Dedico estas palabras al pepiniano de origen y líder comunitario de Chicago, Oscar López Rivera, el más antiguo prisionero político de América, 35 años, en vísperas de su excarcelación.
No es cierto que Mayagüez sabe a mangó. Mayagüez sabe a Colegio, al apetito del saber, al sabor del conocimiento.
La grata ocasión que compartimos esta tarde de enero, comienzo del año, final de sus estudios en esta universidad me recuerda lo que mi abuela me contaba de mi bisabuelo, su padre, que había sido por años maestro de ingenio azucarero en Fajardo y también de ferrocarriles, ambas novedades entonces.
Esa temprana asociación de la palabra ingenio con ingeniero (aunque en el caso de mi bisabuelo sin preparación académica alguna), aquella persona que se las ingenia para que algo funcione de óptima manera me remite de Fajardo a Mayagüez y su Colegio, ahora Recinto de la Universidad de Puerto Rico en esta ciudad capital de distrito llamada Sultana del Oeste en estos tiempos tan temerosos del mundo islámico, distanciada del centro metropolitano al parecer de modo infinito para los isleños que somos todos.
Y como tiempo y distancia se relacionan en continuo devenir, el hecho de que yo haya nacido en Santurce, ejerza como Artista Residente en Cayey con taller en Ponce y sea invitado a hablarles a ustedes hoy en la celebración de su graduación en Mayagüez me provoca una reflexión sobre el ser boricua, su ya dilatado espacio vital que por fuerza incluye la diáspora continental y cómo nos la ingeniamos en años y kilómetros, historia y geografía para reconocernos los unos a los otros, saber si sabemos a mangó o a quenepa, manzana o tamarindo, aguacate o limón.
Hoy estamos aquí juntos para festejar la conquista ardua del ingenio, su desarrollo ni tan distante de la que el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha emprendiera cuando abandonara sus libros para vivir las aventuras que leyera y que ahora intentara transformar en realidad al desfacer agravios, enderezar entuertos y proteger doncellas.
El sueño nuestro, a diferencia del que obsesiona al Quijote, no es un sueño imposible, aunque nos hayan enseñado a creer que lo es; el nuestro en cambio es despertar del sueño convertido en pesadilla en que se ha trastornado esta, ni tan pequeña, ínsula para poner a prueba nuestro ingenio, aplicar lo aprendido en aulas y laboratorios, campo abierto y talleres. Llegó el momento de destapar la botella, liberar al genio que hasta ahora la habitaba y que nos demuestre si es verdad que el gas pela y si el apio es verdura.
Campos yermos o sembrados de contaminantes semillas transgénicas, rellenos de cenizas venenosas o sepultados bajo un urbanismo carente de planificación que no sea la del lucro indiscriminado y criminal, regado con la sangre de nuestros jóvenes víctimas del narcotráfico, con centros urbanos en ruina y desolación, escuelas cerradas y hospitales desatendidos, desempleo rampante, cárceles hacinadas y viviendas enrejadas donde la violencia doméstica es ley son un panorama omnipresente y doloroso.
Ante ese paisaje de angustia algunos de ustedes sin duda contemplan unirse a la creciente ola migratoria que amenaza con secar las playas diezmando nuestra población. No los culpo. Como todo puertorriqueño tengo ancestros, sobrinos, hijos y nietos diáspora de esta tierra que en el Norte encuentran terreno fértil para crecer y reproducirse. Con más de la mitad de nuestra gente del otro lado del mar ya no podemos pensar ni actuar en la Isla sin tomar esto en consideración. Querámoslo o no, somos una nación tan dividida como unida por el océano. Un Puerto ni tan rico (si alguna vez lo fuimos) que fuera puerto de llegada y ahora lo es de salida.
Y no fue este un éxodo espontáneo. La migración principal a mediados del siglo pasado obedeció a un planificado programa de gobierno combinado con la experimentación de drogas anticonceptivas y esterilización masiva de nuestras mujeres para reducir la población, (ni tan diferente a vertir la leche vacuna en el mar para conservar su precio) desahuciar de la Isla a los pobres para que los que nos quedamos disfrutáramos del bienestar económico a costa de su exportada miseria. La nueva migración no necesita de programa gubernamental. Ha sido más bien el resultado del desastre del desgobierno, la subordinación colonial irresponsable, la corrupción institucionalizada y la ruina económica.
Pero volvamos a la palabra clave: ingenio. Si bien es cierto que generación tras generación, cuatrienio tras cuatrienio rojiazul se nos ha intentado engañar con relativo éxito haciéndonos creer que somos dueños de nuestro destino, de que la luna es de queso y se come con melao, de que somos parte del primer mundo con el usufructo de artefactos y comodidades comprados a plazos y adeudados por siempre sustentando la ilusión, lo cierto es que la burbuja reventó, el carnaval terminó, llegamos al miércoles de ceniza y se acabó el pan de piquito.
