En los procesos psicológicos de pérdidas, la expertos de la conducta humana afirman que uno de los tipos de duelo más difíciles es el no reconocido o no validado.
Este tipo de duelo (“disenfranchised grief”, Kenneth Doka, 1980) se refiere a aquella afección emocional donde el doliente no acepta la pérdida, pospone u oculta el dolor porque no se permite como expresión pública o no se considera pertinente. Es muy difícil de superar. Mientras la persona no reconozca ni haga reconocer a otros su pena no logra hacer un cierre emocional funcional.
Es obvio que los puertorriqueños y puertorriqueñas estamos pasando por un proceso de duelo colectivo y personal después de las múltiples pérdidas provocadas por los huracanes Irma y María en el 2017.
Algunos prefieren identificarlo como síndrome de estrés postraumático o cuadros depresivos. Otros lo describen simplemente como desesperación, desesperanza y desconfianza. Lo cierto es que las pérdidas han sido innumerables: incluyen pérdidas materiales, como las casas; o cognitivas y simbólicas, como la paz mental que producía una rutina semiestable.
Interesantemente, todos concuerdan en que uno de los más chocantes efectos pos-thuracanes fue descubrir como “nuevo”, como no visto antes, como ignorado, el grave problema de pobreza en Puerto Rico.
Una joven me comentó que no podía comprender cómo pasando todos los días por un lugar no se había percatado de una comunidad pobre que quedo descubierta cuando los árboles cayeron. No solo la desnudez arbórea reveló lo que no veíamos sino que ahora la pobreza estaba demasiado cerca.
Otros sufrieron el choque adicional de perder sus trabajos pasando en menos de una semana de “clase media” a indigentes y desempleados. Lo que parecía inconcebible pasó: la pobreza les cayó encima directa y personalmente. El balance final fue descubrir que somos un país de personas pobres. Bienvenidos al nuevo Puerto Rico.
La resignación con la que muchos enfrentaron inicialmente las consecuencias del desastre puede ser interpretada como resiliencia, esto es, un recurso emocional que la persona usa para adaptarse al golpe que le desestabiliza buscando fuerza en sus fortalezas internas.
Sin embargo, también puede ser indicativo de un rasgo aprendido del colonizado sometido a patrones culturales de docilidad, sumisión y renuncia de sus derechos y dignidad. Mucho de lo que hemos visto: la queja sin reclamo ni acción legal, la victimización que se autoalimenta en un círculo vicioso, la desesperanza pasiva, son todas características propias del perfil del colonizado, según ha sido expuesto por los autores Frank Fannon (1961), Albert Memmi (1957) y Aimé Césarie (2000). Entonces, descubrimos que además de pobres somos colonia.
La vulnerabilidad post-desastre de las víctimas es objetiva; la resignación, subjetiva pero no debe ser la respuesta en la que descanse la reconstrucción de un pueblo golpeado.
Algunos han tomado las soluciones en sus propias manos al comprender que el gobierno tampoco era lo que imaginaban. Ese empoderamiento comunitario ha demostrado ser una fuerza escondida que muchos no pensaban tener.
Similar proceso ya había ocurrido con el Proyecto de las Comunidades Especiales. Son las comunidades las que pueden ejercer presiones y llevar a cabo acciones para corregir sus problemas. El gobierno es lento, torpe e inhumano en su incapacidad o indiferencia.
La pobreza personal y colectiva es nuestro nuevo perfil de pueblo. No vale negarlo ni disfrazarlo. Puerto Rico es puerto pobre. La respuesta boricua tiene que ser firme, afirmativa y diferente. Hay que denunciar los corruptos que roban las ayudas humanitarias y asignaciones federales pero hay que hacer más, hay que llevarles a corte y no dejarles en impunidad.
Las organizaciones de base comunitaria tienen que estar dispuestas a someter casos legales contra aquellos que han robado dando voz organizativa legal a las comunidades afectadas. Hay que tomar medidas firmes judiciales. Sobre todo, hay que tomar nuestro destino en nuestras manos como ha demostrado exitosamente el Proyecto de Autogestión Comunitaria de Casa Pueblo en Adjuntas.
La desigualdad social ha aumentado exponencialmente. Los expertos en Planificación Social, Economía y otras ciencias sociales están de acuerdo que, si no se articula un plan oficial gubernamental para combatir esta desigualdad, lejos quedarán los planes de un desarrollo exitoso.
Nos tomará más de una década recuperar algo de “normalidad” y mucho más tiempo si no exigimos que se incluya la pobreza como un factor de prioridad urgente en toda planificación de reconstrucción.
Tenemos que reorganizarnos en un Puerto Rico diferente para salir de este duelo colectivo. Podemos botar el yugo que nos ahoga.