801-03-XXX: Fue en la Universidad de Puerto Rico (UPR) donde oí el ruido de mis cadenas. Donde me reconocí presa de mis deseos sin cabeza. Allí, en esos salones con hongo, caldo de cultivo para alergias crónicas, casa del terror para los asmáticos, descubrí la brevedad de la vida y cuán “mcdonalizados” estamos.
Atrás quedaron los jangueos en Playa Ibiza, se pasaba mejor, nos oíamos y nos creíamos gente en El Refugio. Manuel Alvarado, maestro de Historia de Puerto Rico, nos abrió la llave para amarnos, respetarnos, nos mostró que no somos huérfanos o parientes de un padrastro que nos maltrata. Fue en sus clases donde más que nunca sentí que tenía patria.
Teófilo Torres me empujó al teatro, me jayé, me creí y crecí actriz. Lourdes Lugo y Milagros Acevedo me enseñaron a escribir. Luis Fernando Coss fue mi profesor, jefe, amigo, mentor. Con Dorian Lugo aprendí que el cine era uno de mis caminos en la vida. Iván Cardona me enseñó la palabra empatía y cómo sin ella somos detestables.
Gracias al carné de estudiante, a los intercambios estudiantiles, sudé, me congelé, me perdí y más que todo me encontré por Madrid, en Toledo, en Barcelona, en Valencia, en Tenerifice, en Amsterdam, en Londres, en Roma, en Pisa, en Florencia, en Venecia, en París, en Montevideo, en Buenos Aires y por mi amada Habana.
Un millón de amigos salieron de discusiones y muchos abrazos en los pasillos de Humanidades, Ciencias Sociales y Comunicación Pública (COPU). Por allí también sentí lo que era la pasión y la desilusión.
La UPR me dio mi primer trabajo. El periódico Diálogo fue ese lugar donde experimenté la segunda pubertad. Junto a Marcos Pérez-Ramírez, Eduardo Andrade Gress, Odalys Rivera, Noemí Núñez, Edmaris Otero Jover, Christian Ibarra, Orlando Javier Torres, Hermes Ayala y Ricardo Alcaraz formamos una familia de comunicadores, guerrilleros, solidarios, sensibles. Hicimos tantos frentes, como colores, para enfrentar a la misma institución que ya anteriores “mediócratas” querían ultrajar. Perdimos y ganamos batallas.
Semanas enteras escudriñé microfichas en Colecciones Puertorriqueñas, rebusqué cajas de fotos en el Archivo del periódico El Mundo, ambos sitios ubicados en la Biblioteca Lázaro, donde hasta los baños nos hablan y recuerdan que “cuidemos bien nuestras estrellas”.
Sin la UPR mi vida sería silencio. Sosa. Sin historia ni poesía. Sin pachanga ni francachela. Sin lucha ni resistencia. Dejar que los buitres se coman- vivo- el Alma de la Máter (madre) de Puerto Rico sería un crimen de alta traición. Porque quizá es ahí, en su lecho, donde único nos hemos acercado a la efímera sensación de libertad.