Entre las contradicciones más punzantes que dan vueltas en la mítica cabeza del artista se encuentra la que surge de la premisa de que no hay pago que compense el verdadero valor de su expresión. El dinero, para él, resulta sucio y despreciable, poca cosa, en comparación con el acto sublime de crear una obra que sirva para adelantar el avance cultural de la humanidad y la mejoría social. Sin embargo, sueña con no tener que dedicarse a labor alguna que interfiera con su vocación y ganarse la vida ofreciéndole a los demás el producto de su intelecto y su buena voluntad. Vender(se) o no vender(se), ése es el dilema moral al que se enfrenta el creador en medio de la ansiedad por ser reconocido por el público y, de alguna manera, confirmar que, en efecto, sacude consciencias dormidas con la materialización artística de su imaginación. Lejos de la conversación pública quedan estas consideraciones del virtuoso sobre el mercado y las intenciones de los compradores que, más allá de interesarse por la experiencia estética que supone la obtención del objeto, firman un cheque o dan un “tarjetazo” a cambio de una pintura, una escultura, un artefacto construido en medio mixto, un vídeo o una instalación y, al así hacerlo, automáticamente adquieren la apreciación de un valor. Por alguna razón desconocida, la noción del arte como sacrificio en aras del bienestar colectivo y el aura del artista como ser sublime y libre de contaminación aún domina el panorama. Todavía, el artista toma los micrófonos por asalto a la menor provocación de la academia y de la prensa para justificar con palabras bonitas lo mucho que están haciendo –sin esperar nada a cambio– por el mejoramiento del País. Lo que no se explica muy a menudo es que dicha “ayudita” creativa que nos “regalan” para fomentar el ascenso colectivo de las tinieblas de la ignorancia y la pobreza algo costará, ¿no? El éxito rotundo, durante los últimos tres años, de la Feria Internacional de Arte Circa Puerto Rico ha servido para darle nuevos sentidos a dicha preocupación y, más importante aún, para que se entienda –más allá de lo superficial– que el arte contemporáneo, lejos de brotar como manantial en una isla utópica o paraíso terrenal apartado, está plenamente insertado en la complejidad política y capitalista del mundo. Portfolio, Inc., la empresa privada organizadora de Circa, se ha expresado por medio de sus organizadores abiertamente a favor de la discusión pública del peso que tiene el lucro en el ámbito del arte, forzando a artistas, galeristas, coleccionistas, críticos, instituciones gubernamentales, no gubernamentales y a gentes de toda clase a salpicarse con el sucio de las redes del dinero a la hora de exhibir sus trabajos en una plataforma gigante a nivel local e internacional. Desde la primera edición de la feria de arte Circa para acá, celebrada en el Centro de Convenciones de Miramar en el año 2006, se hace un tanto difícil sostener que en el ámbito cultural lo más adecuado es que todo fluya espontáneamente dentro de una burbuja aparte de la lógica omnipresente del comercio; impulsada sólo por criterios etéreos o actitudes de buena fe. Todo lo contrario ha ocurrido. La experiencia nacional de organizar una gran plataforma privada para darle movilidad estruendosa y amplia proyección a la industria del arte contemporáneo en Puerto Rico no sólo ha develado la obsolescencia del discurso romántico polarizado entre el artista apesadumbrado, el galerista explotador, el publicista ausente, el contable (¿quién es ése?), el abogado chupasangre y los clientes frívolos; sino que ha puesto en balance las ventajas y desventajas de cada intersección simbiótica entre lo estético y lo comercial. Lo primero que llama la atención de las palabras en inglés de Roberto J. Nieves y Anabelle Lampón, presidente y directora ejecutiva, respectivamente, de la empresa responsable, es que se trata de “un equipo que aspira a convertir la isla en el epicentro económico del arte en el Caribe y las Américas, y la ciudad de San Juan en la nueva capital del arte internacional”. (Traducción mía). En vez de centro, escoger el sustantivo epicentro para centralizar la misión institucional sugiere de inmediato el imperativo de poner a temblar algo; hacerlo estremecer. Habría que analizar, entonces, si en tres años esto ha llegado a ocurrir, y continuará en el 2009, o si las ideas de Roberto y Anabelle, como tantas otras, se las ha llevado la brisa de su propia ilusión vana. Como toda feria, es un espacio cuasipúblico que se monta en un lugar determinado por un tiempo específico para facilitar el intercambio de mercancías y experiencias entre un grupo de personas que interesan consumir lo que se produce al aire libre en los zócalos o bajo las carpas. En ese sentido, Circa es el facilitador comercial que exige un pago a cambio de la estructura y la logística para que diferentes galerías del mundo, incluyendo un puñado de las nuestras, ofrezcan en venta el arte contemporáneo de sus representados. Pero la empresa no funciona exactamente como los dealers de automóviles de la avenida Kennedy ni como las plazas del mercado de los municipios. Circa escoge minuciosamente, a través de un comité de selección, quiénes pueden participar en el evento de acuerdo con sus estándares curatoriales. Su directora artística, Celina Nogueras Cuevas, explica que “Circa no inventó la rueda, ya existen las guías para que se pueda hacer una feria de arte contemporáneo de altura”. Para ella, esto significa que la feria local quede insertada en el circuito de las ferias grandes como Art Basel en Suiza y Arco en Madrid, por ejemplo, pero que, al mismo tiempo, sea lo suficientemente íntima, única y bien curada para que el coleccionista o el turista internacional que llegue al Centro de Convenciones tenga una oferta especial y una estadía memorable. Además, que el consumidor de arte boricua pueda acceder a lo mejor de lo que se produce en el país y en el extranjero, aunque alrededor del 