Guillermo Rebollo Gil es ensayista, poeta, sociólogo, abogado y profesor universitario. También es parte del grupo de colaboradores permanentes de Diálogo Digital. A continuación, su más reciente colaboración.
Comparto un sampling de statuses sobre la muerte de Cheo Feliciano y Gabriel García Márquez. Hubo otros —la mayoría— verdaderamente hermosos, que hicieron de la experiencia de abrir y cerrar mi newsfeed el pasado jueves 17 de abril una especie de parpadeo nervioso pero reconfortante entre amigos y amigas en duelo. Estos, en cambio, hicieron de la experiencia de leer la ocasión perfecta para sacarme los ojos. No sé exactamente por qué. Con la excepción del último aquí reproducido no son excepcionalmente terribles. Son solo cínicos, o ácidos. Son los antídotos perfectos para la cursilería que tanto abunda y perturba en las redes sociales cada vez que muere alguien “importante.” Por ejemplo, en diciembre pasado, todos estábamos dispuestos a morir por un mundo más justo —a lo Mandela. En abril resulta que dos de cada tres usuarios de Facebook tienen una perrita llamada Buendía y el tercio restante posteó un status relatando cómo se desplomaron en llanto cuando alguien en el lobby del edificio le dio los buenos días el día que el Gabo murió. Ese día murió la música caribeña también, familia. ¿Ven? Cursilería full.
En ese sentido, supongo que un poco de ácido es bienvenido. Lo copio por aquí:
“Ahora todos dirán que aman al El Gabo”.
“Eso no decían cuando tenían que hacer una monografía de él”.
“Les dije que no botaran los Sad Sams… Ahora no tienen ofrendas para poner en el lugar del accidente”.
“Por cada escritor consagrado muerto, dejan de ser leídos 100 geniales”
“Cheo Feliciano muere en un accidente, Gabriel García Márquez por una ñoña de pulmonía, Pedro Julio, con SIDA, por ahí jodiendo. Gracias Dios”.
Lo primero primero: el autor del último status no merece haber bailado nunca al son de una canción de Cheo. O de haberla bailado, merece haber sido consigo mismo al ritmo de una grabación que se tranca, sin falta, al minuto con cuarenta y siete segundos, justo cuando la cosa se pone buena. Porque la cosa nunca debe ponerse buena para quienes no interesan dejar a nuestros conocidos y desconocidos amados vivir en paz. De eso en parte se trata la obra del Gabo —de cómo no nos han dejado vivir en paz y sin embargo se vive. Qué remedios. La Bella.
Por lo demás, no sé cómo responder a la cómica acidez de quien muy a contracorriente e híper-consciente de ello tira el comentario rompe-corillo porque ya basta de citas de novelas que la mayoría no terminó o leyó obligao. O porque, admítanlo, cuántos de nosotros esa mañana funesta no confundimos a Cheo con su tocayo ciego. El ácido y el cinismo ayudan a poner las cosas en su justa perspectiva. Y sin embargo carecen de belleza y de dolor. De esas cosas que con palabras alguien las hace novela, que con voz alguien más las hace canción. Dos de los mejores murieron el jueves pasado— día en que todos y todas amamos al Gabo, y lloramos por un salsero muerto a causa de un accidente automotriz, y juramos nunca más dejar una novela del maestro sin terminar, aún cuando jamás alcanzaremos leer a tantos otros que lo merecen, y nos prometimos no dejar de bailar hasta que la cosa finalmente se ponga buena.
Buen día, familia.