Pero no vine aquí a enumerar las desgracias que nos acosan, que de eso se encargan los medios noticiosos para quienes la buena noticia es la mala. Vengo aquí a reconocer el ingenio, celebrarlo y retarlo. Desde la década del setenta del pasado siglo he celebrado aquí talleres (y uso la palabra celebrado en el sentido más cabal de compartir la alegría) de distinta naturaleza: talleres de gráfica, dibujo, acciones interdisciplinarias musicales y teatrales y en el futuro inmediato una decoración mural. En todas estas ocasiones he podido comprobar la disciplina combinada con el entusiasmo y talentos que aportan ustedes viniendo de destrezas en apariencia, sólo en apariencia, ajenas como las ciencias y las matemáticas.
Nada más grato para un maestro que encontrar correspondencia a su quehacer, respuestas a sus preguntas y nuevas preguntas formuladas tanto en la palabra como en el acto. Tengo pues harta y elocuente evidencia de la capacidad para ingeniárselas en esta comunidad universitaria. Ahora les toca hacerlo fuera de ella. La patria es grande (a pesar de que nos han hecho creer lo contrario) y sigue creciendo, pero ese crecimiento y su fruto depende de nosotros.
Lo he dicho antes y lo repito gozoso. No ha existido mejor momento que éste en la creación de nuestro país ahora que se evidencia menos nuestro que nunca. Quizás como reacción las bellas artes todas: las artes visuales incluyendo la cinematografía y la televisión, el teatro, música, danza, literatura, arquitectura, las ciencias, matemáticas y el deporte también disfrutan y nosotros con ellas del mayor desarrollo tanto en cantidad como en calidad y variedad con el reconocimiento internacional que ameritan. Jóvenes y no tan jóvenes están volviendo a cultivar la tierra en un todavía minoritario empeño por romper con la dependencia alimentaria de ultramar. El posterriqueño gestado en este recinto promete alumbrar nuestra creciente oscuridad dado el mal funcionamiento de la desautorizada agencia de Energía Eléctrica.
Por supuesto que esto no se da en un vacío. Gozamos de una rica tradición de creación que renovamos día a día con siglos de fundamento. Hemos sobrevivido al dogma de un falso universalismo que negaba lo nacional por colonial; el reconocimiento y expresión de la patria comenzando por la reivindicación de esa palabra, patria, ha logrado crecer y desarrollarse.
En las peores circunstancias políticas, sociales, económicas y morales de las que tengo memoria, el genio boricua brota de la botella rompiéndola para siempre en mil pedazos como tantas otras máscaras y mentiras que han pretendido convencernos de que somos demasiado pequeños, demasiado indefensos, demasiado inmaduros para valernos por nosotros mismos. ¿Inmaduros? Si ya estamos casi pasaos, si hace buen rato que nos caímos del palo y ya empezamos a apestar. Si tenemos que espantar a manotazos el mosquero que se nos viene encima, los buitres de la mentá PROMESA que nos quieren sacar lo ojos, la amenaza a nuestra identidad de pueblo, el arrebato de los que nos queda.
Pero no podrán. Ustedes, nosotros, sea aquí o allá, desde la diáspora o en el tronco y la raíz sabemos quiénes somos y en ese saber está el poder. En el ingenio para instrumentar el saber está la fuerza. ¡Es ahora o nunca!
Llegó la hora de saborear el fruto de los esfuerzos de generaciones que han cifrado sus esperanzas en la educación y se han visto privadas de saborear el fruto del saber. ¡A comerse ese mangó, que si no, se apolisma! Necesitamos esa rica fructuosa para renovar la energía humana que ha sido siempre nuestro mayor tesoro y se ha visto tantas veces desperdiciado.
Ingenieros o no, empresarios o artistas, deportistas o científicos, agricultores o economistas, puertorriqueños todos, es la hora de la verdad tras décadas de mentiras y siglos de vasallaje. La colonia no existe sin colonizados y la primera frontera de la libertad está trazada en la conciencia. Con ciencia, con arte y con maña se crea la fuerza, se desarrolla el ingenio.
Lo tenemos. Tenemos el ingenio. Nos faltaba la voluntad. Ahora, por fuerza, también la tenemos. Se nos viene encima la PROMESA de amenaza cumplida. ¡Ejerzamos la voluntad, despleguemos el ingenio y tendremos un Puerto nuestro, tan de salida como de entrada, quizás no tan rico como nuestro nombre, pero no tan pobre como el heredado!
¿Somos ingeniosos o no?