar el acceso a la educación superior de los ciudadanos más desventajados de Estados Unidos (incluyendo todos los grupos minoritarios), entre tantas promesas quebradas. En resumen, en sus ocho años en la presidencia, Obama se comportó como el presidente más blanco de los Estados Unidos de los últimos 40 años. Todo lo contrario a lo que prometió. Como dirían en USA, “shame on him”.
Ahora entiendo muy bien el comportamiento de Nelson Mandela, cuando en su lecho de muerte, se negó a recibir al presidente Obama cuando llegó a Suráfrica para visitarlo. Muy bien hecho por Mandela. Esa fue una lección de dignidad y de rechazo a lo indigno, por parte de uno de los líderes mundiales más destacados del siglo pasado. Estoy seguro que Obama jamás olvidará esa lección de integridad y honradez intelectual de Mandela.
Otro asunto, de vital importancia para los puertorriqueños y para todos los peticionarios del mundo, que Obama no ha atendido es la petición de Indulto Presidencial del preso político y compatriota Óscar López. Una persona a quién no se le ha hecho justicia y cuyo único delito es su gran amor por Puerto Rico. Obama no se ha inmutado por las múltiples peticiones de indulto para Oscar que ha recibido por el más amplio abanico social, académico, intelectual y político mundial que pueda haber. Sigue silente. Frío como una piedra. Sin sentimientos. Sin sensibilidad. ¿Qué clase de ser humano es este señor? ¿Dónde están sus principios?
Entre las voces de la dignidad puertorriqueña, estadounidense e internacional que le han pedido el indulto para Oscar se encuentran jefes de estado, religiosos de alta jerarquía, destacados intelectuales, artistas de renombre, entre otros tantos. Pero Obama sigue sin inmutarse en su empeño de seguir ofendiendo al pueblo de Puerto Rico. Su más reciente acto de menosprecio a nuestro país fue el de no dar explicación alguna cuando se completaron más de 100,000 firmas en una petición (en la página de internet de Casa Blanca) pidiendo nuevamente la libertad del compatriota Oscar. Como siempre ha sido su costumbre, el prometió y no cumplió. Me imagino que los distinguidos patriotas estadounidenses Malcom X y Martin Luther King Jr., deben estar revolcándose en sus tumbas por la falsa representación del honroso grupo étnico afroamericano que representa Obama. Tremendo fraude para desgracia de todos los que pusimos nuestra fe en él.
Sin embargo, gracias a Dios, existe la dualidad en la mayoría de las cosas de este mundo. La otra cara de la moneda es nuestro Oscar López quien es un excelente representante de la dignidad humana. Aún en sus treinta y cinco años de prisión física Oscar López es más libre de espíritu que Barack Obama quién vivirá por siempre preso entre los barrotes y cadenas de la inmoralidad e indignidad de sus propias acciones. Porque el presidente Obama pasará a la historia como la triste representación de la indignidad encarnada.