“La energía y la materia no se crean ni se destruyen, sólo se trastornan” -Cristinito Hernández, personaje de Alexis Valdés “¡Estoy histérico, Diálogo se pone verde!” Esta frase fue el saludo que escuché cuando acepté la llamada a mi celular por parte de mi editor, que suele llamarme con histerias más provocativas. No entendí mucho, pero supe inmediatamente que estábamos ante una derrota. Finalmente, los ocho columnistas estábamos verdaderamente ante un Desafío. Cuando empecé en esto me propuse desafiar a otros, y la moda revirtió el argumento. Ahora estaba ante el desafío de escribir sobre la energía y supongo que también sobre su lugar en la locura de pintar de verde el planeta azul. Aunque la preocupación por la buena salud del planeta no es un asunto nuevo, pues no puede serlo cuando hemos aprendido términos como capa de ozono, efecto invernadero y calentamiento global, no ha sido hasta los últimos cinco años que se ha puesto en boga rescatar al planeta del peligro que nosotros significamos. Las marcas, el comercio, el mercado y la publicidad han encontrado en el discurso verde su parapeto para encarecer nuestra razonabilidad conductual como huéspedes. Y es así como por una especie de extraño contagio se ha echado mano del discurso del terror que pretende intimidarnos con la muerte colectiva. El calentamiento global es la nueva amenaza de bomba atómica, ocupa en la cultura el mismo espacio del miedo que ocupó alguna vez aquella macabra promesa de la Guerra Fría. La primera inquietud, ¿por qué hablamos de “pensar verde”, “actuar verde”, “comer verde” y “defecar verde”, si por consenso científico éste no se conoce como el planeta verde sino el planeta azul, atestado de agua, a imagen y semejanza de nuestras propias células? Cabe plantearse una verdad aparentemente poco evidente: lo que es verde es el dólar, la forma física en la que se tras(t)orna el capital; mucho dinero verde es lo que se ha generado a consecuencia de la onda “trendy” de ser amiguitos del planeta. Me atrevo a asegurar que, si los dólares fueran anaranjados, ésta sería la moda naranja, color que de hecho es más fácil de asociar con la energía que el propio verde y que, además, forma parte de los grados de los sistemas de alerta de seguridad. ¿Dónde ha quedado aquella ley que aprendimos desde jóvenes: “la energía y la materia no se crean ni se destruyen, sólo se transforman”? Entonces, bajo esta premisa, ¿es posible pensar en la desaparición de la energía o incluso de la materia? Ah, tal vez es que lo que nos trastorna la materia gris es que la energía y la materia se conviertan en otra cosa que no nos gusta, que no nos conviene. Estamos ante la batalla más descomunal que haya enfrentado la subsistencia humana, hemos descubierto la épica moderna, eso que creíamos imposible porque la épica da cuenta de los orígenes (comienzos) de las civilizaciones; así que en nuestra infinita creatividad hemos inventado la épica del apocalipsis. Después de todo, de lo que se trata es del horror a la muerte. De repente la gente quiere interesadamente tratar de modo “amigable” el planeta, sólo porque tiene pánico de que un día se les apague la luz, empiece una hambruna, se les envenene el agua y los monos evolucionen dando lugar al verdadero Planet of the Apes. Pero no es cuestión de ser “amigables”, pues bastante gente nos maltrata amigablemente. Se trata de ser buenos huéspedes, de seguir reglas básicas de convivencia entre la especie y con el resto de ellas, de hacer uso de la ciencia que hemos logrado y que cada nuevo invento traiga consigo la responsabilidad de saber cómo deshacernos de él sin tirarle el desperdicio a esta pensión gigante que compartimos todos. Es preciso desarrollar un nuevo discurso menos cantaletero y amarillista. Es imperativo dar al traste con el argumento de la culpa, de que estamos en una especie de penitencia ecológica, que el planeta se ha vuelto un purgatorio y pronto seremos todos sentenciados y nadie redimido. La “mentalidad” humana es susceptible a la misma ley que hemos olvidado: “no se crea ni se destruye, sólo se transforma” y, en el peor de los casos, “se trastorna”. Alguien tiene que librarnos del desenfreno contra la extinción. ¿Quién hizo de ésta una mala palabra? ¿Cómo fue que de ser la palabra que nos aseguraba que nos habíamos salvado de los brontosaurios y teníamos, gracias a eso, un planeta “amigable”, pasó a convertirse en sinónimo de muerte indeseada, de aborto provocado? ¿No se supone que la extinción era parte del plan evolutivo? A 200 años de Darwin, celebramos las teorías que no han podido ser rebatidas en sus fundamentos más medulares, logramos que (con la cola entre las patas y con las muelas de atrás) la Iglesia acepte que, igual que Galileo, Darwin fue un sujeto preclaro que entendió el mundo que ellos se empeñan en hacer parecer un misterio, pero rechazamos uno de los elementos clave del proceso evolutivo: la extinción vs. la supervivencia del más apto. Que el planeta se congela, puff, unas especies evolucionaron y otras desaparecieron por su incapacidad para adaptarse a la nueva realidad del medio ambiente. Que el planeta se derrite, puff, ahí están los mares, allá el desierto, aquí el planeta azul. Y ahora, que el planeta se vuelve un horno. Por las circunstancias que sean, es parte de nuestra propia evolución adaptarnos y eso trae consigo que inventemos remedios para proteger el clima que soportamos, y queremos salvar a los osos polares, a las ballenas, a los pandas, creando falsos hábitats, manipulando su reproducción, procreando elefantes in Vitro, y todo el resto de la pantomima del rescate. Si los primeros homínidos hubieran tenido y puesto en práctica estas ideas trasnochadas, hoy los aviones estarían chocando con pterodáctilos. En este espacio me he propuesto analizar y acercarme a la muerte desde distintos ángulos (literario, periodístico, cotidiano, etc.) siempre con un pre(texto), en el sentido más estricto de que la lectura de un texto escrito antecede mi reflexión. Sin embargo, en esta ocasión mi pretexto es la lectura de la sociedad y la cultura humana como el texto más exquisito e insondable que se nos ofrece. Y es que es imposible no reflexionar sobre el hombre que, tiranizado por la moda, grita hoy, con o sin conciencia, que lo importante es conservar la energía y rescatar la materia, pero esto lo hace obviando, insensatamente, que la muerte es precisamente parte de ese ciclo a través del cual la materia y la energía cumplen con su ley inapelable de transformarse. _____ La autora es especialista en literatura comparada y estudia las relaciones de lo simbólico con la muerte.