Son las 4:30 de la mañana. Apenas hay rayos de luz entrando por mi ventana, no más allá de los faroles que alumbran la carretera. Miro el despertador y digo desesperada, ¡voy a llegar tarde al tribunal! Al llegar me encontré, frente a los portones del Tribunal Federal, una fila de aproximadamente 30 personas esperando con ansias entrar al juicio que impactaría la historia política de Puerto Rico. Parecían las filas del “Black Friday” donde la gente espera desde tempranas horas del día poder entrar a su tienda favorita para comprar, la diferencia es que en esta ocasión querían asegurar su asiento en el caso del ex gobernador de la Isla, Aníbal Acevedo Vilá. El reloj marcó las 5:30 de la mañana. Eran muchos los que deseaban presenciar lo que sería el destino del ex gobernador, apodado como “El Alacrán”, el cual enfrentaba nueve cargos federales por conspiración y violación a la ley Electoral Federal durante sus campañas políticas del 2001 y 2004. Los portones abrían a las siete de la mañana, sin embargo el juicio no comenzaba hasta las nueve. Tan pronto veían que me acercaba a la entrada, unas señoras de aproximadamente 60 años de edad decían en alta voz, “por ahí viene la nena”. De más está decir, que era la única joven allí presente. La mayoría de las personas eran retiradas, desempleadas o amas de casa que deseaban presenciar el evento que tenía a todo Puerto Rico a la expectativa. La entrada requería un “100% ID check”; la entrega de una identificación con foto, el celular, la sombrilla y una tarjeta numerada que permitía el acceso a la Sala 3, donde se estuvo llevando a cabo, por 29 días, todo el proceso judicial en contra de Acevedo Vilá y su ayudante Luisa Inclán Bird, la cual enfrentaba siete cargos por conspiración, fraude y lavado de dinero. Desafortunadamente los que no podían entrar por falta de espacio, esperaban ansiosos en las afuera del tribunal y cantaban, “¡Aníbal tranquilo, el pueblo está contigo!”. Luego de más de seis veces asistiendo al tribunal, todos nos conocíamos y podría decir que nos convertimos en una familia. El tiempo de espera para lograr entrar al tribunal permitió que periodistas y el público en general dialogáramos un poco más de nuestras vidas. Además, entablamos una muy buena relación con casi todos los alguaciles. Inclusive uno de estos oficiales, comentó que fue trasladado desde Texas para trabajar en el caso. Era un joven trigueño de 30 años que nos contó que trabajaba buscando fugitivos y agresores sexuales. Allí había de todo, desde republicanos que querían ver a Aníbal Acevedo Vilá salir culpable y ser encarcelado por 20 años, populares fanáticos respaldando a su líder, apolíticos, hasta los “noveleros” que querían ver “un gran espectáculo en sala”, según me comentó uno de los allí presente. No faltaron los personajes que captaron mi atención los cuales le daban color a aquella escena que se presentaba en blanco y negro. Algunas de ellas lo eran las damas cívicas, la religiosa, el loco, la poeta y artista, el veterano y el viejo verde pervertido, entre otros. La mujer religiosa de alrededor 65 años de edad y pelo rojo corto, andaba siempre de punta en blanco vistiendo ropas de hilo de colores claros. Su bufanda no podía faltar en su “look”. Ella era de las primeras en llegar a los portones, se levantaba a las 4 a.m. para llegar a tiempo y coger de los primeros turnos, asegurando su silla en sala. A eso de las 6:30 a.m. se encargaba de hacer un círculo de oración con toda la gente que allí se encontraba. Leía de un librito las meditaciones diarias, para después rezar el Padre Nuestro. Sacaba su agua bendita y el que quisiera era libre de usarla. Sus palabras de aliento y fuerza llegaban a los corazones de las personas que allí se encontraban, haciendo brotar lágrimas en algunos de los presentes. Como de “poetas y locos todos tenemos un poco”, no faltó esa persona que parecía tener algún “tornillo suelto”. La primera vez que