Ello (o el universo) Malas noticias: el mundo se va a acabar. En 4.5 billones de años va a ocurrir algo muy interesante: nuestro Sol, esa canica de fuego dando tumbos por el cosmos, se va a extinguir. Agotado todo su combustible, su energía, el Sol se convertirá en un gigante rojo y comenzará a expandirse, tragándose los planetas interiores del sistema solar, incluyendo a nuestra adorada Gaia, la gran esfera azul, el orbis tertius, la Tierra. Kaput, consumatio est, finito, au revoir, voilá, that’s all folks. Hasta la vista, baby. El proceso va a ser espectacular. ¿Será alguna manifestación de lo humano capaz de sobrevivir el cataclismo para ser testigo de esta aniquilación? Esto es prácticamente imposible. Hay que hacer énfasis en ese aparentemente retórico, pero en el fondo enigmático, “prácticamente”. Ya se verá por qué. Los números y el cronograma no están claros, pero sí el hecho de que también al universo, como a los cerdos, le va llegando su navidad. Dos escenarios principales se vislumbran: Big Freeze, o el universo se expande infinitamente y se enfría, dilapidando toda su energía, ergo el fin; y Big Crunch, o el universo cesa su expansión y, debido a las fuerzas gravitacionales, se encoge, concentrando toda la materia y la energía en un solo punto y ¡zap!, ocurre una singularidad que no es otra cosa que el fin. Otra vez kaput, consumatio est, finito, au revoir, voilá, that’s all folks. Hasta la vista, baby. La tercera muerte es obvia: es la tuya. Hasta la vista. En su seminario, Lacan introduce otro concepto enigmático: el entre-muertes. Esta es la zona simbólica que ocupa el sujeto y que ocupa al sujeto, delimitada por la conciencia de su propia muerte, por un lado, y por su muerte real (la tuya) por el otro. Pero no son dos muertes, sino tres: la tuya, personal, inminente e ineludible pero atestiguable por la existencia del otro; la del Sol, que acarrea la muerte de la Tierra y de todo lo que la habita; la del universo, anticipable pero de ningún modo hasta ahora conocido atestiguable, que implica la muerte de todo. Bad news indeed. Nosotros (o lo simbólico) La conciencia (esto es, nosotros) es el resultado más inexplicable de la interacción entre la materia y la energía, que son lo mismo. Pensar es una apertura inconcebible. Es, a su modo, una singularidad. Hay que intentar que continúe, a toda costa. Su soporte material, el cuerpo humano, es una cosa entre las cosas, una manifestación material de la energía que requiere interactuar energéticamente con lo que le rodea (otra vez: materia y energía) de modos que transforman el entorno del universo que ocupa. Requiere energía. Entre tanto (y por lo tanto), aquellas muertes antes descritas, el problema de la conciencia y su sobrevivencia (acaso, sí, el único problema que nos incumbe y que debe ocuparnos si es que vamos a ocupar algún espacio, si es que vamos a ocupar algo) es un problema de energía. De cómo la manejamos y cómo nos dejamos manejar por ella. De cómo manipulamos las condiciones de posibilidad precarias de la conciencia en el universo. Parte de lo que podríamos denominar como el “problema de la energía” radica precisamente en lo simbólico, el lenguaje, en cómo nombramos nuestras interacciones con las manifestaciones de la energía que divergen del modo energético que somos (por el momento). “Hay que ahorrar energía”, advertimos; “se está malgastando la energía”, exclamamos; “tenemos que conservar nuestras fuentes de energía” predicamos. Hablamos de modos de producción de energía. Argumentamos sobre fuentes de energía renovable y no renovable. Decimos que es necesario conservar energía. Analizamos el consumo de la energía. Todo este aparato lingüístico pertenece al ámbito de lo económico. Son metáforas económicas cuya naturaleza metafórica olvidamos. Esta es una de las manifestaciones de toda una visión de mundo en la que las relaciones entre los elementos del mundo son vistas en términos económicos, pero estos son otros veinte $$$. La consecuencia más nefasta de esto es que, mientras se procura una positividad, una especie de redención eléctrica, en realidad ocurre un proceso de enajenación, de objetificación del concepto energía, como si fuéramos algo distinto de ella. Bajo el discurso benévolo se oculta una relación sujeto-objeto en la que pensamos que el objeto (en este caso la energía) está ahí para nosotros protegerlo o destruirlo, para malgastar o conservar, amar u odiar, utilizar o preservar, etc. Esto es un chiste. Malo. La energía no se crea ni se destruye, sino que se transforma. De modo que es imposible malgastarla o conservarla o ahorrarla o desperdiciarla. Sólo interactuamos con ella y esta interacción modifica los modelos, los escenarios energéticos (para nuestro bien o mal) y esto último, la dimensión moral, para el universo resulta totalmente irrelevante. Lo mismo ocurre con otros discursos ecologistas: se habla de “proteger el ambiente”, “salvar el planeta”, etc. Entiéndase: el mundo no necesita ser protegido ni salvado. Nosotros sí. Entre tanto (o la relación del ello y nosotros) Según el filósofo Jean François Lyotard, todas las iniciativas humanas, positivas y negativas, han de dirigirse a crear las condiciones de posibilidad para que la conciencia sobreviva la primera muerte, la muerte del Sol. Estas iniciativas requieren, entre tanto, la preservación actual y en el futuro cercano de esta forma de la materia que entendemos como lo humano. Es ahí, en mi opinión, donde debe radicar la ética de un pensamiento ecologista; un pensamiento sobre cómo lo humano se relaciona con la energía, con el universo. Habría que evitar pensar -paternalista y antropocéntricamente- que somos los encargados de salvar el mundo o de que somos capaces de destruirlo. Eso es una patraña, y el universo ríe. Lo necesario es pensar que es conveniente y deseable evitar a toda costa las interacciones humanas con el mundo que amenacen esta manifestación de la materia. Es, en sentido darwinio-kantiano, un imperativo de la especie. Es ahí donde hace sentido que, como especie, preservemos el mundo sin aniquilar estas condiciones, y ahora sí, preservar la forma-tierra, la forma-planta, la forma-animal, la forma-vida de la materia y la energía y, más imperativo e importante (acaso lo importante), preservar la forma-otro, forma mágica entre las formas: lo humano. Sólo así tendríamos una oportunidad de mantener existente la conciencia, y acaso conocer otras formas de la conciencia. Sólo así habría una ínfima posibilidad de que exista una conciencia capaz de habitar a cabalidad el entre-muertes del que hablaba Lacan, el verdadero entre tanto entre la muerte del Sol y la muerte de todo. Es desde esa ética, inmanente y sí, acaso pragmática, que aquel “probablemente” adquiere una vigencia radical, ya que es un detente ante la apabullante y nihilista retórica de un “la sobrevivencia a la muerte del Sol es absolutamente imposible”. Sólo desde ahí, desde la ínfima posibilidad de habitar el entre tanto, seríamos capaces de atestiguar, como conciencia, la finalidad del Sol. De la otra muerte, la del universo todo, no sabemos nada sino que va a ocurrir. En esa nada del conocimiento, en esa ignorancia del universo mismo de sí, radica algo inaudito: ¿Y si también saltamos el universo? _____ El autor es especialista en filosofía y autor del libro de relatos “Breviario”.