Los pasados días habían sido seducidos por la lluvia feroz de una tormenta, pero en esta ocasión el sol decidió tímidamente asomarse por los cielos paraguayos.
Con tiempo libre en nuestras manos y con ganas de caminar, decidimos hacer un recorrido a eso de las cuatro de la tarde por la Costanera de Asunción, paseo peatonal a orillas del Río Paraguay.
El paseo resultó en un viaje sorpresa en bote, sonrisas compartidas y el reconectar con un cuerpo de agua inmenso que tanto añoramos como isleños.
Ancho y sereno, el río nos permitió cruzar en dirección al Chaco’i, humilde comunidad ubicada en las afueras de la ciudad de Asunción.
En la nave flotante, manejada por un capitán simpático de pocas palabras pero de sabia sonrisa, se hallaba un popurrí de salvavidas, sogas y herramientas de pesca. Nos acompañaban un niño curioso y juguetón, un señor con su cerveza y mirada perdida y una pareja de jóvenes que se abrazaba mientras contemplaban el vasto panorama que ante nosotros se dibujaba.
Mientras rompía el silencio de la tarde amenazada por más nubes grises en el horizonte, el bote se deslizaba elegantemente, jugueteando con las pequeñas olas que reflejaban la luz de un Sol que pronto se escondería.
La visita al otro lado del río terminó siendo corta, pues pronto el último bote de regreso a la gran ciudad partiría, pero en fin, fue el trayecto y no el destino lo que nos hizo recuperar un poco de nosotros al vernos reflejados en tan apacible cuerpo de agua.