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The point being, even in the contest between man and steer, the issue is not certain. -Ed Tom Bell, No Country for Old Men Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg) no es un hombre serio. Al menos esa es la opinión compartida por sus vecinos, compañeros de trabajo, y familia. A pesar de estar próximo a alcanzar la permanencia como profesor universitario de física, encontrarse bien de salud y gozar una vida de clase media decente, no logra obtener el respeto de los demás. En el trabajo, un estudiante oriental intenta simultáneamente chantajearlo y demandarlo por difamación para que le cambie una nota; alguien envía cartas anónimas a la junta universitaria tratando de sabotear sus posibilidades de permanencia; su esposa lo abandona por un amigo en común, y entre ellos deciden que lo mejor es que Larry se mude a un motel; su hija le roba dinero para operarse la nariz y su hijo adolescente, a punto de celebrar su bar mitzvah, sólo lo llama para decirle que la antena del televisor no funciona. Entre una desgracia y otra, Larry comienza a cuestionar la raíz de sus calamidades. Por un lado, es un hombre de ciencias, y como experto en física, las parábolas no lo convencen. Dice no entender la paradoja del gato de Schrödinger -en donde la vida o la muerte del felino es indeterminada y por ende ambas posibilidades coexisten- sino la ecuación que lo prueba. Por el otro, es judío practicante, un hombre de fe. Es través de varias visitas a tres rabinos de su comunidad en Minessotta que Larry pretende encontrarle explicación a sus infortunios. Esta jornada seudo espiritual sólo acaba por evidenciar la futilidad de su fin. A Serious Man es sin duda, junto a Barton Fink y The Big Lebowski, una de las cintas más extrañas de los Coen. El público, al igual que su protagonista, experimenta a lo largo del filme la incertidumbre de no saber a dónde se dirige, mientras los sueños de Larry se tornan cada vez más absurdos. En manos de cineastas menos hábiles, esto podría ser una falla mortal que termina por alienar al espectador. Sin embargo, los Coen logran, dentro de la confusión, poblar su historia de pequeñas instancias identificables, personajes icónicos y su característico humor irónico y mordaz. Con esta cinta los hermanos maduran su carrera de dos formas. Primeramente, es un trabajo muy personal, autobiográfico hasta cierto punto, con el que rememoran su niñez en una comunidad judía a finales de la década de los 60. Las referencias a esa subcultura son muchas, desde nombres bíblicos hasta términos propios de la religión. En segundo lugar, es un filme que da continuidad a las preocupaciones temáticas que han explorado en No Country for Old Men, Barton Fink y Burn After Reading, entre otras. En términos formales, los directores vuelven a demostrar porqué son actualmente uno de los pilares del cine estadounidense. El binomio (o trinomio) que han formado con el director de fotografía Roger Deakins es una de las razones por las cuales su cine será recordado como uno intrínsecamente estadounidense. Apartándose del imaginario trillado que Hollywood ha creado de los Estados Unidos, sus filmes retratan la geografía compleja y diversa del país en su totalidad. Temáticamente, las cintas de estos hermanos funcionan en ocasiones a manera de parábola, en donde una idea compleja se esconde tras la fachada de una historia simple. A Serious Man no es la excepción. La cinta nos obliga a preguntarnos por qué, y nos enfrenta a la ansiedad que produce el no saber. La última escena de la cinta se une a la serie de finales inesperados y abruptos a los que, paradójicamente, nos tienen acostumbrados. Cuando al fin todo parece caer en su sitio, y el círculo se ha cerrado, algo parecido al destino interfiere. Ni el Torá, ni la física cuántica, ni una canción de Jefferson Airplane pueden prepararnos para lo que se avecina.