80% de las obras exhibidas provienen de afuera. Entre los criterios de selección, los encargados se fijan en “los tipos de trabajos en la propuesta sometida, la calidad de las exposiciones habituales de la galería, la proyección de ésta y de sus artistas en el ámbito internacional, incluyendo la participación en ferias de internacionales de arte, la presencia de sus artistas en colecciones públicas y privadas de importancia, la repercusión de las actividades de la galería en medios de comunicación y el profesionalismo en sus prácticas promocionales y comerciales”, según enumeró la directora artística. A grandes rasgos, han ido moldeando esos principios contrarios al insularismo, la frivolidad y la dispersión durante tres años, tratando de amarrar todos los cabos sueltos que han ido apareciendo sobre la marcha. Por ejemplo, notaron de inmediato el desnivel entre las galerías y los artistas independientes. Por ello, separaron exhibidores en secciones denominadas SOLO para que artistas como Rabindranath Díaz, Zilia Sánchez y Arnaldo Morales, entre otros, tuviesen su espacio junto a gigantes como las galerías Berenice Steinbaum (Alemania) y Hardcore Contemporary Space (Miami), etc. También, incluyeron mesas destinadas a las instituciones que auspician el arte y diversas publicaciones especializadas, más enmarcadores y restauradores. Le encargaron al conocedor español Paco Barragán la selección de una sección temática titulada “In the Spot” para que hubiese un contraste de intradiálogo sólido con la variedad libre de las galerías. Utilizaron los exteriores del Centro de Convenciones para instalar los “Circa Labs”, cinco furgones auspiciados por la Coca-Cola que sirvieron como laboratorios del arte experimental, incluyendo tatuajes, recortes y memorabilia diseñados por artistas de manera que los consumidores cargan en sus cuerpos sus obras de arte prácticas y no tradicionales; sus adornos con “copyright”. Comprendieron la importancia de que la feria se convirtiera en un espacio de entretenimiento cultural y comisionaron un mobiliario pertinente para la ocasión, una iluminación precisa, una publicidad “catchy”, tanto para los nativos como los visitantes, espectáculos musicales, “performances”, conferencias, foros, fiestas y actividades complementarias. De esta forma, de cara a la próxima edición, Circa 09, la compañía envía un mensaje claro a través de su directora artística: “Tenemos una responsabilidad cultural, no sólo con el mercado del arte, sino con todas las manifestaciones culturales”, afirma Nogueras Cuevas. El epicentro anunciado, entonces, pasa a ser nudo de una red de diálogos interdisciplinarios que exceden los límites de la consigna del cash original. Aquel tufillo de trámite de carnicería de plaza del mercado o de concesionario automovilístico tan temido por el artista tiquismiquis en cuanto a “lo comercial” queda absolutamente disipado y sustituido por una fragancia identificada con el aura o la fama “cutting edge”. Exhibidas quedan cosas fuera de lo común, objetos raros que ayudan a pensar, a decorar, a comenzar un diálogo de pasillo o de sala, de transformar un espacio plano en un vórtice con ilimitadas posibilidades de interpretación. Más allá de mostrar ese filo de la navaja resplandeciente que corta los ojos de los consumidores por medio de este junte (sólo por unos días) de fotografías, videoarte, instalaciones y performances, etc., la crítica de la revista “Contemporary”, Cathy Bird, explica en inglés, refiriéndose a Circa, que “el mundo sí reconoce el talento fresco e iniciativas concertadas comienzan a demostrar que el arte contemporáneo en Puerto Rico no es un acto azaroso, sino un esfuerzo optimista para crear un punto de sinergía en la red del arte global”. Detrás del portentoso pórtico del Centro de Convenciones hubo una actividad comercial planificada y significativa que alcanzó los $2 millones en el 2006, $3.5 en el 2007, $4 en el 2008 y que tocó de una manera u otra a 50, 60 y 67 entusiasmados exhibidores, respectivamente, que, a su vez, atrajeron a miles de personas de todo tipo en cada ocasión (8,000, 12,000 y 15,000 visitantes, correspondientemente). El año que viene, la feria se adentrará aún más en la demonizada maraña del consumo luego de haber firmado un “joint venture” con Plaza Las Américas. La conexión implica el montaje de una feria paralela –con los mismos criterios de selección y pago del espacio que utiliza Circa en el Centro de Convenciones– en el atrio central del centro comercial para ubicar exhibidores que ofrezcan obras de arte (y productos y servicios relacionados con el arte) accesibles a un mayor número de personas debido a que cuestan menos de $2,500. Esto supone que medio millón de visitantes a la semana serán incluidos en el rito de seducción coreografiado por la compañía en el templo del capitalismo tardío. La teorización de la socióloga Laura Ortiz Negrón, publicada en el libro “None of the Above: Puerto Ricans in the Global Era”, puede ayudar a calmar la incertidumbre del artista atribulado por el peso del dinero ante esta nueva frontera social problemática que se le abre: “La cultura del consumo no sólo te puede dejar ‘en la quilla’, sino que también abre un espacio de disfrute ausente de los contextos cotidianos. Es a través de la cultura del consumo, por ejemplo, que uno escapa del carácter utilitario y la precariedad de la vida moderna y posmoderna”. ¿No será ésa, precisamente, una de las funciones más importantes que le adjudicamos al arte contemporáneo; su poderosa capacidad de propiciar el escape hacia el disfrute de experiencias estéticas que no sean necesariamente útiles? Circa 09, desde el Centro de Convenciones y Plaza Las Américas, al unísono, lejos de abogar por un paraíso terrenal en el que flotan etéreas las artes plásticas contemporáneas, asegura ese tipo de goce “económico” que hasta el más recalcitrante puede disfrutar evadiéndose calculadamente.
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