Es sábado en la tarde, una particularmente calurosa. Debajo de una carpa blanca, embestida en el corazón del jardín botánico del Museo de Arte de Puerto Rico (MAPR), decenas de amantes de la literatura se prensaban entre sillas plegadizas y pies en la grama para escuchar al escritor chileno Alejandro Zambra.
La mayoría de los allí presentes eran jóvenes—muchos los reconozco de mis clases de literatura—quienes apretaban en sus manos copias de las obras del autor, fuese Bonsái, La vida privada de los árboles o Formas de volver a casa, y allí, sin perderse entre los relatos, estaba Zambra.
Tampoco es que sea fácil perderlo de vista; Zambra es, fuera del cerco de sus historias, un narrador de metarrelatos hilvanados con su modo particular de contar lo que conoce, con un característico humor perpetuo. No se toma muy en serio a sí mismo; tiende a utilizar el humor para contestar preguntas que le resultan incómodas, igual que para matizar sus anécdotas.
Aunque el conversatorio Yo también soy lector pretendía explorar la relación entre la lectura y el proceso creativo del autor, éste expuso algunas consideraciones importantes que divergieron de la temática planteada. A Zambra parecería preocuparle, más que discutir su obra, el poder explicar el camino a ellas.
Y así comenzó la conversación: ¿puede el texto revelar el rostro del lector? “Sí y no”, respondió Zambra. Para él, leer es a veces cubrirse la cara. Pero por otra parte, el ver-leer es un acto de descubrir quién se esconde tras la literatura. Dice que está encontrado entre el miedo de saber qué es lo que se está leyendo y el rostro de quien lo lee.
Esta especie de voyerismo literario transmuta también a quien escribe; “al escribir nos revelamos pero también nos ocultamos”, confiesa.
El espacio de la literatura se convierte entonces en la manifestación de la complejidad de las cosas; uno que explora las relaciones e interacciones humanas, sus encuentros y desencuentros, y las intervenciones de la cotidianidad.
Leer, para Zambra, no es garantía de algo especial; la literatura en sí misma es provechosa—sugiere—pero reconoce que no es infalible.
“No quiero renunciar a los libros, los echo de menos. Yo amo los libros pero la literatura no necesariamente está en el libro, está y no está. Soy fetichista con los libros, pero hay una cosa que tiene que ver con el texto incluso antes de lo escrito, lo oral…el texto tiene que sostenerse en el aire; esto es muy complejo”, explicó.
Los presentes asintieron enfáticamente cuando Zambra declaró que la lectura te enseña a estar solo; daría la impresión de que la literatura es una fotografía de etapas de la vida. Según el autor, lo que escribe tiene una simpleza legible y una complejidad que no es visible a primera vista. Lo que lee, sin embargo, no necesariamente tiene que ver con su estilo de escritura; como lector, le atraen formas distintas a las que practica.
Sus palabras, las que ofrece generosamente, entiende no son las únicas. Para Zambra, “la literatura es un pulmón; yo siento que el leer me hace bien”.
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