Un sol radiante pintó de tonos rosados y naranjas el firmamento. Sus rayos se escondían detrás de la Torre de la Universidad de Puerto Rico dándole un toque místico a la antigua estructura. Poco a poco los rayos del astro se intensificaron iluminando cada rincón de la Universidad. Nubes blancas que parecían de algodón se formaron en el cielo y al fondo se asomó el espléndido azul celeste de un cielo en paz y tranquilo.
Las cotorras, fieles animadoras en el quehacer diario, canturreaban como de costumbre. Esta vez su fanfarria anunciaba con gentileza el inicio de un día especial, un día dedicado a la música. Su voz se unió al “le, lo, lai” de Los Carreteros que fue interpretado por el Coro de la Universidad. Bajo la cúpula de la Rotonda el coro pintó el amanecer tal y como lo describió el maestro Rafael Hernández.
Las notas musicales viajaban de un edificio a otro despertando con delicadeza a cada ser vivo que las escuchaba. Guiadas por el oído, las personas llegaban hasta el lugar donde sublime afloraba la magia de la música.
-¡Qué hermoso ir de un lugar a otro y escuchar buena música!, dijo un estudiante que vestía una camiseta blanca y unos mahones gastados, al finalizar la presentación. Su rostro denotaba un sentimiento de admiración que solo producen las armas del conocimiento.
Las melodías no solo se concentraban en la Torre, sino que en distintos lugares del recinto estudiantes del Departamento de Música exponían sus talentos, sus conocimientos y las destrezas adquiridas. Poco a poco las armonías se fusionaban creando una sola canción.
El sonar de unos barriles de bomba llevó a muchos hasta el reinaugurado Centro de Estudiantes. Allí el grupo Son de la Peronía puso a bailar al público como lo hacía la ascendencia africana. Con el repique de los tambores dos bailarinas se movían enérgicamente. Asimismo, retaban al músico del “subidor” para que siguiera sus pasos.
“Oí una voz, oí una voz, oí una voz bendita del cielo que me llamó”, así se despidió del públicó Son de la Peronía. Mientras, los estudiantes y empleados repetían el coro efusivamente. Las raíces africanas se apoderaron del Centro y sus buenas vibras pusieron a todo el mundo a moverse.
Una bailarina del curso Humanidades en Acción interpretó una pieza de flamenco. / Foto Suministrada
De pronto, el rasgado de una guitarra trajo el ritmo español al escenario. Una bailarina de flamenco se impuso en la tribuna y con al mover sus pies y manos asumió la dirección de la música.
Su rostro manifestaba el dolor y la agonía que expresaba la canción sobre “la muerte de una gitana”. Todos los ojos estaban puestos en ella. Valiente, fuerte, precisa y conectada con el sufrimiento que le planteaba la música… Así se mostró la bailarina del curso Humanidades en Acción.
El sentimiento y fuerza de la mujer española dejó a todos estupefactos. Nadie se movía, ni si quiera podían decir una palabra. “Eso si es una mujer”, dijo un joven al finalizar la presentación y se marchó del Centro con los ojos bien abiertos.
Más tarde subió al escenario la banda de rock Sol Creciente, el Taller de Jazz de la Universidad de Puerto Rico, el Coro de Cámara Idilio, el conjunto Flor de Caña, Yibáro, Colectivo 787, la orquesta La Río Pedrense, entre muchas otras agrupaciones musicales.
Durante todo el día hubo música variada para el deleite de todos los presente. El repertorio fue desde lo clásico y lo coral, hasta el jazz, el rock, el pop y la música puertorriqueña. Sin duda, durante el cuarto Día de la Música, ésta se convirtió en el lenguaje universal de los gallitos y jerezanas.