Envolvernos en un abrazo es amarrarnos a los espectros identitarios del otro, es entregar un poco del yo solitario a la compañía solidaria de esos otros brazos. Rodeados por la corporeidad de otra carne, nuestras pieles se estrechan y se confunden en la efusividad de un amor correspondido, recíproco. Abrazar es darse sin límites, transgredir las fronteras que nos dividen para plantear la posibilidad de una unidad (contingentemente temporera).
Ayer, varios líderes obreros y obreras rodearon, no en tónica militar, al gobernador y al presidente del Senado en un gesto que va más allá de los juegos de posicionamientos y estrategias para “proteger” a los suyos. El abrazo real y simbólico con el que sindicatos y el gobierno se confundieron constituye la más reciente transformación del panorama socio-político.
Entre vítores y besos, sonrisas arqueadas y las luces de las cámaras fotográficas, el gobierno de turno se re-presentó como el defensor de la clase obrera. Ese es, después de todo, el “nuevo capítulo” del que habló Luis Fortuño. Un capítulo que comienza sin las tediosas referencias a lo que sucedió en el pasado (terriblemente cercano), sino que suple su énfasis al borrón y cuenta nueva del paladín de las y los trabajadores. Después de todo, recordar es olvidar porque de lo contrario no hay memoria. Empero, ¿qué es lo que se olvida ahora?
Dónde están las referencias a la congelación de convenios colectivos, la cancelación de derechos adquiridos, las alteraciones a los planes de salud y los despidos masivos, entre otros cambios. Se atreven, incluso, a aplaudir que Fortuño no emule al gobierno de Wisconsin. Pero, como dice un querido amigo, ¿de qué estamos hablando? En Wisconsin, precisamente, han remedado a Fortuño.
Ayer se abrazaron como gesto de paz porque ahora viene la reforma laboral que seguramente nos retrotraerá a “la modernidad”, “el progreso” y “la competitividad” comercial. El partido de gobierno ganó y compró tracción para implementar sus transformaciones.
Los “derechos” se “restauran” cual preciosa obra de arte malograda por los abates del tiempo. Los rojos se retocan, los azules se resaltan. Miramos con las manos y tocamos con los ojos el fondo de un barril vacío que el espejismo del desierto de la vida nos hace creer es un oasis. Respiramos profundamente ante la ilusión del refugio, de ese regreso a la “normalidad”.
El abrazo al que los medios de comunicación han hecho continua alusión es más bien el acto de encender en llamas al resto del país. Ese abrazo pierde su “zeta” pronunciada por el seseo de un fuego que consumirá nuestros recursos naturales y nuestros derechos democráticos. A gozar con la curvatura abrasada del colapso.
*Lea el artículo original en el blog Multitud Enredado