hablé con ese hombre alto, de tez clara, pelo negro y ondulado que le llegaba a los hombros, vestía una sudadera y una camisa gris; acompañado de una chaqueta negra y unos tenis. Quedé asombrada con su historia. Según él, asistía al juicio porque tenía un caso fabricado por la fiscalía por trasiego de drogas. Y me dijo que había hablado con el abogado, Thomas Green, para que defendiera su caso junto al de Aníbal Acevedo Vilá. A la Sala 3, también asistió gente profesional, entre ellos, la esposa de un prominente juez, algunos representantes políticos, alcaldes, varios empleados públicos y un abogado que se convirtió en nuestro asesor legal. Este defensor de la ley analizaba los testimonios y la prueba que allí desfilaba para compartirlo con nosotros y explicarnos de qué trataba todo aquel proceso. Además, llevaba consigo libros de reflexión y una libreta para anotar todo lo que se decía. Una vez sentados en sala, solo restaba escuchar a los testigos, a la fiscalía, a la defensa, al Juez Barbadoro y día a día, ser parte del “public jury”. Todos los allí presentes fungimos como evaluadores del proceso judicial y analistas de lo presenciado, y al final del día cada uno llegaba a sus propias conclusiones. El 20 de marzo, día 29 del juicio, escuchamos atentamente al juez Barbadoro recitar las 55 páginas de instrucciones al jurado que estaba compuesto de ocho mujeres y cuatro hombres puertorriqueños. Los cuales tenían que ser diestros en el idioma inglés para poder ser parte del jurado, ya que el juicio fue procesado en “english only”. A la 1:30 de la tarde los acusados partieron hacia su hogar a descansar mientras esperaban que el panel del jurado emitiera su veredicto final, el cual cambiaría la vida de muchas personas. Mientras que los abogados de la defensa, el juez Barbadoro y varios periodistas se paseaban por la sala de espera del tribunal esperando con ansias que la tortura llegara a su fin. De momento el reloj marcó las 5:30 de la tarde y uno de los alguaciles nos indicó que podíamos retirarnos ya que el jurado había decido recesar y continuar con su deliberación el sábado a las 9:00 de la mañana. Después de un largo día decidimos retirarnos pero algo insólito pasó. Al fondo del pasillo se escuchó la voz de uno de los alguaciles diciendo que había que contactar a la defensa y a los acusados porque el jurado ya tenía un veredicto. Se formó un corre y corre, y en menos de media hora ya estaban llegando a las instalaciones del Tribunal Federal los acusados y su familia, sus abogados y la miembros de la fiscalía para conocer cuál sería el último capítulo de aquella historia. De repente, el juez entró en sala y todos se pusieron de pie para esperar que llegara el jurado con su veredicto. En pocos minutos, Barbadoro agradeció al jurado por su sacrificio y felicitó a la defensa por su gran trabajo durante todo el juicio. Fue en ese instante que el magistrado le indicó a los acusados que el jurado, por decisión unánime, los había encontrado “not guilty” de todos los cargos en su contra y que podían irse en libertad. Finalmente, vinieron los llantos y los abrazos entre los acusados y su familia y aquellos fanáticos que esperaban fielmente en las afueras del Tribunal Federal comenzaron a gritar eufóricamente por la victoria que habían logrado. A la salida del ex gobernador, el pueblo le demostró su apoyo incondicional y agradecimiento a su abogado Thomas Green, mientras que algunos periodistas luchaban con el tumulto de gente para obtener una reacción de las personas involucradas en el caso. Ese día fue histórico porque hubo lágrimas, alegría y jolgorio en el pueblo de Puerto Rico, y porque los periodistas, camarógrafos y reporteros pudieron ser parte de la historia al presenciar e informar al pueblo sobre lo que acontecía diariamente en aquel lugar. Al final del día, nuestra misión había sido completada y nos sentíamos listos para descansar y ver llegar un nuevo amanecer.