Abelardo Díaz Alfaro escribió en y sobre momentos históricos decisivos que marcarían la literatura que se produjo en su época; la inseguridad política, el fin de la Segunda Guerra Mundial, la bomba de Hiroshima y, de modo local; la llegada del PPD (1940) al poder y las consecuencias devastadoras del intento de americanización cultural, política y económica que se reafirmó y tomó auge en el 1952 con el establecimiento del Estado Libre Asociado (ELA).
Díaz Alfaro es una figura literaria que sirve de transición entre la generación del 1930 y el 1945. Sin embargo, no me detendré en esos asuntos hoy. Mi trabajo no pretende ser un estudio exhaustivo de los cuentos representados en la película de Luis Molina Casanova, más bien, es un breve comentario de cada uno de ellos. La razón trasciende el centenario del escritor, esto es solo una excusa para proponer una mirada detenida al puertorriqueño de hoy, ese hombre y esa mujer que sale día a día a la calle con las mismas problemáticas sociopolíticas que inmortalizó en su obra, hace casi 70 años, Díaz Alfaro.
El “negro Domingo” y la precariedad laboral
En la obra de este escritor, los adjetivos y las metáforas toman un relieve diferente: le dan profundidad a sus personajes y las angustias que los acechan. Veamos, por ejemplo, al “negro Domingo” de Bagazo. La frustración de Domingo, descrita a través de un juego de imágenes que aluden a la maquinaria de la Central, adquiere un poder evocador que nos conecta directamente con sus emociones. Abelardo escribe que Domingo “muele en su alma atormentada, caña amarga de recuerdos, desesperanzas, desilusiones. Le laten las sienes y el corazón. Un acre sabor metálico le inunda la boca. Contrae los abultados belfos y en rictus de desprecio escupe chorreante mascaúra” (Terrazo, 1947).
Este peón, negro, viejo y cansado es explotado por un «otro» que le ha arrebatado sus tierras: las que no solo le deberían pertenecer pues es quien las trabaja, sino porque además, ya eran suyas, como vemos cuando dice: “En primero dueño, luego colono, dispués peón. ¿Y ahora?…”(Terrazo, 1947). Este hombre que se acerca al míster Power a ver si le da empleo, no hace más que recordarme a los jóvenes que vivimos en la incertidumbre de tener empleo o no. Haciendo largas filas en las Ferias de Empleo con la esperanza de ser elegidos para trabajar, sin permanencias, sin seguridad, pero trabajar, al fin y al cabo, hasta que el míster en turno así lo decida.
Domingo, además, es la antigua versión del empleado retirado en estos tiempos que, ante la inminente llegada de una Junta de Control Fiscal, hoy día teme lo que pueda sucederle. Ese y esa empleada que sabe que sus necesidades no son vistas con importancia ni prioridad y que aunque ya no es el pito de la central lo que suena, todavía “el monstruo sigue quemando en sus entrañas carne de peonaje, sangre y sucrosa” (Terrazo, 1947). Ahora bien, no perdamos de perspectiva algo, Domingo murió, pero murió en resistencia. Y, ¿para qué sirve la resistencia? El ejemplo, está en los cuentos de Peyo Mercé.
La resistencia de “Peyo Mercé”
Peyo Mercé es un maestro que se resiste al embiste de la americanización y la imposición de aquellos valores que no considera suyos. Él reconoce en las exigencias de su supervisor el intento de politizar las enseñanzas escolares mas no el de mejorar la calidad de la educación. “Y a Peyo le dieron ganas de reprender a la clase, ¿pero cómo se iba a arreglar para hacerlo en inglés? Y volvió a asomarse a la ventanita para cobrar ánimo. Una calandria surcaba la plenitud azulina —pétalo negro en el viento—. Y sintió más su miseria. Ansias de liberarse” (Terrazo, 1947).
La utilización de la escuela pública como herramienta de americanización, como vemos con el mandato que le hace el supervisor Escalera a Peyo, ha sido y sigue siendo un hecho. Menciona Aida Negrón en su libro La americanización en Puerto Rico y el sistema de instrucción pública 1900-1930 que “el sistema de instrucción pública jugó un importante papel en el proceso de americanización de Puerto Rico; las escuelas sirvieron a los propósitos de americanización…”.
Peyo Mercé es una representación de la situación por la cual estaban pasando los maestros y los estudiantes de la época. El idioma, tal como sucede en Peyo Mercé enseña inglés, ha sido por siglos una herramienta de poder político en Puerto Rico. Hoy en día, sigue siéndolo: el prestigio, el poder, el progreso son usualmente relacionados al inglés. En cambio, al español se ha dejado relegado a un segundo plano: no resulta ser una lengua de “prestigio”. En palabras del escritor Ngugi Wa Thiongo: “Las lenguas dominantes, las que sean, se perciben como poseedoras de un poder mágico sobre el conocimiento y sobre la producción de ideas, sobre la cultura misma. Las lenguas dominadas se ven de forma contraria. Son vistas como incapaces de generar conocimiento y buenas ideas.” Peyo Mercé luchaba en contra de esto, el pueblo, junto a él, se resistía.
Pobreza y desigualdad en la voz de “Don Procopio”
Finalmente, aunque parece alejarse de los dos textos anteriores, en Don Procopio el despedidor de duelos, se resalta el ambiente de pobreza y desigualdad que se ve en los dos textos anteriores. Don Procopio deja claro que la marca de la pobreza nos persigue hasta la muerte. Cuando le dicen que “la muerte es la que nivela a los hombres”, Don Procopio, “desmiente, furibundo, el aserto” y afirma que “no es lo mismo Juan Vaina muerto, que todo un señor difunto, con sarcófago, coche fúnebre, sendas coronas y los honorarios correspondientes de lo que en vida fueron y seguirán siendo”.
Procopio no gastaba palabras en los pobres, solo los ricos las merecían. Probablemente pensemos que es esta, de todas las historias, la que más se aleja de la realidad en la que vivimos. Sin embargo, ¿a quiénes la prensa les dedican unas palabras dignas al morir? ¿A quiénes lloramos en público? En cambio, ¿ante las muertes de quiénes nos desensibilizamos? ¿A los jóvenes, adultos y ancianos de qué sectores olvidamos? ¿O es que acaso hoy día lloramos con la misma vehemencia a aquellos que han sido marginalizados y obligados a vivir entre las sombras?
Hoy, más que nunca, las letras de Abelardo Díaz Alfaro son relevantes en nuestro país. Gracias a sus metáforas, adjetivos y descripciones, tenemos entre sus textos inmortalizadas las peripecias del hombre y la mujer pobre y colonizado que vive en este país.
Son momentos para que la gente se levante como Domingo, contra el míster que le imponga condiciones de vida indignas, injustas y paupérrimas. Son días en los que resulta clave que se levanten maestros, maestras y ciudadanos como Peyo Mercé y se resistan ante las exigencias que les parezcan injustas y que atenten contra lo que “somos”.
Son los tiempos de decirle adiós a los Don Procopios de la vida que se encargan de marcar con carimbo, en la piel de los oprimidos, la palabra pobreza para que los persiga aun después de la muerte. A ver si así, en unos cuantos años, volvemos a hablar de Abelardo pero afirmando, por primera vez, que ya “el monstruo (no) sigue quemando en sus entrañas carne de peonaje, sangre y sucrosa (que finalmente, ya no nos bota como), bagazo, bagazo, bagazo” (Terrazo, 1967 – vía Internet).