Fue a la una o
fue a las dos;
el cielo se hizo
agua; el agua; fango
y piedra; la piedra,
dolor y grito..
Fue a la una…
Fue a las dos…
La noche es un hervidero
solemne de gotas
que caen, caen
con certero sonido
de piedra sobre el tejado de zinc…
Era la una…
La noche es una cueva
profunda de sonido…
una profunda hondonada
de aire apasionado
que alardea por las ventanas.
Cada 7 de octubre Puerto Rico recuerda esa lluviosa madrugada del 1985, cuando ocurrió el derrumbe del Cerro Mameyes en Ponce, en donde murieron cientos de hermanas y hermanos ponceños.
Fue un día inusualmente lluvioso en todo Puerto Rico. Nuestro archipiélago fue azotado por la tormenta Isabel. En Ponce existía una comunidad ubicada en el Barrio La Cantera, situada en la ladera de un cerro conocido como Mameyes. Quienes allí habitaban eran personas en su mayoría de bajos recursos, quienes, por sus circunstancias, habitaban en casas de madera sin una planificación estructural digna.
Los aguaceros de Isabel fueron de tal magnitud que en algunos municipios se registraron hasta doce pulgadas de lluvia en 24 horas. En la Ciudad Señorial, particularmente, el diluvio provocó que el terreno del cerro Mameyes se saturara. Al romper del alba, la tierra comenzó a ceder, ocasionando que la montaña se derrumbara y cubriera cientos de casas, y con ellas, las personas que allí moraban.
La tragedia de aquella madrugada es considerada como uno de los mayores desastres naturales ocurridos en la Isla. Apenas duró unos minutos, pero su impacto ha trascendido los años y las generaciones.
Las brigadas de rescate se movilizaron inmediatamente, pero a causa de las lluvias experimentaron dificultad para entrar la maquinaria necesaria para remover escombros. Esta movilización humanitaria permitió que muchas personas pudieran ser rescatadas, vivas o muertas. Otras y otros, sin embargo, quedaron sepultados para siempre en el cerro que fue su hogar.
Muchos países, entre ellos Estados Unidos, México, Francia y Venezuela, cooperaron en la búsqueda de sobrevivientes, otorgaron ayudas económicas y prestaron equipos de maquinaria pesada.
El saldo final de fallecidos y desaparecidos estremeció a todo el País. 200 muertos. 175 residencias destruidas. El dolor fue, y sigue siendo, inconmensurable.
Las pérdidas económicas que dejó la tormenta Isabel en su paso por la Isla rondó en los $447 millones. Puerto Rico, que para ese entonces estaba bajo la gobernación de Rafael Hernández Colón, fue declarado Zona de Desastre, por lo que la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) asignó $63 millones para la reconstrucción de áreas afectadas.
Antes de Isabel, llegaron los niños. Los vecinos de Mameyes cuentan que los chiquillos que asistían al Head Start de la comunidad tuvieron una premonición de la desgracia. Tres días antes del derrumbe, la maestra de los estudiantes preescolares les dio la tarea de dibujar libremente cualquier imagen que les viniera a la mente. Ocho niños trazaron figuras que ahora podemos asociar al catastrófico evento. “Nos arropa”, leía uno de ellos. Otros mostraban cruces simulando ser tumbas.
Algunos de los chicos que dibujaron murieron aquella madrugada. Otros forman parte de la gran lista de desaparecidos; sus cuerpos nunca fueron recobrados. Solo un puñado pudo sobrevivir.
Antes del catastrófico derrumbe, estos dibujos eran parte de la activa imaginación de los niños. Nadie pensó que aquellas lluvias torrenciales y esos dibujos incomprensibles llevaban consigo el trágico futuro de la comunidad Mameyes.
Todo comenzó cuando se encendió el cielo en la oscura noche. Un relámpago similar a la intensidad de una explosión los despertó. “Cuando hizo aquel relámpago, se prendió el mundo, fue que explotó to'. Mire, que eso fue lo más triste”, relató Lucrecia Martínez hace cuatro años a El Nuevo Día.
“Nosotros nos quedamos en el ranchito, ¿Pa' donde íbamos a ir a esa hora, si eso era mar y cielo? Por aquí mismo bajaba como un río. ¡Ay, Dios mío! Y oscuro, oscuro. ¿Sabe cómo estará el muerto ahí?”.
El relámpago fue el preludio. Luego, el suelo comenzó a temblar. Caían las casas, no hubo aviso de desalojo. Algunos residentes no tuvieron tiempo de reaccionar.
“La tierra hizo brrrrusssrrrr, tembló. Entonces, cuando me levanté, sentí muchos peñones que caen en las casas. ¡Pla, pla, pla! Me levanté corriendo y vi que el balcón de la casa se cayó, se doblaron los socos de madera. Le dije a mi hermanito: ‘vamos a casa de mami’. Fui corriendo y, no sé cómo, abrí el candado de un golpe. Cuando miré, así, por debajo de la casa, vi eso que hacía brrrr, un rayo aniquela'o. Mi hermanito decía: ‘mira eso como alumbra’. Como la tierra estaba blandita, el rayo rompía por ahí pa' abajo como cuando la culebra hace hoyos…y pasó por debajo de la casa de mi mai. Yo vi to' eso prendío por ahí arriba. Cuando vi que la casa de mi mai se caía, le dije: ‘véngase que se va a caer con to y casa”, narró José Juan Pabón, residente de Mameyes, a El Nuevo Día.
Entre lluvias, piedras y retazos del hogar, quedaron sepultados niños, adultos y familias completas, cuyas historias, aunque invisibles para muchos, nunca serán olvidadas.
Mameyes, hoy
En memoria del desastre se construyó el Parque Pasivo de la Recordación del Barrio Mameyes bajo la dirección del Departamento de Recreación y Deportes. Sin embargo, desde el 2001, vecinos se han quejado del estado de abandono en el que se encuentra el parque.
También se construyó la Sala Memorial del Barrio Mameyes del Museo de Historia de Ponce en conmemoración de los caídos y sobrevivientes. Este museo es parte de los llamados Museos Memoriales que tienen como propósito presentar al público eventos catastróficos de manera museográfica. La Sala Mameyes fue inaugurada en el 2012 y está abierta de martes a domingo de nueve a cuatro de la tarde.
Al igual que todos los 7 de octubre desde el 1985, en el Parque Pasivo de la Recordación del Barrio Mameyes en Ponce se llevará a cabo un acto ecuménico en memoria de los caídos. En esta conmemoración participarán sobrevivientes, familiares, vecinos y la comunidad en general para orar por los caídos y recordar el día en que la naturaleza y error humano transformó la historia de los ponceños para siempre.
Veintinueve años después del derrumbe del cerro Mameyes, no hay rastro de la comunidad que vivía en la ladera de la montaña. No hay remanentes de casitas de madera destruidas por la lluvia y por las piedras. Pero afloró, circundante al lugar, lo que se conoce como Mameyes 1 y Mameyes 2, urbanizaciones con pequeñas casas donde fueron reubicadas muchas familias que lo perdieron todo, todo, en aquella madrugada del 7 de octubre del 1985.
Era la una
la una de la madrugada
cerrada a lodo y piedra…
Era la una…
La una…
Una voz de Júpiter clamó
en la montaña
y un brillo de metal
iluminó la tierra…
A la una… a la una
de la madrugada.
Un derrumbe de sollozos
de lodo se deslizó ladera abajo
y frágiles embarcaciones
de sueños
rodaron deshechas
ante el asombro de la montaña.
era la una, la una
de la madrugada.
Poema de Luis Torres Nadal